EL ‘BUEN ROLLO’ DE LA CASA DE AL LADO.

Rafael Caunedo

Por Rafael Caunedo.

Que hay casas que tienen ‘buen rollo’ lo descubrió Silvia cuando tan sólo tenía siete años. No hacía falta ninguna excusa por muy rebuscada que fuera para que cada tarde se pasara a la casa de los vecinos. No es que se aburriera por ser hija única, o que los padres de Marta, su vecina, fueran más divertidos que los suyos. No. Era la casa. Tenía las mismas habitaciones que la suya, igual distribución e idénticas vistas. No sé dónde escuchó Silvia la expresión ‘buen rollo’; tampoco sabría explicar, ni ella ni yo, lo que significa, pero hubo un día en que la soltó durante la cena. ¿Sabéis?, les dijo a sus padres, la casa de los vecinos da ‘buen rollo’.

Hablaron del tema en la cama después de que la niña se acostara. De manera indirecta, su hija les había venido a decir que prefería la casa de al lado. En el silencio de la noche, tumbados en la cama, analizaban su estupenda habitación amueblada al detalle según el consejo de un decorador. Nada habían añadido desde el día en que aquel profesional de la megamodernidad dio por terminado su trabajo. No tuvieron duda en contratar sus servicios en cuanto compraron la casa. Fue un trabajo integral y sin limitaciones. Haz lo que quieras, le dijeron depositando toda su confianza. Así fue entonces como aquel chalet se convirtió en un santuario de la vanguardia. De hecho, hay muebles cuya utilidad está aún por descubrir, como aquella butaca en forma de huevo cuya precaria estabilidad ha hecho que sea desterrada al hueco de la escalera, allí donde a nadie se le ocurriría sentarse.

Silvia, en cuanto terminaba los deberes, saltaba la valla del jardín y se pasaba a la casa de los vecinos para no volver hasta que su padre iba a buscarla. Se pasaba la tarde persiguiendo a Marta disfrazada de flamenca, pintando con las manos tumbada en el suelo del salón o jugando al escondite. Silvia decía que en su casa no había sitio para esconderse. A petición de sus padres, un día lo intentaron, pero desistieron al no encontrar nada con que entretenerse. Y eso que el suelo es el idóneo para patinar si corres con los calcetines puestos.

Algo fallaba. Sería la sobriedad del diseño exagerado o la impersonalidad del ambiente. Ni siquiera su habitación había quedado fuera de los tentáculos de aquel decorador de las gafas de concha. Para Silvia, su habitación tenía el mismo encanto que la consulta de su pediatra. Cuando estaba en la de Marta, parecía que su imaginación se activaba. ¿Sería eso lo que llaman ‘buen rollo’?

Sus padres llevan ahora unos cuantos días valorando la situación. Hoy, para darle una sorpresa a Silvia, han encargado una cama de princesas. Tardarán en acostumbrarse a ese tono rosa tan petardo, lo sé por experiencia, pero les aseguro que la sonrisa de su hija les facilitará el proceso. Poco a poco.

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