Sicilia, un viaje más que literario.


Por Raúl Fernández de la Rosa

El año pasado tuve la suerte de participar en unas jornadas organizadas por la Universidad de Sevilla, Literatura Siciliana, Cine e Iconografía, coincidiendo con el 150 aniversario del Estado Italiano. Se puede viajar sin moverse del lugar. Un isleño, de otras lindes, poco salió de su habano, pero podía detallar itinerarios, calles y casas con pormenores impensables, de tantos lugares como gotas de agua hubieran desde su isla a cualquier lugar, limaba sus recuerdos.

Pero estar, diréis, no tiene comparación. El aire y la luz rezuman verdades. Bueno, cierto, pero hay que saber escuchar. No basta esa contemporánea máxima del yo estuve allí. Ah, sí, ¿y qué?, podríamos decir. Hay que sacar algo, hay que entender, hay…que saber mirar. Claro está, si es que queremos algo más que comer o beber sucedáneos para turistas que tiran el dinero, contentos de ser engañados; siempre y cuando puedan hacerse la foto de turno. Que sé yo, aguantando la torre de Pisa o apresando una torre infiel.

Sicilia, Italia. Una isla, los italianos, la pasta, la mafia, la moda o poner la siempre al final de palabra y mover las manos. Giovanni y Giuseppe, por qué no, nombres muy Italianos. Pero en cuanto a lo siciliano se refiere, son lo que Palermo y Catania a la isla, las dos ciudades más importantes, podríamos decir. Demos apellidos a los italianos nombres, convirtiéndoles en sicilianos: Verga y Lampedusa.

Palermo

El discurso subyacente en las jornadas de la SS (Sevilla, Sicilia), no era muy italiano, se negaba en continuación el nacimiento de la nación –casi un oxímoron. Este casi proceso retórico me llamó la atención, pues negar algo es hablar de ello. Así lo comenté, y los ilustres sicilianos reconocieron la verdad del planteamiento. Eso sí, alguien dijo que en primer lugar era siciliano, luego italiano. ¿A dónde os llevo? A Sicilia. Queda claro que son y se sienten pueblo, pero dejando muy, pero que muy, lejos discursos separatistas. Sicilia es Sicilia, ni necesita ni le sobra nada.

Castello Di-Donnafugata

El siciliano es indolente –obligada la generalización-, distintos pueblos han gobernado estas áridas tierras de Guerras Púnicas, pero el nativo nunca se inmiscuyó. Iba a lo suyo; su pobreza, su honor, su religión o sus habladurías, su orgullo. En algo parecido podríamos pensar, creyéndonos un príncipe, mientras miramos la llanura desde el Castello di Donnafugata, cercano a la ciudad de los puentes o l’isola nell’isola o l’altra Sicilia: Ragusa.Y decir al viento: «Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi» (Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.) Aunque la realidad es que, debió ser Alain Delon el primero en decirlo.

Ragusa

Así, sin nombrarse, como el alma siciliana, han aparecido Los Gatopardos. El escritor y el director comparten nacionalidad y origen, quise decir, clase. Sólo que Giuseppe Tomasi di Lampedusa, como su nombre, es siciliano. Nacido en Palermo, la capital isleña. Pero Luchino Visconti di Modrone también era de origen noble. Lo extraño fue que una de sus primeras incursiones cinematrográficas anduviese tan lejos de su vida, ʻLa terra Tremaʼ. Documental que capta la dura vida de los pescadores sicilianos a mediados del siglo pasado, el XX.

Pero claro, no debemos olvidar que el documental de Visconti está basado en una obra literaria de otro escritor de origen nada humilde, pero que ahondó en la humildad de su pueblo, nacido en Catania: Giovanni Verga. Su novela, ʻI Malavogliaʼ, traducida en España como ʻLos Malavogliaʼ -es una pena que se obvien las resonancias del título –voglia significa ganas, que no ganar. Así que el alma isleña fue analizada de manera sublime por dos grandísimos escritores, y enlazada por el cine y otro conde.

Catania

Palermo y Sevilla están prácticamente a la misma altura geográfica -entiéndase bien lo de altura-, con lo que conlleva climáticamente en las dos capitales y, por extensión, en sus regiones, Sicilia y Andalucía. La tierra ocre siciliana está rodeada de un mar cristalino, una gran Menorca, de verde, de castillos escavados en roca y de volcanes. Su aeropuerto más importante se llama Falcone Borselino. En honor a los dos magistrados antimafia asesinados por la Cosa Nostra -la mafia Siciliana- cuando nosotros mirábamos nuestras olimpiadas.

En Sicilia comer en la calle, en los mercados, es una tradición, lo frito abunda. También el pescado y la pasta con almejas. La comida, como el sol y la Cosa Nostra, están por todas partes, a veces sólo se huele. Hace años que se habla de hacer un puente (las obras públicas en Italia están controladas por las mafias: tres y de origen místico español) en el estrecho de Mesina, algo así como esa canción que decía lo maravilloso que sería viajar hasta Mallorca sin necesitar el barco o el avión. Algo que, de haberse hecho, sería digno de lo Real Maravilloso. Pero que los sicilianos, a pesar de los oscuros intereses, nunca creyeron.

Hay un orgullo innato en esa resignación ante la maldad y los elementos. El clima y la naturaleza en la zona son extremos, exuberantes e incontrolables. Contra ese sentir han luchado los literatos y los jueces, pero el pueblo, la gran mayoría, no vuela tan alto. Se resigna a una realidad que creen inmutable. Aunque Sicilia se ha modernizado mucho en el último siglo, sigue siendo tierra de terremotos y volcanes. Eso sí, de una belleza aplastante, labrada por la sombra de innumerables culturas pasajeras, pero hay que saber mirar para verla en toda su grandeza.

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