Camino de Alaska

 

Por Rafael Jiménez

Comenzamos en las afueras de Vancouver, nada más pasar la frontera de Canadá y con una lluvia torrencial que no nos dejaba más que ver delante de nuestro parabrisas, pero después de unos cientos de kilómetros empezaron a aparecer entre la niebla unas montañas enormes y frondosas que nos flanqueaban a ambos lados de la carretera. Fue con esta primera imagen de naturaleza salvaje cuando dejó de llover y empezamos a disfrutar del primer escenario que nos ofrecía Canadá, una vegetación de pinos y bosques cerrados que cubrían todo a nuestro alrededor, y que sólo eran interrumpidas por una estrecha carretera y por un río de aguas bravas que fluía junto a la misma. Llegamos hasta Harrison Hot Springs, un bonito lugar donde pasamos la noche.

Después de varios cientos de kilómetros y varios días de por medio, el paisaje empezó a cambiar del bosque húmedo y la vegetación, a un paisaje mucho más árido, con pinos pero dispersos en las colinas y la mitad de ellos caídos y con troncos tumbados por todas partes, el rio se abría camino también entre estos paisajes desérticos y de fondo una antigua vía de ferrocarril por la que transitaba el Canadian Pacific Railway, con su interminable hilera de vagones cargados de madera.

Los poblados que pasábamos en ésta zona eran lugares alejados y medio abandonados, solo con algún motel de carretera y restaurantes de comida rápida, era como si el final de la fiebre del oro los hubiera dejado desiertos. No sé si con la descripción basta, pero era un paisaje totalmente de las películas del Oeste, el auténtico “Western”, con los ranchos y el ganado de fondo, el tren del dinero, el río que surca el valle y las colinas llenas de troncos caídos… algo que nos sorprendió enormemente sobre todo porque no esperábamos esos escenarios en Canadá.

Muchos kilómetros más adelante el lejano oeste empezó a disuadirse, volviendo de nuevo a una vegetación y paisaje más verde, pero ésta vez diferente, sin montañas, tan solo colinas y valles de bosques interminables y lagos por todas partes. Es el paisaje que autobautizamos como “la región de los lagos” porque aparecían de todos los tamaños y formas en cualquier lugar, en los pueblos, en mitad de la nada, en el horizonte… un lugar donde los canadienses podían disfrutar tener sus casa junto a un lago privado.

Finalmente, los últimos 400 km. que quedaban entre Smithers y Prince Rupert, enormes picos nevados empezaron a aparecer por todas partes, mirásemos donde mirásemos las montañas nevadas nos rodeaban.

Es probablemente el paisaje de carretera más sorprendente que haya visto nunca. Decenas de glaciares, montañas nevadas a muy poca distancia y con muy pocos metros sobre el nivel del mar, ríos salvajes del deshielo… Íbamos conduciendo observando éste increíble paisaje inmersos en sus encantos cuando de repente una piedra que saltó de un camión nos despertó de golpe de nuestro sueño. Era del tamaño de un huevo y chocó fuertemente contra el parabrisas, saltando cristales hasta el interior y dándonos un buen susto. Ya solo quedaban 15 km. para llegar a nuestro destino y teníamos un asunto más que resolver antes de llegar a Alaska…

 

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