La amistad y las redes sociales

Por Francisco Traver Torras

La amistad es preferible al amor porque no precisa de frecuencia
Jorge Luis Borges

De las relaciones que establecemos con nuestros congéneres hay algunos tipos que son comprensibles, me refiero al amor que tenemos con nuestros hijos, un vínculo presidido por el nepotismo parental. También son comprensibles aquellas relaciones presididas por el interés y el “toma y daca”, “tú me das y yo te doy” y que se conocen como altruismo recíproco. El favor compensatorio es el paradigma del intercambio en esta clase de relaciones a corto plazo que son las que acumulan más frecuencia de interacciones en nuestras sociedades.

Si pudiéramos establecer una relación aritmética entre los vínculos que presiden nuestras relaciones y pusiéramos que tenemos 10 amigos podríamos hallar cuantos conocidos significativos tenemos, basta añadir un 0 a ese número y aún más: si añadimos otro cero tenemos a los conocidos no significativos, relaciones presididas por la ocasionalidad y la escasa resonancia emocional, algo cercano a la indiferencia que nos inspiran los desconocidos.

Así si usted tiene 10 amigos, es previsible que tenga 100 conocidos significativos entre los que contamos los compañeros de trabajo y 1000 conocidos no significativos. Como usted podrá observar el número de emparejamientos posibles en su “círculo” está limitado por esta regla, lo que es lo mismo que admitir que nuestras relaciones significativas sean de amistad, vecindad, interés o camaradería están limitadas espacio-temporalmente. Es lógico: uno sólo puede ser amigo de sus coetáneos y sólo puede relacionarse con aquellos que viven en un entorno cercano al propio.

Pero hay que hacer alguna excepción: se puede ser amigo de alguien sin apenas verse de esa forma tan continua como vemos a nuestros vecinos o nuestros compañeros de trabajo, de manera que la amistad es una excepción a la regla de que “el roce hace el cariño”.

Lo cierto es que la mayor parte de nuestras interacciones cotidianas no las tenemos con esos amigos del alma que en un momento u otro de la vida tomaron direcciones contrarias sino con gente de nuestro círculo menos íntimo: nos relacionamos más con conocidos significativos que con amigos.

Antes de que la Web 2.0 se inventara estábamos condenados a relacionarnos con personas de nuestro entorno y a echar de menos a aquellos amigos que mantenemos “desde entonces” a trancas y barrancas y que a pesar de desengaños y desencuentros mantienen (mantenemos) vivos gracias a que la amistad se forjó en un momento crucial de nuestra vida. Así es posible decir que las amistades a largo plazo lo son porque han pasado la prueba del tiempo y la distancia pero también porque se forjaron en el momento en que necesitábamos más que nada tener amigos, pues necesitábamos ser como alguien, necesitábamos identificarnos, tomar referencias. Es precisamente ese residuo de identidad colgada del tiempo la que hace que los amigos se mantengan activos y que respondan a nuestras demandas de forma rauda y eficaz, hay algo en la amistad que se resiste a ceder empuje por falta de roce y hay algo en la amistad que no lleva registro de los debes.

Hay algo en la amistad de atemporal.

Nuestra vida estuvo condenada a repetirse con relaciones insatisfactorias en lo personal si nuestros amigos se encontraban inaccesibles (como suele suceder con las relaciones a largo plazo) pues nuestro círculo se encuentra casi siempre ocupado no por amistades verdaderas sino simulacros del interés mercantil que preside los intercambios humanos modernos y que han llegado a sustituir a la amistad verdadera.

Y fue así que aparecieron las redes sociales.

La gente ciberparanoica suele decir que las redes sociales no encierran verdaderas amistades porque no existe el “vis a vis” es decir la confrontación corporal. Creen, los que así piensan que la amistad precisa de contacto físico, de verse, salir juntos o ir de copas. Es algo que es cierto sobre todo para los que quieren amigos para estos menesteres, aunque para divertirse no hacen falta amigos sino simples conocidos que compartan estas aficiones. Pero es peligroso llamar amigos a estas personas con las que compartimos en un momento determinado de nuestra vida ciertos intereses (como salir de copas). La mayor parte de las decepciones de la vida proceden de etiquetar como amigos a aquellos que no son más que “compartidores” de ciertos intereses o necesidades comunes, una relación que podríamos llamar altruismo reciproco (toma y daca).

Lo que caracteriza la amistad es la afinidad y no tanto el interés, una afinidad que estuvo aunque ahora quizá se halle ausente. Si usted tiene hijos pequeños notará como por arte de magia todos sus amigos tienen hijos de esa edad. Lo cierto es que las personas tendemos a buscar amigos que compartan nuestras situaciones vitales, son pues acompañantes más que amigos, personas con las que se coincide en el camino de la vida.

Los que creen que la verdad está en lo corporal y denostan lo virtual como simulacro ignoran que es precisamente en los entornos virtuales donde podemos esperar encontrarnos con aquel tipo de amistad que no precisa de frecuencia como decía Borges pero si de afinidad.

Lo cierto es que considero más amigos a  muchos de mis amigos de la red que a los conocidos que me rodean. La amistad que con ellos mantengo (a pesar de no conocerlos físicamente) es muy parecida a la amistad que tengo con mis amigos lejanos ya en el tiempo o la distancia.

Sucede por lo siguiente:

Lo que subyace a las relaciones de amistad en términos de cooperación es que no existen cajas registradoras ni cronómetros que vigilen las deudas. En las relaciones de amistad no hay contabilidad como sucede por ejemplo en las relaciones mercantiles, en las profesionales o en las de simples conocidos. El altruismo recíproco no puede pues explicar esa cooperación que llamamos amistad, más aun la desnaturaliza, es por eso que a la amistad no se la puede poner  a prueba con negocios, préstamos, ni compraventas. El peor negocio siempre sucede con un amigo y sucede porque las reglas que gobiernan en la amistad no son las mismas que las que gobiernan los intercambios comunes. Un amigo es un mal cliente.

Lo que está detrás de la amistad no es ni sexo ni amor romántico sino una emoción llamada “amor compasivo” por los psicólogos evolucionistas y que han descubierto que tiene su propia psicología. Piense usted en una pareja a largo plazo o en dos amigos que han resistido durante muchos años los embates de la vida: ambos se sienten en deuda con los otros, pero son deudas que ni se miden ni existe la obligación de saldarlas, es una deuda satisfactoria (Pinker 1997). El amor compasivo que sólo se da con los verdaderos amigos y excluimos hache a los amigos ficticios que son aquellos que se hacen amigos de quien les conviene (usualmente personas poderosas que son los que están en condiciones de hacer favores) o entre aquellos que habiendo sido amigos se caen de la amistad por encontrarse en otros planos de definición de su propia realidad. Discriminar un amigo verdadero de uno ficticio es a veces bastante difícil, sobre todo en nuestro mundo actual donde las relaciones están fuertemente intervenidas por los beneficios a corto plazo.

El amor compasivo consiste en un extraño placer espontáneo que sentimos cuando ayudamos a un amigo de alguna manera que para nosotros carece de costes y produce sin embargo un enorme bienestar a la otra parte, es por eso que la gratitud, la simpatía, el cariño y la confianza son estirados hasta el limite desde un extremo y el otro. La amistad verdadera se reconoce porque -a diferencia del amor que es un pago sin cash- se trata de un cash sin pago, un beneficio mutuo donde no necesariamente se suceden los préstamos y los favores.

Un ejemplo corriente es este: compartir una habitación con otra persona que tiene los mismos gustos que nosotros. Una persona así no representaría una carga, no hay costes en la cooperación y ambos pueden disfrutar de la compañía del otro sin necesidad de un coste en malestar. O dicho de otra forma: hay formas de cooperación que sin ser gratis producen la sensación de no comportar costes para los actores sin llegar a constituir reciprocidad.

Otro ejemplo lo tenemos en la red y lo tenemos todos los días, los intercambios de información y de “favores” o colaboraciones generosas son un valor reinventado por la solidaridad de la red.

La amistad vuelve a florecer gracias a las redes sociales pues es la vida real lo que resulta un simulacro de la verdadera amistad.

 

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