Otra vez sobre el amor, y cuantas veces sea necesario

Por Bibiana Faulkner

Lado Tevdore

 

«I can’t even separate love from lust».

—Jamie Cullum

 

Hablar de amor es cosa trillada. Nadie lo entiende no porque no quieran, sino porque la incapacidad es tal, que cuando llega el amor, no se le reconoce.

 

Aventar a alguien a tu cama para tener sexo es tan tosco como una corrida de toros, pero nadie se da cuenta porque lo importante es saciar la líbido que corre desde la punta del pie hasta el cuero cabelludo sin estacionarse en el corazón.

 

Tomar de la mano a alguien para caminar por las calles de una ciudad debería ser galanura, no propiedad privada e insensatez hacia la química entre dos cuerpos. El mundo tan plano y tan redondo, tan habitado por personas cuadradas y obtusas, también está hecho para que dos caminen de la mano sobre él.

 

Contar sobre la vida propia es reventar a cañonazos murallas chinas cargadas de historias a todas luces sepultadas por secreto.

 

Decir «te amo» por no tener más que decir es infidelidad a nuestra propia alma, pero la certeza de los impulsos vivos; es otra vez tosco, falso, vacío, muerto. Mas el ser tosco es cosa nuestra: no separamos lo orgánico de lo inorgánico, qué andaremos separando las pasiones del alma de las del cuerpo. Nos culpo y nos maldigo.

 

Y sigo: se prefiere hojear revistas de moda porque no se sabe cómo hojear un cuerpo ajeno, tal vez ni el mismo cuerpo.

 

Hemos dejado de poner atención en las cosas simples desechando lo efímero, hemos restado atención en las cosas esenciales, por eso cuesta más trabajo sonreír. Seguimos a la masa porque el burro sin mecate camina por el flujo del ganado, porque la ontología de la semiótica habla de una arbitrariedad no regulada, porque es más fácil, porque pareciera que pensar no es gratuito.

 

No prostituyamos al amor, que para eso están nuestros cuerpos. Dejemos la injusticia en manos desinteresadas, pues yo tengo un par que aunque torpe, no suelta.

 

Luego, la mujer más sensata me hace saber que yo gateo mientras ella vuela, después de ella, en el amor me queda todo claro y guardo silencio:

 

   «Dentro de mí se encuentra un jardín y del cielo caen semillas luminosas que chocan contra él como meteoritos aleatorios, cada   una de ellas tiene una razón distinta con el potencial de convertirse en el árbol más esplendoroso; voy caminando y con cautela coloco en una canasta aquellas semillas que con sólo tocarlas dejan un rastro de color en mis manos; los días y las noches van pasando, las semillas ya no son semillas, y cada una es un árbol distinto; yo cuido de todos porque nada de lo que he vivido se compara con la sensación de la sangre hirviendo que fluye por todo el cuerpo cuando éste se desvive por el bienestar de otro; hay días que ya no resisto, y luego al ver los pequeños frutos que están por madurar, me abunda la energía en forma de inspiración que explota en la sonrisa que no puedo negar y que me hace correr a regar las raíces. Hay árboles que han muerto, lloro mucho porque extrañaré esa parte de mí que era sólo con ellos, porque con cada uno soy distinta y de un color; entonces volteo al cielo y la lluvia de semillas vuelve a aparecer con la promesa de volver a empezar. Que florezcas roja en otoño para sentirme y sentirte; que seas el árbol del centro donde me quiero columpiar».

 

Busquemos reparar en la simplicidad del mundo, es más, imagínense a dos idiotas queriéndose sin control.

 

 

Fuente: Sin embargo

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.