…En tiempo de miseria (VIII) – La nave de los locos

Por Luis Martínez-Falero

 

En 1494 Sebastian Brandt revolucionaba la literatura europea con una obra satírica: La nave de los locos (Stultifera navis). Un grupo de personajes, que representaban los diferentes estamentos de la sociedad de la época, viajaba en un barco, mostrándonos Brandt (en pareados) la estupidez humana. Pecados y falta de entendimiento (o de entendederas) cobraban así vida, al ponerse en escena el tópico clásico y medieval de “El mundo al revés”: los asnos ocupan las cátedras, los clérigos son más pecadores que los seglares o los jueces sirven a la injusticia, por ejemplo.

 

Sin título12Grabado inicial de Stultifera navis de Sebastian Brandt
(Lyon, Per Iacobum Zachoni, 1498)

 

En 1511 Erasmo de Rotterdam daba a la imprenta su Elogio de la locura (Morías enkómion, Stultitiæ laus), terminado de redactar tras su estancia en casa de Tomás Moro. En esta obra hallamos algo parecido al texto de Brandt, ya que se satirizan supersticiones y creencias, actitudes y estamentos, por lo que se deduce que todos llevamos puesta la máscara del personaje que tenemos que representar, marcado por la locura o la estupidez, ya que desconocemos la verdad de nuestras acciones.

Podemos establecer, por tanto, una misma conclusión respecto de ambas obras: el ser humano se dirige hacia un futuro que desconoce, manifestando a las claras su naturaleza, que no es otra que la locura o la estupidez.

Hace tiempo que estas dos obras rondan por mi memoria respecto de la situación de España. A la imagen de esta nave de los locos, sin timón ni puerto al que llegar, ni astrolabio o brújula que nos guíe, se une La balsa de piedra (1986) de José Saramago: la Península Ibérica queda a la deriva (tras soltar las amarras geológicas con el resto de Europa) y avanza hacia un futuro incierto. Esa balsa de piedra, sin duda, es una reescritura de una nave de los locos, llevada al terreno político.

Porque sólo un integrante de esa nave o de esa balsa a la deriva puede dar unas explicaciones tan peculiares como las ofrecidas por Mª Dolores de Cospedal sobre la relación laboral de Luis Bárcenas con el PP o puede arrogarse el derecho a no dar explicaciones, como el gobierno de Zapatero tras indultar a un banquero, condenado por varios delitos. Y sólo unos auténticos dementes o estúpidos pueden conformarse con ello o incluso aplaudir esas actuaciones absurdas. Además, o la tripulación está formada por estúpidos o nos toman por tales. Porque nuestro problema fundamental es que España sigue sin estar vertebrada (lástima no tener hoy un Ortega entre nosotros) no ya como Estado, sino incluso como proyecto de futuro. Quienes gobiernan la nave (antes y ahora) no están para eso, sino para hacer juegos malabares o de trilero (dialécticos o presupuestarios) y para entretener al público: así, hoy el bufón es el rey, porque el mundo al revés es el que nos toca vivir cada día. De este modo, el carnaval deja de ser una fiesta popular para la crítica (válvula de escape consentida por los poderosos, nos dice Mijail Bajtin en La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento) para ser una constante social y política. Al menos, deberíamos dedicar unos días al año al buen gobierno, a la ética y a la reflexión, para compensar este cambio de celebraciones.

E la nave va, como en la película de Fellini, cargada de divos y divas, de presunciones y engaños, de hipocresías y rivalidades que acaban con el hundimiento del barco y el sálvese quién pueda de unos y otros a bordo de los botes salvavidas. Aunque aquí ha habido quien ya se había salvado en Suiza antes de que la primera vía de agua amenazara la flotabilidad del tinglado. Ahora que las vías de agua son tantas y que los botes salvavidas son cada vez más escasos, sólo cabe esperar a que la nave encalle en algún lugar, evitando así su hundimiento. Mientras, seguiremos asistiendo a este ballo in maschera tragicómico, con Shakespeare como tema, donde Rajoy se viste de Hamlet, Cospedal de Lady Macbeth, Rubalcaba de Shylock o Urdangarín de Ricardo III, buscando un caballo que lo libre de la cárcel. Quizá sólo nos quede el sarcasmo como bote salvavidas ante un panorama tan desalentador, este elogio de la locura o de la estupidez de unos marinos que creen que estar gobernando el barco es suficiente para justificar su existencia, aunque cada vez haya menos barco y más agua.

 

 

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