Lago Titicaca: Isla de Amantaní

Por Pepe Pont

El pueblo aymara lleva desde tiempos precolombinos viviendo en la meseta andina del Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, situado a 3.612 metros de altura, en la frontera entre Bolivia y Perú.

 

SintuloVista del lago Titicaca desde la isla de Amantaní.

 

Nosotros nos encontramos en el lado peruano. Concretamente en la isla de Amantaní, en medio del lago Titicaca. Situado a unos cuarenta quilómetros al noreste de Puno, cuenta con vestigios arqueológicos de la cultura de Tiahuanaco en la cima de sus montañas: centros ceremoniales al Pacha Tata (Padre Tierra) y a la Pacha Mama (Madre Tierra), los generadores de la vida en la isla, además de un cementerio de momias. Sus habitantes le sacan el máximo rendimiento a lo que les ofrece la isla, ya que viven de la agricultura (cereales y verduras), de la pesca y de la cría de animales (ovejas y alpacas), además de la artesanía (tejidos y cerámica). Esta preciosa isla es más tranquila y menos visitada que sus vecinas Uros o Taquile.

Por otro lado, la isla no dispone de hoteles, por lo que son los propios habitantes quienes ofrecen habitaciones en el que los visitantes pueden alojarse y comida con  que alimentarles. Practican esta suerte de ecoturismo desde hace algunos años y la verdad es que el trato es exquisito.

El día empieza en Puno, donde amanecemos antes de dirigimos al puerto de la ciudad. La embarcación sale desde este punto. Hacemos una parada en la isla de Uros y finalmente llegamos pasado el mediodía a la isla de Amantaní, después de unas tres o cuatro horas de viaje navegado. En el muelle nos está esperando Aurora, la mujer que nos hospedará en su modesta vivienda, ataviada con un vestido típico, formado por una faja negra, una camisa blanca bordada con hilos de colores que ella misma tejió y con la cabeza cubierta con un manto negro, bordado del mismo modo.

Una vez presentados, Aurora nos invita a que la sigamos hasta su casa, donde llegamos después de caminar un cuarto de hora siguiendo un camino marcado por piedras. Una vez allí dejamos nuestros bártulos en la habitación que tenemos en la planta superior y bajamos al comedor.

Aurora está pegada al fuego, preparando la comida, cuando llegan su marido y uno de sus dos hijos. Aprovechamos el rato de espera mientras termina de cocinar para saber algo más de ellos. Carlos, su marido, está convirtiendo el hilo de alpaca en un ovillo. Las habilidades textiles de los habitantes de la isla, que mencionábamos unas líneas más arriba, quedarán demostradas esa misma noche, cuando nos ofrezcan unos chullos típicos hechos por ellos para protegernos del frío y que acabaríamos comprando, a la mañana siguiente, en modo de agradecimiento.

 

static.squarespace1.comRetrato de Aurora nada más desembarcar en la isla.

 

Carlos y Aurora son una pareja joven de algo menos de cuarenta años. Cuentan con otro hijo, que aún está en la escuela. Sin embargo, la secundaria tienen que estudiarla en la península, donde pasan largas temporadas viviendo en casa de algún familiar o conocido.

La comida ya está lista. Aurora nos sirve una deliciosa sopa de quinoa de primero y un segundo plato de ensalada junto con verdura hervida, ligeramente especiada con un ingrediente clave y recurrido en toda la región: el cilantro. En resumen, una comida para chuparse los dedos.

Después de charlar un rato en la sobremesa, salimos a dar una vuelta y subimos hasta la cima de la isla, concretamente hasta los templos dedicados al Padre y a la Madre Tierra, construidos dos mil años atrás. Un lugar precioso, mágico, desde el que además se pueden observar nítidamente ambos lados de la frontera que traza el mismo lago: el boliviano y el peruano.

 

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