La perfección improbable

Por Francisco Traver Torras

 

improbableEs muy probable que Richard Dawkins sea uno de los mejores divulgadores de la biología evolutiva, pero si tiene este mérito es como un subproducto de otras habilidades que le sirven de lanzadera de ideas: la primera es que sabe mucho de biología y etología (su profesión), la segunda es que escribe muy bien, casi mejor que el mejor divulgador que ha existido en el mundo de la ciencia, me refiero a Isaac Asimov. La tercera es que tiene una vertiente polemista que apunta hacia una habilidad que solo poseen unos pocos: sabe polemizar sobre argumentos y no entra en las descalificaciones ad hominem salvo en clave de humor inglés con sus principales adversarios: los creyentes.

Naturalmente sus adversarios son los creacionistas, aquellos que reniegan de la teoría de la selección darwiniana, bien porque la ven como una amenaza a su religiosidad y a la creencia de que Dios y su mano se encuentran detrás de los designios de la naturaleza, o bien porque el proceso de la selección natural no haya sido bien comprendido incluso por cientificos de talla.

Es por eso que Dawkins ha escrito este libro que ha titulado con el nombre de “Escalando el monte improbable”, una metáfora de esa perfección improbable que es la selección natural.

Algo tan simple y tan complicado a la vez que si usted cree que la comprende es que no ha comprendido nada.

Para empezar hay que señalar que los creacionistas tienen razón en una cosa: el azar por sí mismo no es capaz de construir un ojo, una rodilla o un enzima. Seria como esperar que tras el paso de un huracán por un hangar lleno de piezas de avión se montara un Boeing 707 a través de la aleatoriedad de las fuerzas del viento.

Es verdad, la selección natural no es aleatoria, como tampoco es aleatoria esta obra de arte colosal esculpida en el monte Rushmore y que representa a unos cuantos presidentes de los USA de América.

 

monte2

 

Ahi, hay un diseño, una intención, diríamos, la mano del hombre; decimos que hay un designio artificial, una escultura esculpida en la roca. Sin embargo no debemos zanjar el asunto puesto que nuestra capacidad para encontrar patrones alli donde no los hay sino por azar (es decir sin la intención de alguien de mostrar un patrón determinado) es increíble.

Veamos este ejemplo del caballo en el acantilado:

 

caballo

 

¿Cómo podemos estar seguros de que los presidentes de USA son designios (artificiales)  mientras que la cabeza del caballo es un accidente producto del azar de la erosión?

No contestaré a esta pregunta porque estoy seguro de que el lector conseguirá encontrar diferencias por sí solo. Pero me valdré de ella para plantear la siguiente: ¿la evolución natural es un designio?¿ es fruto de algún Diseñador o por el contrario es fruto del azar?

Lo cierto es que todo parece señalar en la dirección de que un ojo o un enzima no pueden ser construidos por la implementación de unas piezas al azar, todo pareciera señalar en la dirección de que existe un Gran Arquitecto, como dicen los masones con una escuadra y un compás gigante haciendo diabluras en su gabinete.

Y los que asi piensan no han comprendido aún que la selección natural no es una teoría de probabilidades. La perfección del ojo no es ni un accidente, ni un designio, sino un diseñoide.

La diferencia entre designio y diseñoide es dificil de pillar. El diseñoide parece hecho a propósito, siguiendo algún plan, tal es su perfección y su eficiencia pero ya hemos descartado el azar. ¿Pero si no es fruto de azar entonces qué es?

Para intentar entender mejor esta idea tenemos que volver a los dos mecanismos que intervienen en la evolución: la selección y la mutación.

De estos dos procesos hay uno -la selección- que no se debe en absoluto al azar sino que se encuentra relacionada con las posibilidades de supervivencia y de adaptación a un ambiente dado. La mayor parte de los diseños inútiles se descartan y hay más diseños inútiles que útiles. Nosotros vemos el ojo que es un artilugio útil pero no sabemos cuantos intentos de construir ojos inutiles descartó la evolución en ese ascenso al monte improbable. En realidad solo unos cientos de ojos han probado su eficiencia, y son lo que quedan, pues estos diseños han sido seleccionados (seleccionados y no solamente eliminados) precisamente por su perfección. Se han acabado imponiendo en el mercado como los teléfonos móviles a los fijos, por asi decir.

Existen pues más formas de empeorar algo que de mejorarlo. Pero lo peor -los hándicaps- no se seleccionan, desaparecen o se ocultan en la estrategia sexual o diploide, que para eso existe: un juego de genes puede compensar los defectos del otro.

Por su parte la mutación, es decir aquellas pequeñas modificaciones genéticas que introducen o aportan novedades al ADN si son azarosas, (aunque hay mutaciones que no lo son, como las provocadas por las radiaciones ionizantes), pero la mayor parte son inviables o letales.

De manera que la selección darwiniana es un proceso estocástico que combina elementos del azar (la mutación), con otros elementos (la selección) natural que opera de un modo tautológico, solo vemos y observamos aquellos diseños que han tenido éxito. Eso es precisamente un diseñoide.

Una de las caracteristicas de los diseñoides es que nos resulta difícil saber cómo han llegado a presentar tal perfección. Es más difícil para nosotros comprender como se las arregla una araña para construir su tela de seda que para ella llevarla a cabo. Una obra de ingeniería de esas características y cuya simulación por ordenador consumiría grandes recursos (aunque tal simulación existe), la simple araña vulgar la lleva a cabo: simplemente la hace sin saber nada de telarañas. Es por esta razón por la que suele decirse que la evolución primero resuelve un problema y luego nosotros nos preguntamos cómo lo hizo.

Lo hizo de forma escalonada y gradual, muy poco a poco y descartando los diseños inutiles que no servian para atrapar moscas.

Y aquí se encuentra otra de las claves de la incomprensión de la evolución darwiniana. Capturados como estamos por la falacia de la discontinuidad. Nos imaginamos la evolución a saltos, tras catástrofes o rupturas, no estamos acostumbrados a pensarla desde un punto de vista gradual, sin pendientes, ni barrancos, la pensamos como un monte improbable de escalar. No caemos en la cuenta de que la selección natural solo necesita dos ingredientes: tiempo y la necesidad de sobrevivir y reproducirse.

Y las dos condiciones se dan en la naturaleza.

 

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