Riesgo de obesidad y las normas sobre el comer impuestas por los padres en la infancia

En las naciones industrializadas, el sobrepeso y la obesidad han registrado un preocupante auge. El problema también afecta claramente a la población infantil y adolescente. En países como Estados Unidos, se habla ya de «epidemia», por la gran incidencia del sobrepeso y la obesidad en el país.

Casi el 17 por ciento de los niños y adolescentes estadounidenses entre 2 y 19 años de edad son obesos. Ante esta situación, toda investigación que permita conocer mejor los factores que conducen a una incidencia tan alta del sobrepeso y de la obesidad, es muy útil.

El equipo de la investigadora Halley Morrison, de la Universidad del Estado de Washington, en Pullman, Estados Unidos, y Tom Power, catedrático del Departamento de Desarrollo Humano en la misma universidad, hizo un análisis detallado de datos poblacionales, de salud y de otros tipos, detectando varias correlaciones llamativas.

Los hallazgos hechos en el estudio sugieren que en los hogares en los que la madre, el padre, o ambos, se empeñan en terminar de comer todo lo que quede en el plato aunque ya no tengan hambre, y que además hacen la misma exigencia a sus hijos pequeños, y les prohíben comer fuera del horario habitual, se forja en esos niños una actitud de aversión a bastantes tipos de alimentos. De simplemente no gustarles, pasan a detestarlos. Y también desarrollan otras actitudes quisquillosas y maniáticas sobre los alimentos en general.

Cuando la situación en casa está en el polo opuesto, con la madre, el padre, o ambos, comiendo a cualquier hora y siempre sólo aquello que les apetezca, el ejemplo que le dan al niño presente, y la excesiva libertad que a veces también pueden concederle a éste para hacer lo mismo, dan a menudo como resultado jóvenes glotones, aficionados a comer, sin más límites que el hartazgo, golosinas y todo aquello que les guste, aunque sea poco sano.

 

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La hora de la comida puede resultar un fastidio para algunos niños si se les obliga a comer más aunque ya se sientan llenos. (Foto: Debora Cartagena / CDC)

 

Los dos tipos de hogares pueden acabar generando jóvenes con sobrepeso u obesidad, lo cual a su vez suele acarrear problemas de salud como presión arterial alta, problemas respiratorios, apnea del sueño, y otros.En el caso del hogar muy permisivo con la comida, el motivo de que los hijos ganen kilos de más resulta evidente, y los efectos son inmediatos.

En el caso del hogar muy estricto con la comida, los efectos no son inmediatos, pero el motivo también se puede entender. En cuanto los niños crecen y su grado de independencia aumenta lo suficiente como para poder decidir qué comen y qué no, tienden a tomarse la revancha y a buscar darse atracones de alimentos que no se les permitía comer cuando eran más jóvenes. Esto puede llevarlos a consumir alimentos poco saludables en cantidades que aumentan su riesgo de volverse obesos.

¿Qué hacer pues para reducir el riesgo de que los niños de hoy sean los adultos obesos de mañana?

Los resultados del estudio sugieren que una familia es capaz de cambiar con éxito sus conductas alimentarias. Entre estos cambios, se puede incluir el servir en el plato porciones más pequeñas de comida y luego dar más a los niños en caso que estos así lo pidan. Esto crea una experiencia positiva para un niño a la hora de comer, ya que siente una sensación de logro si antes tenía que comerse contra su voluntad un plato lleno y ahora ya no, y además es menos probable que coma en exceso.

Power aconseja también que cuando un niño en edad preescolar dice que está lleno y todavía tiene comida en su plato, es importante que los padres lo escuchen y confíen en él. También conviene «limitar la disponibilidad de alimentos que son poco nutritivos y ricos en calorías, como por ejemplo dulces, pero no convertirlos en fruta prohibida», explica Power.

Algo importante que subraya Power es que por lo general se necesitan hasta ocho exposiciones a un alimento nuevo antes de que un niño desee comerlo, algo que responde a un instinto natural que a nuestros ancestros les servía para asegurarse de que el nuevo alimento no era tóxico ni peligroso. Por tanto, no hay que desterrar un alimento porque no le haya gustado al niño la primera vez, y al mismo tiempo hay que tener paciencia si no le gusta las primeras veces.

Otro detalle importante, que a menudo bastantes padres pasan por alto, es que los niños en edad preescolar tienden a tener hambre cada dos o tres horas, y también se quedan saciados con más facilidad que un adulto. Pretender que sigan el mismo horario de comidas que los padres u otros adultos, puede forzarles a pasar hambre a ratos y a sentirse demasiado llenos otros. Por tanto, aunque no se coman todo lo que se les pone en el plato, sí pueden estar dispuestos a tomar un par de horas después un tentempié (que los padres deberían procurar que fuese saludable, como por ejemplo si está integrado por fruta).

«Es importante que los padres sean conscientes de los hábitos alimentarios en el hogar y de cómo alimentan a sus hijos», señala Morrison. «Ello ayudará a que sus hijos desarrollen una relación sana con la comida que luego puede trasmitirse de modo natural a generaciones futuras».

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