Estrategias contra la represión sexual

Por Israel Sánchez

Kamasutra

 

Vivimos en una constante y universal insatisfacción sexual que apenas se desahoga momentánea o localmente. El sistema nos enseña que dicha insatisfacción no existe o, cuando no puede ocultarla, que es absolutamente individual y culpable, pues él pone todos los elementos necesarios para que el ciudadano maduro y responsable no llegue a experimentarla. Como todas las represiones, busca su ventaja máxima en la ocultación: la represión que no se conoce no puede ser jamás desreprimida ni satisfecha.

No pretendo argumentar en este texto que la represión existe, sino explicar muy brevemente por qué y cómo existe, así como el cambio de orientación que la cultura sexual requiere para dejar de constituir un territorio de frustración.

¿Cómo enfocamos la satisfacción sexual, y por qué  este enfoque se muestra ineficaz?

Nuestra cultura nos ofrece un “catálogo” de estilos sexuales que se reduce a una serie de variaciones entre tres familias de modelos. El primero, tradicional e incomunicativo, orientado sin disimulo hacia la fecundación y el orgasmo del varón, se muestra profundamente ineficaz en tanto que establece una relación de profunda desigualdad entre los miembros de la pareja sexual, despreciando la satisfacción de la mujer y convirtiendo la del hombre en una lucha territorial frente a los otros hombres (este modelo, desarrollado).

El segundo, al que llamo de “arropamiento afectivo”, es el resultado de la reacción femenina frente al primero, y se establece ente individuos de sensibilidad más igualitaria, incómodos ante la desaprensiva actitud del modelo tradicional. En este modelo, el acto sexual se cubre de una película de protección emocional y negación de la voluntad que pretende compensar la falta de respeto que el modelo tradicional implica. La utilización de la mujer por parte del hombre se sustituye por concesiones de distinta amplitud a la sensibilidad del utilizado. Es el modelo del triunfo relativo del esclavo. La atención se desplaza del acto sexual al acto emocional, porque el esclavo sexual saca a la luz su opresión, que debe ser consolada. No es otra cosa la que subyace al sexo romántico, propuesto por el discurso del amor. El sexo como tal queda apartado y de nuevo reprimido. El esclavo no está hablando de sexo, mientras que el amo disimula que quiere hacerlo. Como resultado latente, o no tanto, la guerra de sensibilidades entre géneros. El hombre y la mujer se encuentran en la cama, pero descubren y expresan su desencuentro en cuanto salen de ella. Donde parecía que había una comunión emocional sólo existe una forma mitigada de sensibilidad tradicional que se ha plegado a una actitud más práctica (este modelo, desarrollado).

La voluntad de dominio aflora de nuevo en el tercer modelo, el ofrecido por la pornografía de consumo masivo, en la que el hombre y la mujer simulan un acto de humillación sexual que constituye, en realidad, una humillación verdadera. Este modelo se ha impuesto progresivamente a través de internet hasta convertirse en nuestra principal escuela sexual. Hoy por hoy, su supuesta fantasía sadomasoquista ha adquirido categoría de modelo sexual por defecto, devolviendo a la mujer a una nueva forma de sumisión sin condena moral porque es aceptada voluntariamente. Pero, en esta representación de la victoria del sexo opresor sobre el oprimido, de gran revancha frente a la represión emocional del amor, que restituye el triunfo del varón con la saña propia de quien se ha sentido discutido en su dominio; en ese mensaje que el varón envía a la mujer desde el consumo masivo de pornografía, en el que dice: “¡Mirad, mujeres! Esto es lo que realmente tenemos para vosotras! Si queréis acceder al hombre tendréis que aprender a disfrutar de ello.” En esta orientación que adopta el acto sexual, digo, ¿dónde queda la satisfacción sexual misma?

Ninguno de estos modelos puede generar otra cosa que represión sexual. Ni la tendencia biológica a buscar periódicamente placer sensual es atendida por ellos, ni la presión mediática que excita una actitud consumista encuentra final en el uso del otro como objeto siempre insuficiente.

¿Qué tratamiento requiere nuestra cultura sexual para escapar de este bucle represivo?

En primer lugar, restituir la cultura sexual, la vida sexual y los actos sexuales mismos, al territorio analítico que les corresponde. El sexo se traduce en actos humanos, mayoritariamente interactivos, y por lo tanto constituye un ámbito para la ética. Las respuestas a la represión sexual han partido de la relación de poder en el conflicto entre géneros, o de las propuestas que el mercado ha ofrecido para satisfacer una necesidad previamente generada por él mismo.

Así, dos dinámicas insatisfactorias alimentan nuestro espejismo de libertad sexual plagada de alternativas: la exacerbación de los modelos y la proliferación de diferentes combinaciones de los mismos. Las diversas orientaciones sexuales publican su particular carta a los Reyes Magos mientras el mercado procura atender a todas ofreciéndoles la herramienta que en teoría mejor puede adaptarse a su antojo.

Pero la voluntad no es puesta jamás en tela de juicio. Como una absurda excrecencia del liberalismo salvaje, la cultura sexual se presenta a sí misma como un lugar en el que queda prohibida la distinción entre bien y mal. El individuo debe luchar por su derecho a obtener aquello que desee, de modo que su único trabajo intelectual será encontrarlo y expresarlo. Así, la generación de esos deseos queda, como en cualquier otro terreno de la vida en el sistema capitalista patriarcal, en manos de la propaganda del propio sistema. Cada individuo, en su exigencia de ser respetado y satisfecho al desear, se convierte en una célula reproductiva del sistema y, paradójicamente, de su propia represión, que le llevará a redoblar sus esfuerzos por autosatisfacerse, reproduciendo el sistema de manera aún más eficaz.

La primera tarea que la persistente represión sexual pone ante nuestras manos es la de preguntarnos por el “deber ser” del sexo. No tenemos otra que afrontar la tarea contracorriente de plantearnos, no el sexo que queremos, sino el sexo que debemos, en la confianza de que el deber es el deber de la vida buena; de que lo que decidamos que es mejor será también lo que mejor nos satisfaga, incluso aunque no sea lo que ahora parezca apetecernos más. Mientras posterguemos esta tarea estaremos postergando enfrentarnos a una adicción social que nos pone a los pies de los caballos del sistema. Corriendo detrás del sexo que nunca alcanzaremos hacemos girar la rueda que machaca nuestras vidas.

Es improbable, ya lo adelanto para exorcizar parte de los temores que la ética suscita, que, siguiendo esta línea de reflexión, vayamos a darnos de bruces con viejos sexos conocidos.

 

 

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