…En tiempo de miseria (XX) – Una reescritura del Libro de Job

Por Luis Martínez-Falero

 

LuisMartinez-FaleroCuando Dios aquel día se asomó al abismo y llamó por el hueco del universo a su homólogo del Inframundo, dudó si iba a contestar a su llamada aquel empleado despedido por él (en el primer ERE de la Historia), ahora establecido por cuenta propia en el Infierno de los autónomos. Pero sí: contestó enseguida. Uno no olvida nunca a quien nos proporcionó nuestro primer empleo. Dios interpeló a Lucifer (Lucy para amigos y conocidos, como filólogos, poetas y otros condenados) sobre si recordaba a Job. Lucy asintió. Resultaba difícil olvidar a un humano al que sometieron a prueba, por acuerdo del Supremo y su ex-empleado, para conocer la resistencia de su fe, lo que supuso desposeerlo de sus bienes, provocar que la familia lo abandonara, quitarle la casa (ahí la PAH llegó tarde) y que terminara viviendo en un estercolero, con el cuerpo cubierto de pústulas malolientes e imprecado por sus presuntos amigos. Luego Dios lo premió, sí, pero a ver quién compensa todo eso. Ni con un Jaguar en el garaje o con un cursillo de golf pagado por el Ayuntamiento de Madrid se puede olvidar ese sufrimiento. Pero Dios quería repetir el experimento a la inversa. Había que elegir a un tipo mediocre, feo, presuntuoso, sin carisma y con un discurso simple y trillado, darle todo lo que deseara y ver si era capaz de agradecer algo a alguna de las personas que lo habían ayudado, apoyado, defendido y que habían ofrecido su propia mejilla para recibir el bofetón que correspondía al elegido. Con tales condiciones, encontraron a José María Aznar como sujeto del experimento. No es que no hubiera otro disponible en ese momento o que los otros se resistieran a aceptar el juego. No. Es que Aznar era el único en el mundo que cumplía todas las condiciones.

Así, Dios y Lucifer proporcionaron a este humano una ideología, que participaba de elementos aportados por ambas instancias sobrenaturales, y lo colocaron como cabeza de lista de un partido político en Castilla y León. Perdió las elecciones. Pero para que el plan pudiera funcionar, provocaron que quien lo había derrotado fuera acusado de corrupción y éste, muy dignamente dimitió, fue juzgado y absuelto de todos los cargos. Mas ya era tarde: José María Aznar era presidente de la Comunidad Autónoma. Desde ahí había que lanzarlo a la Presidencia del Gobierno. Entonces Lucifer aportó como eficaz instrumento Filesa, Roldán y los GAL. Los efectos fueron suficientes para que Aznar ganara las elecciones, aunque justito, justito. Se revistió de los valores eternos de la patria: su figura era el Cid Campeador y el Apóstol Santiago (en su advocación de Matamoros), Guzmán el Bueno y Speedy González (conexión con Hispanoamérica, evidente en su uso del spanglish). Inventó entonces la burbuja inmobiliaria y consiguió convertir España en un modelo de desarrollo económico. Luego vino la guerra (Irak), el chapapote, el episodio cruel y vergonzoso del Yak-42 y la actuación no menos bochornosa tras el 11-M, con la mentira repetida como un mantra (“Ha sido ETA”) o la excusa de tintes sobrenaturales (“Han sido los elementos”, como Felipe II respecto de la paradójica “Armada invencible”). Y alguien sacó la cara por él, dándonos lecciones sobre hilillos de plastilina, como si fuéramos parvulitos. Esta lectio magistralis sobre manualidades en Educación Infantil le valió al interesado ser nombrado candidato a la Presidencia del Gobierno: Mariano Rajoy.

Bien. Sea por Lucy, sea por Dios, a la tercera oportunidad ganó Mariano, en plena crisis. Tras un plazo razonable, Dios y Lucifer decidieron que ya era la hora de la verdad, cuando había que comprobar si el sujeto del experimento era agradecido y merecía el cielo (apuesta de Dios) o si era un traidor, que además mentía y falseaba la realidad, porque su único interés era seguir apareciendo como el salvador de la patria (apuesta de Lucy). Y entrevistaron a Aznar en Antena3 y el resto ya es historia. Perdió Dios, ganó Lucy. En realidad, ¿ganó alguien?

Estaban empatados. Dios había ganado apostando por Job, pero había perdido al apostar por Aznar. Había que desempatar. Esta vez quedaron en verse en el Purgatorio, ese espacio intermedio que evitaba problemas de lindes, tan engorrosos ahora que habían subido las tasas judiciales. Además, Lucifer tenía miles de abogados, mientras que Dios sólo disponía de especialistas en Derecho Canónico, cuya única habilidad era conseguir la anulación del matrimonio de famosas, alegando inmadurez o matrimonio no consumado, aun siendo madres de familia numerosa.

Tras deliberar no mucho tiempo (a Dios le molestaba el olor a azufre y a Lucy el olor a incienso), plantearon la siguiente cuestión: ¿podría haber un hombre que, después de alcanzar el poder político, olvidara sus promesas y cambiara leyes de manera innecesaria, recortara los salarios hasta asfixiar la economía de las familias, redujera los derechos de sus ciudadanos y olvidara a los parados, desahuciados y hambrientos que, en número creciente, habitaban en su país? Dios dijo que aquello era imposible. Lucifer recordó entonces que tenía que cambiar ya la barba postiza y tenía que seguir ensayando lo del frenillo en la lengua. Lo de llevarse bien con Rouco siempre le había resultado muy sencillo.

 

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