¿Quién nos protegerá de los que nos protegen?

Por René Rodríguez Soriano

 Quien-nos-protege
Quién nos protegerá de quienes se empecinan en protegernos. En la palabra  está  el horror y la indignidad del odio y el oficio de la autosuficiente prepotencia del ultraje y la indiferencia. 

Oslo, Noruega.- Centenares de personas se congregaron ayer en una iglesia de Nesodden, municipio a la orilla del fiordo de Oslo, para despedir a Bano Rashid, una chica de 18 años de origen kurdo, víctima de la matanza perpetrada hace una semana por el extremista Anders Behring Breivik en la isla de Utoya. La adolescente, de largos cabellos castaños, llegó en 1996 a Noruega huyendo de Irak con su , en busca de . AFP, sábado 30 de julio de 2011.-

Santo Domingo, RD.- Francisco (Francis) Núñez. Trece años y algunos meses de edad. Campeón Nacional Infantil Escolar en la modalidad de salto largo, corrió ayer por última vez en el Centro Olímpico. Un militar le disparó por la espalda con su fusil y le destrozó el corazón. El Sol, miércoles 27 de agosto de 1980.-

Con la pregunta como dogal de lodo  apozada en la garganta me siento a ver cuando ya casi el rojo cruza las luces verdes, indicadoras de que no aparecerá ningún desaprensivo tren, y veo a Rebel soltar el azul. Los deja que rueden y rueden; que crucen domos y badenes, puentes, líneas ferroviarias, bosques y praderas plagadas de serpientes y caimanes. De un momento a otro, por alguna de esas leyes de la física o la gravedad (quién sabe), el rojo, que había salido con bastante antelación, ha dado tantas vueltas que casi empieza a pisarle los talones al auto azul que definitivamente tomó la delantera. El rojo, me dice, es mi favorito color. No bien termina de decirlo, saca de circulación el auto azul y me dice que prefiere ver una película o salir al sol, tal vez a comprobar si hay claros síntomas de comprensión o incomprensión entre los cuervos y las tórtolas por los alrededores de la laguna. También el green es mi favorito color, dice y se desentiende totalmente de las preocupaciones cromáticas y del mundo que se deshilacha afuera.

Las ardillas van de un árbol a otro sin pagar peaje, sin que nadie revise si llevan cinto o quiensabequé artefacto oculto bajo su chaleco. Rebel —asumo yo— se devana los sesos por entender por qué tiene que sacarse sus relucientes zapatillas de Spiderman para cruzar por debajo de un arco que en nada le recuerda toboganes ni laberintos de los tantos que hemos compartido ante la indiferencia de los patos que nadan o caminan sin la previsión de que a cualquier rufián se le ocurra intoxicar las calmas aguas del estanque o abonar con alquitrán la grama. Él sólo quiere montarse en el avión; que éste alce el vuelo y que crucemos sobre el  o la jungla (igual da) y que alguien nos recoja del otro lado sin que ni siquiera tengamos que golpear  ni ventanas. Cómo, me pregunto, se las ingeniaría El Gato Félix para cruzar con su utilitario maletín ante las agrias miradas de las  y los antipáticos agentes de Inmigración.

El yellow es otro de los favoritos colores de Rebel; el yellow , el yellow escudo/corazón del Chapulín y el yellow . Jamás el yellow frenesí de Gru y su pandilla de villanos. Prefiere, y así lo hace constar, el orange amianto de los bomberos y del Rescue, que acuden presurosos con su bocina a todo tren por los retortijones del . Y esa música pregunta, cuando escucha la sirena y se apresta a establecer las abismales distancias que separan los mundos del Guasón y Batman. Yo trazo curvas, rectas y líneas quebradas sobre una pantalla incierta con el predeterminado propósito de pintarle un puente seguro para cruzar de un lado a otro sin que, tan siquiera un poco, le distraiga el brillo incierto de una flor de poliestireno o plexiglás… Las arañas son buenas, me dice con tanta seguridad, como si tratara de desenmadejarme el intrincado hilo que me turba y conturba la calma y la paz desde que desconfío hasta de la propia palabra confianza, sus sinónimos y antónimos.

Quiero tejer un nido de gorriones, intento afinar. Y me interrumpe. Canta Thriller, me dice y me sobrecoge, me arrincona y me arruga… tan sólo de pensar en tantos terroríficos matadores, traficantes que aterrorizan la noche, el aire y el día. Pero pienso en Borges y sus espejos. Negados, negadores; ya ni siquiera se molestan en demostrarnos que en nada nos parecemos a sus imágenes o a las imágenes que tenemos de nosotros. Quién nos protegerá de quienes se empecinan en protegernos. En la palabra Oficial está todo el horror y la indignidad del odio y el oficio de la autosuficiente prepotencia del ultraje y la indiferencia. No canta quien tiene ganas sino quien sabe cantar, le advierto y le hablo del Martín Fierro que, total le suena igual que el nido de gorriones, la yerba que nunca ha sido pisoteada o Las mañanitas.

Entonces pienso en Bertold Brecht y lo antepongo a Rambo, al Terminator, los buitres, la carroña y elárbol que se la come… Era más seguro el mundo antes del 9-11, me pregunto. Hago y deshago la respuesta que, de antemano, no responderé; mucho menos pensar en escribirla: el mundo que conozco nunca ha dejado de oscilar al borde. Esa fecha, en los engranajes rotos de un reloj que nunca tuve, apenas suma un episodio más de un espantoso filme que no hay manera de parar. Y vuelvo a Rebel, para mirar desde sus ojos —sin falsos cromatismos ni aprensiones—, vías expeditas para transitar sobre la cuerda floja; él prefiere los rojos y amarillos de Miró, para nada le atraen los grises y el naranja turbio de El grito de Munch (entonces pienso en Bano Rashid y en Francis Núñez; el grito que les secó la risa y el vuelo antes y después de que las torres se desparramaran hacia adentro). Abro de nuevo el libro. Qué dice ahí, pregunta y le cuento lo que leo al margen: sobre sus bisabuelos dominicanos y peruanos, a quienes nunca ha visto ni siquiera en foto. Pienso en Piglia y en los mecanismos del recuerdo; pienso en Tabucchi, sobre todo en su afán de extraer lo existente de lo no-existente, de relatar un mundo cada vez más ancho y ajeno; y lo invito a nadar El fuegode Manuel Valerio o las profundas aguas de Heráclito. Vuelve y se va.

Siempre me ha seducido la Babel de lenguas que se desmadeja, trota, empuja y aglutina por los laberintos de las terminales de los aeropuertos; me encantan los semáforos, las tórtolas y las cigüitas palmeras; odio la atrabiliaria pulcritud con la que te reciben o despiden los atildados oficiales de Inmigración y Aduanas. Sobre todo si voy en compañía  de Rebel y su acuarela repleta de preguntas y acertijos. Y, como si fuera algún personaje de Cabrera Infante o de Cortázar, hablando casi en glíglico o no sé qué, traduciendo una mixtura de lo que oye o lo que ve… Cuándo subimos en el avión, me pregunta. Y mira, se pierde en los destellos y parpadeos de pantallas, valijas e indumentarias. Ansía, sueña con llegar al otro lado. Ni sabe ni le importa qué dicen los noticiarios sobre Oslo, Somalia, Wall Street o el Polo Sur.

Ya dentro de cabina, intento sumergirme en las páginas de algún libro, un libro grande y ancho, con unas tapas negras, negrísimas. Qué haces me pregunta. Leo, estoy leyendo, le digo y creo que con ello sacio su curiosidad. Quiero leer también, me dice y se acerca. Qué dice aquí y le contesto cualquier cosa y entonces me pregunta ¿y aquí? Y le invento y le invento y, ante cada nueva invención, viene una nueva pregunta. Tienes que ajustarte el cinturón de seguridad, le digo. ¿De seguridad? Qué cosa es me pregunta. Trato de explicarle, pero nos interrumpe la sobrecargo de la aerolínea que trae un jugo amarillo y otro rojo y le digo que el amarillo es de naranja y me increpa, cuestiona y asegura. El de naranja es orange, no yellow; no puede ser. Estás seguro le pregunto. Por toda respuesta me muestra, ya ajustado, el cinturón.

Mi nieto, con una sintaxis muy particular, sólo habla en líneas generales. A veces sonríe; otras, mira de medio lado, como Pedro Navaja o El Sastrecillo Valiente. Dudo que tenga idea de cómo era el mundo antes de que rusos y estadounidenses llegaran a la luna; ni se entera, siquiera, de las radiaciones, bacterias, preservativos y colorantes de los alimentos. Le teme a las cosas vivas y enjauladas (conejos, mariposas y palomas). Quiero volver a casa, me mira y me dice tajante. No tiene certeza de la distancia que media entre el mañana y el ayer. Tampoco yo, enmarañado en la salva de mensajes visuales y auditivos que desde su cabina y a su antojo difunde y autoriza el capitán de la aeronave, puedo prefigurar la gama de matices ni la dimensión de una pena, que aún no se asoma a los ojos de Rebel. Mecesito (así lo dice) irme ahora. Y aunque no sabe, ni le preocupa qué forma tenía el mundo ni la que tendrá, está pendiente de apagar cuatro velitas con sus favoritos colores, cuatro o cinco días antes de la conmemoración del 9-11. I’d rather watch, me dice mientras empujo mis entresijos e interrogantes por el calendario y las aceras.

 

Fuente: MediaIsla

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