Lugares invisibles – De la tristeza

Por Javier Vayá

 

Articulo-015-715x1024Se puede observar en las calles de cualquier ciudad. A poco que uno mire a su alrededor la encontrará allí, en la mirada perdida del camarero que sirve el café por la mañana, en el sombrío caminar de la mujer que lleva a sus hijos al colegio, en el lúgubre buenos días del vecino del cuarto, en la congoja del gesto y el suspiro ahogado en los viajeros del metro o el autobús. Es la tristeza que se ha incrustado en nuestra vida cotidiana, como un virus o una plaga silenciosa e invisible pero de terribles efectos en nuestro organismo vital.

Es más, solo hace falta agudizar un poco más esa mirada para contemplar los estragos de dicho virus y la rapidez malsana en que muta hacia la desesperación. Para ello solo es necesario pasar cerca de un contenedor de basura y darte cuenta que la persona que busca ansiosamente el tesoro que para otro fue desperdicio no es tan distinta a ti como te gustaría creer o cruzarte con una familia del barrio que al verte agachan la cabeza disimuladamente cargando el carro de comida que les han dado en alguna parroquia o banco de alimentos, o saber que a algún conocido lo han desahuciado por deber dos meses aun teniendo trabajo y lo que considerabas una vida “normal”. Simplemente con ver como la legión de gente pidiendo para comer aumenta cada día y la diversa procedencia de ellos, la desesperación no solo se muestra victoriosa ante tus ojos sino que además se contagia a velocidad de vértigo.

En realidad la tristeza no se ha instalado de manera casual o fantasmagórica entre nosotros, nos la han inoculado nuestros dirigentes con su desfachatez gestión de eso que llaman crisis y no es más que un trasvase de derechos. Nos han robado la alegría, los sueños, el futuro y lo han hecho riéndose en nuestra cara. De las proclamas más repugnantes, y hay demasiadas, que se han podido escuchar en boca de estos ladrones de manchado guante está aquella tan famosa, y que apelaba a la culpa judeo-cristiana, que dice que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Yo me pregunto cuáles eran esas posibilidades tan fuera de nuestro alcance que quisimos alcanzar, enumeremos alguno de esos pecados tan graves que cometimos.

Quien sacrificó sus mejores años de juventud esforzándose en estudiar tan solo quería poder dedicarse a su vocación, a un trabajo que le gustara y le hiciese sentirse realizado. Sus padres que en la mayoría de los casos tuvieron que hacer auténticos milagros para pagar esos estudios tan solo pretendían que sus hijos pudiesen disponer de ese futuro que a ellos quizá se les negó. Quien no estudió se conformaba con tener un trabajo no demasiado alienante con el que subsistir, un sueldo decente, la seguridad de atención médica, unas vacaciones una vez al año, un techo que dejar a sus descendientes, comida en la nevera, poder salir al cine, a cenar o a un concierto de vez en cuando, tomar una cerveza o comprar los regalos de Navidad a sus familiares. Soñar vagamente con un merecido e improbable ascenso, un billete de lotería del que Hacienda se llevara un desmesurado porcentaje, ser reconocido o recompensado en el trabajo, disfrutar los ratos libres de la familia y los amigos, esas eran las posibilidades de la mayoría de los mortales. Por no mencionar a quienes cometieron la terrible desvergüenza de querer ser artistas y ganarse la vida con ello, el mayor de los pecados posibles.

 

Metropolis 2

 

Porque luego fueron ellos los que nos convencieron de que esa casa podría ser más grande y con piscina, aquel coche más seguro y veloz, de la necesidad imperiosa del nuevo teléfono móvil y lo obsoleto de esa televisión cuando cualquiera podía acceder a tener la última sensación de pantalla gigante y plana en su casa. Fueron ellos quienes nos enseñaron e inventaron el concepto de obsolescencia programada. Y aun así no hicimos nada malo aunque ahora pretendan culparnos, nos dijeron que una vida mejor era posible y les creímos, pero nadie nos regaló nada y hasta el último capricho lo pagamos con nuestro sudor y a precio desorbitado. No existe en esto ningún pecado, tal vez la ingenuidad de creer que iban a permitir que la clase obrera dispusiese de tantas comodidades una vez les hubiéramos llenado los bolsillos hasta que reventaran.

Ahora, cuando la tristeza, la desesperación y la miseria han alcanzado con sus garras a la mayoría de ciudadanos, aparecen ellos en televisión sonrientes y dándose golpes en el pecho diciendo que en cosa de un año o así las cosas comenzarán a ir mejor. Aunque fuese cierto no dicen a cuenta de cuántas vidas, obvian que existe demasiada gente que ya no tiene un año, ni una semana ni un día. Pero es que además mienten, saben que ya nada volverá a ser igual, junto a la tristeza inocularon el miedo y la necesidad y cuando la gente vive presa del miedo y la necesidad no tiene tiempo de pensar y si no piensan no peligran ellos en sus tronos construidos con lo que nos ha sido arrebatado. Solo espero que se equivoquen y que tras la tristeza y la desesperación la siguiente mutación natural del virus sea la rabia, la peligrosa rabia de quien ya no tiene nada que perder porque todo lo ha perdido ya.

 

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