Buster Keaton (1895 – 1966). «En América no hay ruiseñores»

Por Teresa R. Hage

 

 buster keaton

 

Diálogos
[1928]
Federico García Lorca

 

El paseo de Buster Keaton

 GALLO. Quiquiriqui

           (Sale Buster Keaton con sus cuatro hijos de la mano.)

BUSTER K. ¡Pobres hijitos míos!

            (Saca un puñal de madera y los mata.)

GALLO. Quiquiriquí.

BUSTER K. (Contando los cuerpos en tierra.) Uno, dos, tres y cuatro.

            (Coge una bicicleta y se va.

            Entre las viejas llantas de goma y bidones de gasolina,

            un negro come su sombrero de paja.)

BUSTER K. ¡Qué hermosa tarde!

           (Un loro revolotea en el cielo neutro.)

BUSTER K. Da gusto pasear en bicicleta.

EL BÚHO. Chirri, chirri, chirri, chi.

BUSTER K. ¡Qué bien cantan los pajarillos!

EL BÚHO. Chirrrrrrrrrrrr.

BUSTER K. Es emocionante. (Pausa.)

            (Buster Keaton cruza inefable los juncos y el campillo de centeno.

            El paisaje se achica entre las ruedas de la máquina. La bicicleta

            tiene una sola dimensión. Puede entrar en los libros y tenderse en

            el horno de pan. La bicicleta de Buster Keaton no tiene el sillón de

            caramelo, ni los pedales de azúcar, como quisieran los hombres

            malos. Es una bicicleta como todas, pero la única empapada de

             inocencia. Adán y Eva correrían asustados si vieran un vaso lleno

            de agua, y acariciarían en cambio la bicicleta de Keaton.)

BUSTER K. ¡Ay amor, amor!

            (Buster Keaton cae al suelo. La bicicleta se le escapa. Corre

            detrás de dos grandes mariposas grises. Va como loca, a medio

            milímetro del sueño.)

BUSTER K. (Levantándose.) No quiero decir nada. ¿Qué voy a decir?

UNA VOZ. Tonto.

BUSTER K. Bueno. (Sigue andando.)

            (Sus ojos infinitos y tristes como los de una bestia recién nacida,

            sueñan lirios, ángeles y cinturones de seda.

            Sus ojos que son de culo de vaso. Sus ojos de niño tonto. Que son

            feísimos. Que son bellísimos. Sus ojos de avestruz. Sus ojos humanos

            en el equilibrio seguro de la melancolía.

            A lo lejos se ve Filadelfia.

            Los habitantes de esta urbe ya saben que el

            viejo poema de la máquina Singer puede circular entre las grandes

            rosas de los invernaderos, aunque no podrán comprender nunca

            qué sutílisima diferencia poética existe entre una taza de té caliente

            y otra taza de té frío.

            A lo lejos, brilla Filadelfia.)

BUSTER K. Esto es un jardín.

            (Una Americana con los ojos de celuloide viene por la hierba.)

AMERICANA. Buenas tardes.

            (Buster Keaton sonríe y mira en gros plan los zapatos de la dama.

            ¡Oh qué zapatos! No debemos admitir esos zapatos. Se necesitan

            las pieles de tres cocodrilos para hacerlos.)

BUSTER K. Yo quisiera…

AMERICANA. ¿Tiene usted una espada adornada con hoja de mirto?

            (Buster Keaton se encoge de hombros y levanta el pie derecho.)

AMERICANA. ¿Tiene usted un anillo con la piedra envenenada?

            (Buster Keaton cierra lentamente los ojos y levanta el pie izquierdo.)

AMERICANA. ¿Pues entonces…?

            (Cuatro serafines con las alas de gasa celeste, bailan entre las

            flores. Las señoritas de la ciudad tocan el piano como si montaran

            en bicicleta. El vals, la luna y las canoas, estremecen el precioso

            corazón de nuestro amigo.

            Con gran sorpresa de todos el otoño ha invadido el jardín, como

            el agua al geométrico terrón de azúcar.)

BUSTER K. (Suspirando.) Quisiera ser un cisne. Pero no puedo aunque quisiera. Porque

¿dónde dejaría mi sombrero? ¿dónde mi cuello de pajaritas y mi corbata de moaré?

¡Qué desgracia!

            (Una Joven, cintura de avispa y alto cucuné, viene montada en

            bicicleta. Tiene cabeza de ruiseñor.)

JOVEN. ¿A quién tengo el honor de saludar?

BUSTER K. (Con una reverencia.) A Buster Keaton.

            (La joven se desmaya y cae de la bicicleta. Sus piernas a listas

            tiemblan en el césped como dos cebras agonizantes. Un gramófono

            decía en mil espectáculos a la vez: «En América, no hay

            ruiseñores».)

BUSTER K. (Arrodillándose.) Señorita Eleonora, ¡perdóneme que yo no he sido!

¡Señorita! (Bajo.) ¡Señorita! (Más bajo.) ¡Señorita! (La besa.)

            (En el horizonte de Filadelfia luce la estrella rutilante de los policías.)

 

 

 

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