Generación de idiotas

 Por: Héctor Anaya

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«Temo el día en el que la tecnología sobrepase nuestra interacción humana. El mundo tendrá una generación de idiotas.», esta sentencia predictiva fue pronunciada por Albert Einstein y, por desgracia, parece que el día que el genio temía ha llegado.

Cada día es fácil ver en la calle grupos de amigos conversando cada uno con sus propios contactos telefónicos, parejas que en mitad de una cena romántica se enzarzan en discusiones vía whatssap con algún amigo o familiar, cenas en las que varios de los comensales prefieren la frialdad de un debate en facebook a tener una cálida conversación con los asistentes a la cena. En definitiva, personas que se aíslan, aun sin ser conscientes de ello, y prefieren hablar con personas a kilómetros de distancia que con quienes tienen enfrente.

No diré nada nuevo si digo que una de las necesidades más importantes para el ser humano es la de relacionarse. Por naturaleza, las personas necesitan saber de su entorno, estar en contacto con quienes queremos o nos parecen interesantes, entender que está pasando a nuestro alrededor para poder tener un mayor control de las situaciones, etc. Dicho de otra forma, «la información es poder» y en nuestra sociedad actual todos queremos ser poderosos.

Hasta aquí todo bien: las nuevas tecnologías nos posibilitan el conectarnos a la aldea global que decía McLuhan y conocer de forma rápida qué ocurre en distintas zonas. El problema reside en que estas tecnologías también llegan a otros campos, entre ellos, el de las relaciones interpersonales. Son necesarias las tecnologías para formarnos, conocer nuevas cosas, pero tampoco se debe de permitir que usurpen el contacto directo entre personas.

Y algo más escalofriante si cabe: la enfermedad se está contagiando también entre los más pequeños, quienes no pueden disfrutar de su niñez y se convierten en unos adolescentes antes de que se hayan dado cuenta. El mundo gira y ellos también, y sus vidas pasan de forma digital sin que puedan hacer nada para recuperar el tiempo perdido. Ahora, al ver a estos niños grandes u hombres niños (me recuerdo a la cantante Jeanette al decir esto), doy gracias por haber corrido, jugado, llorado, gritado, trepado, peleado, reído, en definitiva, por haber vivido mi infancia y seguir viviendo mi juventud. No cambiaría por ninguna nueva tecnología, los viajes con mi familia; las tardes de verano con mis amigos madrileños, zaragozanos y bilbaínos; o las cenas y buenos momentos con mis amigos de Valencia. Porque, mis lectores, os diré que llega un momento en la vida en el que empieza a vivirse de recuerdos y, precisamente por ello, quiero tener recuerdos que poder rememorar y no solo un historial de conversaciones inmenso.

Ahora está en manos de cada uno, el desconectar el móvil o la pantalla del ordenador un momento e ir a conversar un rato con su madre, amigo o hermano. Creedme es el mejor antídoto para curar la generación de los idiotas.

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