Perú y PISA, crónica de un desastre anunciado

Por Juanjo Fernández Torres

     mascaras en calleParticipaba en una capacitación para mejorar mi vena docente en aulas de uno de los tantos colegios que cargan el sambenito de tener nombre de santo en Perú y me enteré de la existencia de los exámenes PISA. No, no es Protocolo Internet Supra Androide ni es Periodismo Independiente del Sur Andino, no. Es una sigla que responde a Programme for International Student Assessment o Programa para Evaluación del Estudiante Internacional, aunque más veo la intención de los creadores del programa por el lado de la valoración, estimación, hasta tasación de las habilidades de un colegial para aplicar lo aprendido en aulas a su vida diaria. Pues bien, las miríadas de estudiantes que conozco no aplican lo que aprenden ni para liberar flatulencias decentemente, tarea que requiere la abstracción de múltiples variables, como pueden ser la presencia de inoportunos o el hedor corrosivo. Lo dicho, la abstracción que se requiere para desmenuzar conceptos básicos o complejos debe ser recorrida en sentido contrario para ver dichos conceptos, otra vez enteros, en acción en el mundo donde un acto mal calculado puede cometer estropicios realmente inimaginables: los inoportunos buscarían oportunidades mucho más allá de nuestro alcance e interés, con la corrosión nasal marcada en sus miradas nubladas por la intoxicación respiratoria.

 

     Sin embargo, el ejemplo del pedo furtivo se me antoja demasiado sofisticado para lo que quiero presentar, permítanme recurrir entonces a la aritmética básica. De acuerdo a los resultados de la evaluación (o valoración o estimación) PISA del año 2009, mientras un estudiante chino deduce fácilmente cuánto le durará un estipendio mensual a cierta velocidad de gasto, un estudiante promedio peruano piensa cómo sacarle más plata a su viejo porque no tiene la más mínima idea en qué se gastó el dichoso esti¿qué era? que chico tan lindo y vivaracho. Y ni hablar de recurrir al álgebra, pues nuestro querido alumno dizque heredero de los Incas se aburre de lo lindo leyendo, que para éso se han hecho las letras, no para sustituir números, habrase visto. En concreto: que en la medición escolar mundial PISA los estudiantes peruanos de 15 años están en el sótano de los resultados, algo más abajo de las cacas de los caballos; que el año 2000 tuvimos el peor resultado de todos los 43 países participantes; que optamos por una tregua para prepararnos y el resultado del año 2009 terminó siendo igual de malo, de 327 a 370 puntos en lectura es un incremento casi vegetativo que nos aleja más de nuestros pares sudamericanos, sólo superamos a Azerbaijan y Kyrjyzstan y ellos no se han enterado al otro lado del océano; que en matemática y ciencias sí somos los absolutos coleros mundiales. Aplicamos 9 años de educación vanguardista a la peruana con un resultado tan previsto como la crónica de la deyección anunciada que fue.

 

     Otra vez la polilla del fútbol revolotea alrededor de la lámpara de la competencia sudamericana con el Perú cerrando la tabla. Y como en el fútbol, nos encerramos en una especie de autarquía informativa elaborando estadísticas masoquistas de los «mejores» colegios y universidades peruanos, aún a sabiendas que somos los peores del mundo conocido, asumiendo que todos sepamos cuáles son las capitales de Azerbaijan y Kyrjyzstan. Ni todos los autobombos de espaldas a la realidad, ni ningún pequeño atleta matemático excepcional que confirme la regla pueden iluminar la noche profusamente oscura en que medra el sistema educativo peruano. Esta época lóbrega en la formación de peruanitos marcada por el predominio de la escuela privada debe terminar y empezar el Estado peruano a replantar las bases perdidas hace 3 generaciones atrás. Los colegios estatales nunca debieron ceder la iniciativa en la producción de generaciones educadas en el Perú.

 

     Más aún, el Estado peruano nunca debió renunciar a formar académicamente a sus niños y jóvenes. Los pésimos resultados en la presente generación no pueden ser imputados exclusivamente a la educación estatal por dos razones básicas: (1) los peruanos en edad escolar estudian mayoritariamente en escuelas y colegios privados, aunque sea diminutos, que muchas veces conservan su alumnado acatando los pedidos desinformados de los padres de familia sólo por el hecho de ser clientes pagantes de cuotas y (2) basta una evaluación somera en la gran mayoría de universidades privadas del país para darse cuenta que los alumnos tienen un nivel de preparación deplorable en la mayoría de los casos, nivel arrastrado desde las escuelas privadas de donde son reclutados más por su capacidad de pago que por su habilidad académica.

 

     Habrá quienes no estén de acuerdo con mi opinión pero los hechos son sólidos e inequívocos para todos los que no somos directivos de escuelas privadas peruanas ni funcionarios del Ministerio de Educación del Perú. Cualquier maestro que tiene que lidiar con la disciplina escolar a través de interminables llamados y ruegos a las madres indolentes de alumnos voluntariamente incompetentes sabe de lo que hablo. Cualquier director de escuela que recurre a bajar el nivel de exámenes finales hasta que el 80% de sus alumnos apruebe sabe del tema. Cualquier jefe de personal de empresas nacionales o extranjeras que no encuentre profesionales idóneos para sus procesos administrativos o productivos sabe a qué me refiero.

 

     Chile es el país mejor clasificado en calidad educativa en Latino América y atiende decentemente al 90% de la población estudiantil en colegios estatales. Y menciono Chile para no irnos a ver los casos exitosos en Asia y Europa, aunque deberíamos. Al fin y al cabo, la educación de alta calidad es un ingrediente esencial para el desarrollo de los países y no podemos dejarla solamente al mercado privado, en donde prima la ganancia como elemento de supervivencia de las empresas educativas por encima de las reales necesidades de sus alumnos. La gran deuda de todos los gobiernos peruanos desde los años 80 es proveer a sus niños y jóvenes una educación de calidad que compita con los magros resultados de las «mejores» instituciones educativas privadas de la nación.

 

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