Arturo Pérez-Reverte: “Hay más arte en las calles que en las galerías de pintores”

2011_06_01_img_2011_06_01_151207_perez1_132512 Foto: EFE

 

El escritor español Arturo Pérez-Reverte se ha movido durante un tiempo entre grafiteros para preparar a fondo su novela El francotirador paciente. Después de contemplar en varias ciudades europeas las actuaciones de estos grupos, asegura que “hay más arte en las calles que en las galerías de pintores”.

“En algunos grafitis he encontrado un arte más auténtico y sincero, más respetable a veces que el de ciertas galerías”, dijo en una entrevista con la agencia efe.

El francotirador paciente es una historia “bronca, seca, muy dura y callejera”, de ritmo trepidante y con buenas dosis de intriga y misterio, en la que también critica esa parte del arte moderno que está “pervertida por galeristas sin escrúpulos, trincones, y por los críticos que tienen comprados”.

Desde el principio deja claro el autor que con esta novela no trata de hacer “una apología del grafiti”. Ni lo defiende ni lo ataca, sino que utiliza esa forma de arte callejero como en otras obras suyas utilizó el narcotráfico, la esgrima o la guerra para contar determinadas historias.

“Hay vandalismo a veces en el grafiti y también hay arte, pero no entro a juzgar ese mundo”, señala Pérez-Reverte (Cartagena, Murcia, 1951) para quien “es evidente” que el grafiti “es un mundo fascinante que tiene una épica negra, retorcida, singular”.

Y tiene “sus traidores, sus héroes, sus villanos, sus chivatos, su camaradería. Es un mundo lleno de códigos y de reglas y eso lo hace narrativamente muy interesante”, dice con pasión.

El francotirador paciente
es una historia “bronca, seca,
muy dura y callejera.

 

DESPUÉS DE EL TANGO DE LA GUARDIA VIEJA

Apenas un año después de aquella intensa historia de amor que contaba en El tango de la guardia vieja, el escritor se adentra ahora en un territorio “ultramoderno” en El francotirador paciente, una novela, asegura, que no es tan distinta a otras suyas.

“Son mis temas y mis personajes de siempre, mi visión de la vida pero llevado a un mundo moderno, muy urbano, callejero”, comenta el novelista, cuya obra está traducida a más de 40 idiomas.

La palabra “francotirador” del título está presente en la vida de Pérez-Reverte “desde hace mucho tiempo”. Y en cierto modo se siente como tal porque sus lectores lo hicieron “libre muy pronto”, en 1990, cuando triunfó con La tabla de Flandes.

“Llevo 23 años de libertad, en los cuales he podido permitirme hacer enemigos porque no dependo de nadie para vivir, nada más que de mis lectores, la única cosa que respeto de verdad. Como mi vida está resuelta y es muy sencilla, puedo permitirme ser un francotirador”, asevera.

Lleva más de 20 años diciendo lo que piensa con total libertad en sus artículos semanales y en sus intervenciones públicas, algo que en su opinión no hacen “muchos” escritores españoles que guardan “silencio por miedo” a crearse enemigos y por “no estar en el ojo de la polémica”.

“Muchos han estado callados, aprobando con su silencio cosas que tenían que haber condenado o denunciado”, asegura uno de los escritores en lengua española de mayor éxito, que tiene una cierta fama de provocador y de polemista, y eso que, afirma, “todos los días” se muerde “la lengua varias veces por la responsabilidad” que entraña el ser una persona muy conocida.

 

el_francotirador_pacienteFoto: EFE

 

“Hay cosas que cuando tu nombre es conocido no te puedes permitir, pero no por miedo a las represalias sino porque hay gente que te sigue con devoción, con interés, con respeto, y a ellos puedes influirles mucho, llevarlos a lugares donde ni siquiera tú pretendías llevarlos”, señala el escritor y académico de la Lengua.

Esa “prudencia autoimpuesta” es necesaria pero, a su juicio, lo que “es infame es tener los medios para expresarte y no utilizarlos por miedo”.

“Un reproche que yo hago a muchos de mis compañeros de profesión en España es el silencio” que han guardado en los últimos “diez o veinte años”, dice Pérez-Reverte.

Algunos escritores “levantan la voz ahora, a toro pasado, pero cuando ya tienen claro dónde está el ganador y el perdedor, mientras que escritores como Javier Marías o Vargas Llosa, entre otros, o como yo mismo en la pequeña parte que me toca llevamos mucho tiempo pagando el precio de haber opinado con libertad”, agrega.

Pérez-Reverte incluye al gran escritor peruano entre los que se pronuncian con frecuencia sobre temas políticos y sociales porque los artículos de Vargas Llosa aparecen periódicamente en El País y sus intervenciones públicas en España son muy frecuentes.

“Llevamos mucho tiempo pagando el precio de haber opinado con libertad”, dice Pérez-Reverte, que prefiere no dar más nombres de escritores que utilizan sus colaboraciones en prensa para decir lo que piensan.

Muy crítico con la situación de crisis que atraviesa España y con los sucesivos gobiernos que han llevado las riendas, el escritor dice medio en broma que si lo “echaran del país” podría irse “a Francia o a cualquier otra parte”.

“Pero quiero quedarme aquí para ver en qué termina España, qué generación sale de todo esto. Y me gustaría ver si toda esta crisis, todo este desastre nos hace mejores o peores. Esa es mi verdadera curiosidad”, dice.

 

ENTRE LOS GRAFITEROS DE EUROPA

portada-francotirador-paciente

 

Para ambientar su novela se ha movido entre grafiteros de España, Portugal e Italia y ha comprobado que “el grafiti puro y duro, el más elemental, busca menos la calidad que la cantidad, busca menos ser bueno que ser muy visible”.

El grafitero puro y duro “necesita la ilegalidad”. “Si es legal, no es grafiti”, se repite en la novela. “Las ratas no bailan claqué”, se dice también.

“Ese factor de clandestinidad, vandálico y transgresor del grafiti extremo es lo que mueve a buena parte de ellos. Muchos buscan la adrenalina, la emoción, el peligro, el planear operaciones casi como de comando militar”, comenta el autor de novelas como La carta esférica, El pintor de batallas y El asedio.

De ahí que considere inútil “el intento de las autoridades por domesticar el fenómeno. Nunca van a poder hacerlo, porque siempre habrá disidentes, grupos marginales que se negarán a aceptar ese juego”.

Incluso hay grafiteros que son artistas reconocidos y cuyas obras son cotizadas, que “de vez en cuando se escapan con los colegas para hacer el grafiti de siempre”, como le sucede a Suso 33, un artista al que el novelista aprecia mucho.

La novela está protagonizada por Alejandra Varela, especialista en arte urbano, a la que un editor de renombre le encarga que localice a Sniper, un grafitero famoso que el autor define como “una mezcla de Banksy y Salman Rushdie”.

Sniper (francotirador en inglés) es admirado por los grafiteros de medio mundo y muchos secundan sin dudarlo las acciones callejeras que promueve, que a veces acaban de forma trágica.

Pérez-Reverte ha cuidado “mucho” a la protagonista de la novela, una joven lesbiana con heridas amorosas sin curar. Una mujer dura, inteligente, cauta y tenaz. Y ha cuidado “sus sentimientos, sus amores, su mirada sobre el mundo” porque ella es “el hilo conductor de la novela”.

 

 

El viaje que Alejandra realiza desde Madrid a Lisboa, Verona, Roma y Nápoles para localizar a Sniper pondrá al lector en contacto con una galería de personajes secundarios excelentes, como esas hermanas portuguesas, “As Irmas”, para quienes “los cuervos” de los galeristas tienen “tanta conciencia social como un bistec crudo”. “El arte es una cosa muerta, mientras que un grafitero está vivo”, aseguran.

A Pérez-Reverte no le ha sido difícil hacer amigos entre los grafiteros porque “es sincero y ellos lo saben”.

“Yo no soy el escritor ‘snob’ que baja de su mundo para una novela. Yo vengo de un mundo muy duro, fui reportero durante 21 años, conozco los códigos de los grupos marginales”. “La gran lección que me dio el periodismo fue la capacidad de hacerte aceptar por grupos hostiles, en los cuales no puedes entrar con facilidad”, subraya.

Muchos de esos grafiteros “ni siquiera pretenden hacer arte ni se llaman artistas. Se llaman escritores porque escriben su nombre. ‘Escribo, luego existo’”, le decían al novelista. “Y yo, después de haber estado con ellos un año, los considero escritores”, concluye.

 
[Sin Embargo]

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