Javier Krahe: «Hay que salir ahí, al estrado, y decir dimito. ¿Tan difícil es eso?»

  • Publica nuevo disco, Las diez de últimas, donde reivindica «el derecho a la pereza».

  • «No sé a cuánto peor se puede llegar», dice sobre la situación política y social que vivimos.

  • Le «horroriza» el mundo «feísimo» en el que podrían llegar a crecer sus nietas

 

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Por M. Ortega Lucas @Ortega_Lucas

Vuelve Javier Krahe. Vuelve, con nuevo disco, uno de los mejores escritores de canciones que haya dado nunca nuestro país. O eso al menos es lo que proclaman con apabullante unanimidad tanto sus colegas del oficio como el público (minoritario pero insobornable) que abarrota sus conciertos. Reconocido siempre por esa ‘crema de la intelectualidad’que salió de la dictadura con el ensueño de otra España más culta, a la par que gamberra. Célebre, sobre todo, por haber formado parte, junto a Joaquín Sabina y Alberto Pérez, de ese experimento musical que erigió una taberna del barrio madrileño de La Latina, llamada La mandrágora, a la categoría de mito. (Y también, más recientemente, por haber protagonizado uno de los procesos judiciales más dadaístas de la historia reciente: le acusaron de «cocinar un Cristo al horno» en un cortometraje polvoriento en el que él apenas tuvo que ver).

En su nuevo trabajo  Las diez de últimas acompaña al CD, un libro, El derecho a la pereza, escrito por Paul Lafargue, que se inicia con una cita de Gotthold Lessing: «Seamos perezosos en todo, excepto en amar y en beber, excepto en ser perezosos».

 

Reivindica la pereza como una de las bellas artes. ¿Cómo es un día cualquiera en su vida, en Madrid, cuando no está cantando?

Pues del sofá a la cama y de la cama al sofá… Una vez me regaló un pintor amigo mío un cuadro hiperrealista, un retrato mío –que parece una foto, la verdad–. Y por ahí lo coloqué… Y un día entró una de mis nietas (tiene dos, muy pequeñas aún) y lo que dijo la niña al verme en el cuadro fue: «Mira, es el abuelo… ¡Pero no tiene sofá!» (risas). Es que cada vez que van me encuentran en el sofá…

 

Pero también compondrá de vez en cuando, ¿no? 

Sí, pero lo hago allí también, en el sofá. De todas formas, es que en Madrid casi no compongo… Porque yo solía escribir canciones en el mes de julio solamente. Y la verdad es que estaba muy bien. Cada julio me hacía cuatro canciones. Y así, cada tres años tenía una docena para hacer un disco… Pero ahora eso ha cambiado, porque ya mi mujer se jubiló, y también se viene en julio. Entonces ella tiene cantidad de ideas para hacer cosas… Siempre se le ocurre algo que hacer. Una barbaridad de cosas… Pero ahora estoy volviendo. En Madrid he hecho dos canciones del disco éste. Me ha llamado la atención a mí mismo…

 

Pero no siempre fue así  la cosa: en cierto ‘Informe caracterológico’ (sic) de 1952, de cuando estudiaba en el colegio del Pilar, con 8 años, le retrataban como «obediente a la menor indicación «.Algo «charlatán« pero «aplicado, buen alumno« Parecía un niño ejemplar…  

Sí, en esa época era feliz incluso en el colegio… Fue a partir de los 11 años cuando empezó a amargarme la vida. Entre otras cosas, no me interesaba nada lo que se enseñaba. Pero a los 8 años yo era buen alumno porque no me costaba ningún trabajo entender las cosas, memorizarlas. Ya luego, cuando ya sí que había que hacer deberes y demás, pues no los hacía. Y comencé una decadencia absoluta como alumno. Así hasta los 16, que me echaron del colegio. Porque suspendía todo-todo-todo. Si me preguntaban no contestaba. Y me dieron por imposible.

 

El disco se titula Las diez de últimas¿Por qué?

Para ser ambiguo. Deliberadamente. Digo, bueno, ya puedo responder lo que quiera: pues sí son las últimas, pues no, no son las últimas… O: no, es que de las últimas he elegido estas diez…Tenía once. Pero para decir las diez, pues diez… Pero escribiré más. En estos momentos no tengo nada, pero ya me ha pasado infinidad de veces.

 

Y cuando está en su sofá, y lee el periódico, o pone la televisión ¿qué es lo que se le pasa por la cabeza?

Me indigno, me indigno… Bueno. Es que la mentira se instaló desde el PSOE de Felipe González. Se instaló. De todas formas tenía un apoyo sincero de la población y la gente lo permitió… Hay que tener en cuenta que fue el ministro Carlos Solchaga el que dijo aquello de «España es el país del pelotazo: enriqueceos».Que eso lo diga alguien que se llama socialista… No dijo que España es el país de la educación, o el de las coberturas sociales… No, no: el del pelotazo. Pues nada. Si siembras eso, dará algunos frutos. Y claro, lo más coherente es que, si es el país del pelotazo, que gobierne la derecha… A mí no me pareció normal aquello. Afortunadamente no los voté nunca. Yo voté cuando me presenté por la candidatura anti-prohibicionista.

 

¿…?

Sí, en Madrid hubo una candidatura de este partido. Abogaba por la legalización de todas las drogas. Pero de todas. Tuvimos 3.700 votos o así: más que cualquiera de estos partiditos de Falange… Y entonces, sí, me voté a mí mismo… Y también voté a raíz del atentado (el 11-M). Dije: bueno, voy a ir a votar. No sabía qué hacer y voté a Izquierda Unida… Porque del PSOE no me fié nunca, ni desde que llegó. Decía yo: Qué cosas más raras dicen éstos… Recuerdo que, como medio año antes del referéndum (de 1986, sobre la permanencia de España en la OTAN), a Alfonso Guerra, en el Diario de Cádiz, le preguntaban: ¿Está usted contra la OTAN? Y dijo: «Claro que sí; ahora bien, si tengo que cambiar de opinión, tendré el valor de reconocerlo»… O sea que, encima, ¡valiente! Qué forma de quedar bien… Como ésos que dicen: Es que rectificar es de sabios. Y se olvidan de que el sabio rectifica, pero que no te haces sabio por rectificar. Te haces chaquetero. Un sabio rectifica, pero que rectifiques no te hace más sabio. Y esas personas estaban bien consideradas socialmente…

 

A Felipe González lo llamó usted repetidamente impostor. ¿Aznar?

Pues un mamarracho, nada más… No, no…: hemos ido de mal en peor. No sé a cuánto peor se puede llegar. Porque las cosas que se ven en el Parlamento, las cosas que dicen; la falta de explicaciones, de dimisiones… Pero si yo entendía el dilema de Felipe González: que eres presidente y te llaman de Washington, y te dicen que de eso nada…Debe de acojonar. Pero bueno: hay que salir ahí al estrado y decir: Me obligan a cambiar de opinión, así que yo dimito. ¿Tan difícil es eso? Ah, no, no, yo es que soy imprescindible… _Ya en el 92, con la Expo _, los grandes fastos y demás, el país estaba idiota. Y ya había corrupción… Ese año no me llamaron de ningún sitio para cantar…

 

¿Se ha sentido solo alguna vez en el oficio?

Sí. Cuando lo de Cuervo ingenuo (el cáustico tema anti-OTAN sobre Felipe González que cantó al alimón con Sabina en el Teatro Salamanca, en febrero de 1986, durante la grabación y emisión en directo del álbum Joaquín Sabina y Viceversa: las cámaras de Televisión Española se despistaron al sonar esa canción)… Es que eso realmente tuvo que haber suscitado un escándalo entre los músicos, ante una censura… Tuve una sola llamada telefónica: de José Antonio Labordeta. Que me dijo: «¡Pero esto no es posible, hay que hacer algo!», y yo le contesté: Mira, no hay que hacer nada.Porque el concierto no era mío (yo iba de invitado). Pero te agradezco la llamada. Una sola llamada.

 

Lo del poder sí que tiene que ser una droga dura…

Claro. Como la cocaína. Porque algunos además la tomaban.

 

¿Qué cree que puede suceder en los años que vienen? ¿Hay motivos para la esperanza, o volveremos a caer cíclicamente en lo mismo, incluso remontando?

Esa es la impresión que tengo, y me horroriza. Pero ya no por mí sino por mis nietas; vaya mundo en el que pueden crecer. Un mundo feísimo, vamos. Feísimo.

 

 

Fuente: Eldiario.es

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