El deporte rey

Por Sebastián González Mazas

 

Hace unos días fui a ver un partido de fútbol infantil donde jugaba mi sobrino Samuel. El padre de Samuel llevaba meses dándome la tabarra con las excelencias técnicas de su hijo. Estaba convencido de que el muchacho tenía madera para jugar en el Real Madrid o en el F.C. Barcelona.

Para que viese con mis propios ojos que la elevada opinión que tenía sobre su hijo no era fruto de una desmedida pasión de padre, me propuso acompañarle a ver un partido.

Como, en principio, la idea no me atraía especialmente, intenté convencerle de que yo no era la persona indicada para valorar las condiciones de su retoño. Ante su insistencia en cortarme las piernas en caso de no acceder a su propuesta, al final opté por hacerle caso.

–       Verás que prodigio. Su zurda es pura seda-

A los cinco minutos de haberse iniciado el encuentro, Samuel sufrió una torcedura de tobillo que le impidió seguir jugando. Mientras mi hermano aliviaba su frustración peleándose con el primer padre del equipo rival que encontró a mano, aproveché la ocasión para escapar de allí.

De la que enfilaba la puerta de salida, me topé por causalidad con Belarmino, un antiguo compañero de EGB.

Verle en aquel sitio me resultó extraño, pues hasta donde yo recordaba Belarmino odiaba el deporte en general, y el fútbol en particular.

–       Coño, Belar ¿Qué haces tú por aquí? ¿No me digas que tienes a algún conocido jugando?

Tardó unos segundos en reconocerme. Cuando lo hizo, esbozó una franca sonrisa y con su inconfundible vozarrón me contestó:

–       Pues no, amigo. No tengo a nadie jugando. Estoy aquí  recogiendo esputos de  futbolistas. Sé que puede sonar raro, pero tal vez mañana estos pequeños jugones se conviertan en estrellas de primera fila y su cotización se dispare como la espuma. Entonces seguro que cualquier cosa relacionada con ellos valdrá cientos de millones. Por eso recorro uno por uno todos los campos de nuestra geografía. Albergo la esperanza de que los escupitajos de un futuro Messi consigan sacarme de pobre.

 

Mientras procesaba su respuesta, sentí como una paloma confundía mi cabeza con un retrete. Incapaz de contener la risa, Belarmino estalló en una sonora carcajada.

– Ja, ja, ja. Menuda cagada ¡Qué pena que las palomas no jueguen a fútbol!

 

 

 

 

 

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