25 de Diciembre. Nacimiento de Cristo, Giovanni Papini

Por Teresa R. Hage 

Nacimiento, giotto, scrovegni

 

Historia de Cristo
[1921]
Giovanni Papini

 

EL ESTABLO

Jesús nació en un establo.

Un establo, un verdadero establo, no es el alegre y ligero pórtico que los pintores cristianos han edificado para el hijo de David, avergonzados, casi, de que su Dios hubiera sido acostado en la miseria y en la suciedad. No es tampoco el nacimiento de yeso que la fantasía confitera de los figureros ha imaginado en los tiempos modernos; ni el portal limpio y delicado, gracioso por sus colores, con su pesebre aseado y adornado, el borrico extático, el buey compungido, los ángeles tendiendo sobre el lecho en aleteante festón, los pajes de los reyes con los mantos y pastores con capuchones, arrodillados a ambos lados del lecho. Este podría ser el sueño de los novicios, el lujo de los párrocos, el juguete de los niños, el “vaticinado albergue” de Manzoni, pero no es, no, el Establo donde nació Jesús.

Un establo, un Establo de veras, es la casa de las bestias que trabajaban para el hombre. El antiguo, el pobre establo de los pueblos antiguos, de los pueblos pobres, del pueblo de Jesús, no es el pórtico con pilares y capiteles, ni la caballeriza científica de los ricos de hoy o la cabañita elegante de las noches de Navidad. El establo no es más que cuatro paredes toscas, un piso sucio, un techo de tirantes y de tejas. El verdadero Establo es obscuro, sucio, hediondo: lo único que hay limpio en él es el pesebre, donde el dueño prepara el pienso para las bestias.

Los prados de primavera, frescos en las mañanas serenas, mecidos por el aura, asoleados, húmedos, olorosos, fueron segados; cortadas con el hierro las verdes hierbas y las altas y finas hojas, tronchadas en montón las hermosas flores abiertas: blancas, rojas, amarillas, celestes. Todo se marchitó, todo se secó, todo se coloreó con el color pálido y único del heno. Los bueyes arrastraron hacia la casa los despojos muertos de mayo y de junio.

Ahora esas hierbas y esas flores, esas hierbas secas y esas flores siempre perfumadas están allí, en el pesebre, para satisfacer el hambre de los Esclavos del Hombre. Los animales las atrapan lentamente con sus grandes labios negros y más tarde el prado florido vuelve a la luz sobre los residuos de paja que sirven de cama, convertidos en húmedo abono.

Este es el verdadero Establo donde Jesús fue dado a luz. El lugar más sucio del mundo fue la primera habitación del único Puro entre los nacidos de mujer. El Hijo del Hombre que había de ser devorado por las bestias que se llaman hombres, tuvo por primera cuna el pesebre donde los brutos rumian las flores milagrosas de la primavera.

 

Natività, 1304-1305, Giotto, Cappella degli Scrovegni, Padova.

Natività, 1304-1305, Giotto, Cappella degli Scrovegni, Padova.

 

No nació Jesús casualmente en un Establo. ¿No es el mundo, acaso, un Establo inmenso donde los hombres tragan y defecan? Las cosas más hermosas, más puras, más divinas, ¿no las cambian, por ventura, por obra de una infernal alquimia, en excrementos? Luego se tienden sobre montones da bosta, y a esto le llaman “gozar de la vida”.

Sobre la tierra, porqueriza precaria, donde todos los afeites y perfumes no bastan para ocultar la suciedad, apareció, una noche, Jesús, nacido de una Virgen sin mancilla, sin más armas que la Inocencia.

Los primeros que adoraron a Jesús fueron animales y no hombres.

Entre los hombres buscaba a los simples, entre los simples a los niños. Más simples que los niños, más mansos, lo acogieron los Animales domésticos. Aunque humildes, aunque siervos de seres más débiles y feroces que ellos, el Asno y el Buey habían visto a la muchedumbre arrodillada en su presencia. El pueblo de Jesús, el pueblo santo que Jehová había libertado de la esclavitud de Egipto, el pueblo que el Pastor había dejado solo en el desierto, mientras él subía a hablar con el Eterno, obligó a Aarón a que le hiciera un Becerro de oro para adorarlo.

En Grecia el Buey estaba consagrado a Ares, a Dionisio, a Apolo Hiperbóreo. La burra de Balaam, más prudente que el prudente, había salvado, con sus palabras, al profeta. Oroz, rey de Pereia, colocó un Asno en el templo de Ftah y lo hizo adorar.

Pocos años antes del nacimiento de Cristo, su futuro señor Octaviano, encaminándose hacia su flota, la víspera de la batalla, dio con un asnerizo acompañado de su borrico. Llamábase la bestia de Nicon, el Victorioso, y después de la batalla el emperador mandó erigir un asno de bronce en el templo para que recordara la victoria alcanzada.

Hasta entonces reyes y pueblos se habían inclinado ante los Bueyes y los Asnos. Eran los reyes de la tierra, los pueblos amantes de la Materia. Mas Jesús no nacía para reinar en la tierra ni para amar la Materia. Con Él terminará la devoción a la Bestia, la debilidad de Aarón, la superstición de Augusto. Los brutos de Jerusalén lo matarán, pero, mientras tanto, los de Belén lo calientan con sus alientos. Cuando Jesús llegue, para la última Pascua, a la ciudad de la Muerte, lo hará montando un asno. Pero Él es profeta más grande que Balaam, venido para salvar a todos los hombres y no solamente a los hebreos, y no retrocederá en su camino así todos los burros de Jerusalén rebuznen contra él.

 

LOS PASTORES

Después de las bestias, los guardianes de las bestias. Aunque el Ángel no hubiera anunciado el gran Nacimiento, ellos hubieran acudido al Establo para ver al Hijo de la extranjera.

Los Pastores viven, casi siempre, solitarios y distantes los unos de los otros. Nada saben del mundo lejano y de las Fiestas de la Tierra. Cualquier cosa que suceda cerca de ellos, por insignificante que sea, los conmueve. Vigilaban los rebaños en la larga noche de solsticio, cuando fueron sacudidos por la luz y por las palabras del Ángel.

Detalle, pastores

Pastori (Il sogno di Gioacchino), 1304-1305, Giotto, Cappella degli Scrovegni, Padova. (Detalle)

Apenas descubrieron en la penumbra del Establo a una mujer joven y hermosa, callada, que contemplaba a su hijito; y vieron al niñito, con los ojos recién abiertos, aquellas carnes sonrosadas y delicadas, aquella boca que no había comido todavía, su corazón se enterneció. Un nacimiento, el nacimiento de un hombre, un alma que unos momentos antes se ha encarnado y viene a sufrir con las otras almas, es siempre un milagro tan doloroso que conmueve hasta a los simples que no lo comprenden. Para ellos, avisados por el Ángel, aquel recién nacido no era un desconocido, un niño como los demás, sino aquel a quien esperaba, hacía mil años, su pueblo afligido.

Los pastores brindaron lo poco que tenían, ese poco que sin embargo, siempre es mucho, si se da con amor; llevaban las blancas ofrendas propias de la pastoría: la leche, el queso, la lana, el cordero. Aun hoy día, en nuestras montañas, donde están agonizando los últimos vestigios de la hospitalidad y de la fraternidad, apenas una esposa ha dado a luz, acuden presurosas las hermanas, las mujeres, las hijas de los pastores. Y ninguna va con las manos vacías: quien lleva dos pares de huevos recién puestos, quien una redoma de leche, recién ordeñada, quien un queso fresco, quien una gallina para el caldo de la parturienta. Un nuevo ser ha aparecido en el mundo y ha iniciado su llanto; pues los vecinos, como para consolarla, presentan a la madre sus dones.

Los antiguos pastores eran pobres y no despreciaban a los pobres; eran ingenuos como niños y gozaban contemplando niños. Eran renuevos de un pueblo cuyo tronco fue el Pastor de Ur, salvado por el Pastor de Madián. Pastores habían sido sus primeros Reyes: Saúl y David. Pastores de rebaños antes que pastores de tribus. Mas los pastores de Belén, “para el duro mundo desconocidos”, no eran soberbios. Un pobre había nacido entre ellos y lo miraban con amor, y con amor le ofrendaban sus pobres riquezas. Sabían que aquel niño, nacido de Pobres en la Pobreza, nacido Simple en la Simplicidad, nacido de Proletarios en medio del Pueblo, sería el rescatador de los Humildes, de esos hombres de “buena voluntad” sobre los cuales el Ángel había invocado la Paz.

También el Rey Desconocido, el vagabundo Odiseo, por nadie fue recibido con tanto júbilo como por el pastor Eumeo en su Establo. Pero Ulises se encaminaba

hacia Itaca guiado por la venganza; regresaba a su casa para exterminar a sus enemigos. En cambio Jesús nacía para condenar la venganza, para dictar la ley del perdón a los enemigos. Y el amor de los Pastores de Belén ha sepultado en el olvido la compasión hospitalaria del porquero de Itaca.

 

LOS TRES MAGOS

Algunos días después, tres Magos llegaban de la Caldea, y se postraban ante Jesús. Acaso venían de Ecbatana, tal vez de las orillas del mar Caspio. Caballeros en sus camellos, con las petacas repletas colgadas de las sillas, vadeado habían el Tigris y el Eufrates, atravesado el gran Desierto de los Nómades, contorneado el Mar Muerto. Una estrella nueva –semejante al cometa que aparece de tarde en tarde en el cielo para anunciar el nacimiento de un Profeta o la muerte de un Césa– los había guiado hasta Judea. Habían venido para adorar a un Rey y se encontraron con un recién nacido, mal fajado, escondido en un Establo.

Casi mil años antes que ellos, una reina de Oriente había venido en peregrinación a Judea, trayendo ella misma sus dones: oro, aromas y piedras preciosas. Pero había encontrado a un gran rey en el trono, al rey más grande que haya reinado en Jerusalén y de sus labios había aprendido lo que antes nadie había sabido enseñarle.

En cambio, los Magos, que se creían más sabios que los reyes, habían encontrado a un niño de pocos días, a un niño que no sabía aún ni preguntar ni contestar, a un niño, que hecho hombre, había de desdeñar los tesoros de la materia y la ciencia de la materia.

 

L'Adorazione dei Magi, 1304-1305, Giotto, Cappella degli Scrovegni.

L’Adorazione dei Magi, 1304-1305, Giotto, Cappella degli Scrovegni.

 

Los Magos no eran reyes, pero en Media y en Persia eran los señores de los reyes. Los reyes mandaban a los pueblos y los Magos guiaban a los reyes. Sacrificadores, intérpretes de los sueños, profetas y ministros, eran los únicos que podían comunicarse con Ahura Mazda, el Dios Bueno; sólo ellos conocían lo futuro y el destino. Mataban con sus propias manos los animales dañinos, los pájaros de mal agüero. Purificaban las almas y los campos; ningún sacrificio era grato a Dios si no le era ofrecido por sus manos; ningún rey hubiérase atrevido a declarar la guerra sin haberlos previamente consultado. Eran poseedores de los secretos de la tierra y del cielo; prevalecían entre toda su gente en nombre de la ciencia y de la religión. En medio de un pueblo que vivía para la Materia representaban al Espíritu.

Era justo, pues, que vinieran a rendir homenaje a Jesús. Después de las Bestias, que son la naturaleza, después de los Pastores, que son el pueblo, este tercer poder –el Saber– se postra de hinojos ante el pesebre de Belén. La vieja casta sacerdotal de Oriente rinde vasallaje al nuevo Señor que mandará sus mensajeros a Occidente; los Sabios se postran ante aquel que someterá la Ciencia de las palabras y de los números a la nueva Sabiduría del Amor.

Los Magos de Belén significan las antiguas teologías reconociendo la revelación definitiva, la Ciencia que se humilla en presencia de la Inocencia, la Riqueza que se postra a los pies de la Pobreza.

Ellos ofrendan a Jesús ese oro que Jesús hollará; no lo ofrecen porque María sea pobre y pueda necesitar de él para el viaje, sino para acatar, con antelación, los consejos del Evangelio: “vende todo lo que tienes y dalo a los pobres”. No ofrendan el incienso para mitigar la hediondez del Establo, sino porque sus teologías se aproximan a su ocaso y no necesitarán más humo ni perfumes para sus altares. Ofrendan la mirra, que sirve para embalsamar a los muertos, porque saben que este niño morirá joven y la Madre, que ahora sonríe, necesitará de aromas para embalsamar su cadáver.

Arrodillados dentro de sus mantos suntuosos, reales y eclesiásticos, sobre la paja que cubre el pavimento, ellos, los poderosos, los doctos, los adivinos, se ofrendan también ellos mismos como prenda de la sumisión del mundo.

Jesús ha obtenido ya todas las investiduras a que tenía derecho. Partidos apenas los Magos, empiezan las persecuciones de aquéllos que lo odiarán hasta la muerte.

 

Fuga in Egitto, 1304-1305,  Giotto, Cappella degli Scrovegni.

Fuga in Egitto, 1304-1305, Giotto, Cappella degli Scrovegni.

 

 

 

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