Chiclayo

Por Juanjo Fernández Torres

 

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Sabes que estás llegando cuando cruzas un puente hecho de enrejados de gruesas vigas y pintado de un naranja que chilla bajo el sol que casi siempre lo cubre, verano o invierno, las dos únicas estaciones de la costa peruana. Cruzas el puente y las casas muestran, casi avergonzadas, sus pintas con nombres de candidatos de elecciones ya olvidadas y de las que habrá que olvidar el año que viene. El bus te lleva por una vía que evita cruzar el centro de la ciudad y puedes ver, antes que los atractivos que Lonely Planet te ha prometido que verás, las casas desnudas de su ropa de cemento, ladrillos de toda laya y color oreando a toda altura sus ropas al siempre fuerte viento que le da a sus equipos de fútbol el nombre de ciclón del norte. No sería Chiclayo si las casas no tuvieran los fierros que dan alma a las columnas sobresaliendo unos cuantos decímetros a la espera que algún dinero extra anime al dueño a elevar la vista un piso más.

mapa_piuraChiclayo se encuentra rodeada por dos ciudades con pedigrí español, escudo de armas incluido. Debe su carácter dicharachero y campechano, su democracia de 24 horas al día, a su creación durante los albores del caos republicano del Perú; democracia que permite a tirios y troyanos del poder adquisitivo compartir la ciudad sin divisiones visibles, al menos hasta que llegaron los urbanizadores de Lima, la capital, a “poner las cosas en su sitio”. Chiclayo aún cree que es un pueblo a pesar que ya se acerca inexorable al millón de habitantes. Chiclayo discute con sus vecinos por la autoría del baile nacional y la espirituosa algarrobina, para la desesperación de Trujillo, la ciudad más próxima al sur, y Piura, la vecina del norte. Chiclayo cobijó pocos inmigrantes europeos y muchos africanos que vinieron a unirse a los antiguos mochicas que, al igual que los esclavos que poblaron la hacienda de Zaña, dejaron de lado su idioma natal para adoptar el castellano con una cadencia difícil de describir y más difícil de lograr en bocas acostumbradas a acentos más planos.

¿Qué hacer en Chiclayo? Pues morirse de calor en verano y comer rico. Por alguna razón que sólo la madre naturaleza conoce, en esta región se producen ingredientes únicos que le dan a su comida un sabor tan especial que cualquier restorán de cuatro mesas y ocho sillas puede sorprender tu paladar. Y bailar una mezcla de cumbia colombiana, son cubano y huayno andino que los chiclayanos llaman nuestra cumbia y vaya que la disfrutan. Y, como decía, bailan la marinera, sólo para hacer pasar malos ratos a los trujillanos sino están lo suficientemente preparados, y compiten animosamente en la tala de sus bosques de algarrobo, árbol típico de la zona, con su vecina Piura. Para no ser injustos, es cierto que hay mucha historia, muy anterior a los Incas, que se deben visitar en múltiples museos Muchik que rodean a la ciudad y a distancias cortas. Lambayeque, Sipán, Reque, Motupe, Zaña, Ferreñafe, Oyotún, Chalpón son algunos de los nombres que tu memoria tendrá que recordar, so pena de ser llevado dos veces a un mismo lugar por los operadores turísticos que pueblan los kioskos de la archi concurrida avenida Balta en el centro de Chiclayo.

¿Dónde te alojas? Miles de alternativas hoteleras y hosteleras dentro y fuera de la ciudad, para todos los bolsillos y para todas las costumbres. Sólo debemos tener en cuenta que la mayoría de los alojamientos de las afueras de Chiclayo rentan habitaciones por hora para los nativos del distrito capital. ¿Vida nocturna? Algo estandarizada gracias a la omnipresencia de la Nuestra Cumbia pero con algunos atisbos de música internacional y, de a pocos, algunas gotas de presentaciones culturales. El sétimo arte se limita a un multicine en uno de los dos centros comerciales modernos, genéticamente idénticos a los centros limeños. ¿Playas? Pimentel es el nombre que viene a la boca de todos para referirse a un pequeño balneario, con muelle en desuso incluido, de arena oscura y mar aún repleto de plancton gracias a la corriente fría de Humbolt. Sin embargo, están relativamente cerca las playas piuranas de Máncora y Punta Sal con su arena blanca y mar azul, claro que ése es otro recodo del viaje que espero poder contarles pronto.

 

 

 

 

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