“El Evento de los eventos” Crónicas de un crítico sin crítica

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   El pasado día 38 de Jeniembre, (fecha elegida por sus conocidas connotaciones burlescas), asistí en mi calidad de “crítico itinerante”, a la sede del “Esperpentisimo”, donde se celebró la tan aclamada, esperada, deseada y amamantada entrega de los premios ¿literarios? más importantes de nuestro querido y ejemplar país. Un aroma a fiesta circense, pompa intelectual y verborreas varias, inundaba todos los rincones de la gloriosa estancia, otorgando a la velada, esa atmósfera única, donde uno, no sabe dónde está la ficción, porque la realidad (como siempre), la supera.

   A las 18:00, comenzaron a llegar los primeros invitados. Dada la ocasión, los pitos y las flautas de cualquier presentación simplona, se sustituyeron por los clamores de las trompetas y los clarines, que, aunque no sonaban del todo bien (el director de la orquesta había estado la noche anterior, afinando otros instrumentos), cumplían con el protocolo: hacer ruido.

   Y es que, eso es lo que tiene un evento de estas características. No importa lo que exista alrededor, no importa como esté el patio, no importa si el aire está cargado de tantos perfumes que en realidad nadie huela a sí mismo, no importa nada más que la creación de una dependencia emocional de tal magnitud, que consiga que todas las miradas (incluidos miopes  y por supuesto, ciegos), se dirijan hacia el centro del mundo, allí donde todas las lavas arden dispuestas a demostrar…eso…como arden.

   La lista de asistentes, podría llenar dos millones trescientas cincuenta y seis mil, ochocientas cuarenta y tres páginas (entre nombres, renombres, títulos, “retítulos”, cargos, recargos…), por lo que he preferido ignorarla y si hay alguien interesado en ello, puede acceder a la página oficial del evento, que encontrará en la página oficial del ayudante del organizador, que podrá encontrar en la página oficial del “vice organizador”, que podrá encontrar en… (Sin comentarios).

   Ciñéndonos a lo esencial; es decir, la gala, el evento, el espectáculo, la muestra de nivel humano y la carga de mensaje que la historia se encargará de colocar en su sitio, la organización no podría ser perfecta sin los protocolos necesarios y por supuesto, la forma de ejecutarlo (ya que todos sabemos que no es lo mismo una cosa, que otra; es decir, no es lo mismo que te acabe de conocer y por educación, buenas maneras y eso del protocolo, diga: “encantado/a”, que me la sople asistir, si no es por y para mis propios intereses). Así que, tras los saludos “protocolarios”, todo el mundo (o casi todos los inscritos como demandantes para asistir a la velada), se encontraban sentados ante sus respectivas mesas, engalanadas, aromatizadas y llenas de ese abstracto encanto “intelectualoide”.

   Tengo que añadir, que para un observador ajeno como yo, resultaba curiosa la distribución elegida. Ya que todo estaba estudiado al máximo, los lugares donde sentar a unos y a otros (o a unos con otros, o entre otros, o sobre otros o…), formaba parte de ese arte del “feng-shui humano” o mejor dicho de la “armonía entre egos”. Por lo tanto, esa disposición había que había que cuidarla a la perfección, para que todo, todo, estuviese como ¿Debía estar? (algo que si se lo preguntabas a la gran mayoría de los asistentes, no sabrían ni responderte)… y es que ya que tienen que estar todos los que son… (O eso dicen los entendidos).

   Tras las presentaciones, artificialmente desnaturalizadas, o al contrario, hábilmente naturalizadas, dio comienzo el espectáculo. Enseguida surgieron  las pompas, desfilaron los egos (tanto los conocidos, como los adiestrados para la ocasión), apareció la palabrería de la modestia devorándose a sí misma, el compromiso con el arte se convirtió en una lengua bífida que lamía las babas y la hiel más oscura.  No me lo podía creer, allí estaban todos,  enarbolando las banderas de cultura, de la libertad de expresión y bla, bla, bla… y entonces,  de pronto, en un instante, observas que el guisado del sistema, es igual en todos los estamentos, que los que ostentan la batuta para determinar lo que es cultura y arte, son precisamente los “amiguetes”, los tótems, los ídolos que manipulan lo que debe hacerse y que aunque todo el mundo dice que lo sabe, lo aceptan y es más…se unen.

   Y mientras eso sucede, en el exterior, el mundo continúa agonizando (curiosamente, con muchas de las personas que luego forman parte de esa farsa), arrastrándose alrededor de los poderes establecidos, intentando encontrar la (supuesta) biblioteca de la verdadera humanidad; esa que todos los sabios proclaman, mientras se visten de pingüino, pompas y premios. Mientras eso sucede y en el interior del recinto, verborrean mandatarios proclamando máximas éticas y solidarias, representantes elegidos por el pueblo y “poderosos”, rodeados de pelotas, lameculos, interesados y otros especímenes; en el exterior, el arte (o  lo que debería ser y no lo que tiene el precio y el interés creado), que no sabe de política, ni de sistemas, ni de dinero…se muere.

   El evento terminó a eso de las diez de la noche. Mañana hacen otro, pasado otro. Siempre estarán los mismos. Y si hay nuevos, serán adiestrados por los mismos (curiosamente aquellos que les vilipendian cuando nadie les ve). Así es el sistema, el entramado no debe desmoronarse.

   Cuando salí de aquel festín, corrí hacia mi casa, me encerré en mi garito y logre hablar conmigo:

   “Estoy cansado de mítines, de proclamas y de iluminados… ¡Abajo el arte capitalista y la cultura institucionalizada!”

 

Okoriades Varacri

 

 

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