Crónicas de la piratería caribeña en los siglos XVI y XVII : Los corsarios (1)

Por Elena Bargues

 

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Es un tema muy manido y que todos conocemos por lecturas, artículos o películas. No obstante, mientras me documentaba para escribir mi novela “El asalto de Cartagena de Indias”, me di cuenta de los tópicos y del desconocimiento real que hay sobre la piratería, fuera del romanticismo y de la visión inglesa.

Para empezar nos encontramos con una serie de términos que nos parecen sinónimos, sin embargo, cada uno lleva aparejada una peculiaridad: corsario, bucanero y filibustero. Comenzaremos por los corsarios.

La conquista y la colonización americana realizada por los españoles fueron juntas de la mano, aunque los asentamientos, en un territorio tan enorme, se perdían en las distancias. Las casas eran rudimentarias, fabricadas con elementos naturales, a excepción de Santo Domingo, una de las primeras ciudades americanas. Alrededor de estos asentamientos proliferaban las haciendas con numerosos indios y negros trabajando en ellas, por lo que la presencia blanca era muy inferior, se restringía a un puñado de colonos con sus familias, militares, sacerdotes y burócratas de la Corte o de la Casa de Contratación.

Durante unos años el golfo caribeño respiró tranquilidad. Los colonos españoles sólo tenían que luchar contra los elementos naturales y algunas tribus indias que permanecieron hostiles.

Los primeros piratas sobre los que se tiene constancia fueron apresados en 1521, y eran franceses. A lo largo del siglo XVI, Francia y España mantuvieron una lucha por la hegemonía europea. Estos piratas franceses no eran propiamente piratas, sino corsarios, es decir, que su país los apoya, incluso comparte ganancias con su rey y atacan posiciones y barcos de una determinada potencia, en este caso: España. Los corsarios llegaron al Caribe en oleadas y la nacionalidad dependía del país con el que se encontrara en ese momento España.

Al principio, los franceses merodearon y reconocieron el lugar y pronto detectaron los puntos débiles de aquellos asentamientos que se consideraban a salvo a causa de la distancia con Europa, por lo que las defensas resultaban irrisorias o nulas. La necesidad entre aquellas gentes para subsistir era tan grande que estaban dispuestos a aceptar el contrabando, es decir, el comercio con otros países que, por aquel entonces, estaba prohibido, circunstancia que aprovecharon los corsarios, quienes un día comerciaban y al siguiente los atacaban, una vez que habían reconocido el lugar. Por si fuera poco, el territorio era tan vasto que los propios franceses decidieron quedarse para estar más cerca de las poblaciones que esquilmaban.

 

Mapa-do-Caribe

 

El primer caso serio de asentamiento corsario.

Entre 1562 y 1564, Jean Ribault inició una colonización de La Florida. Fundó dos fuertes y realizó varios viajes a Francia de los que regresó con más barcos y hombres con la intención de repoblar aquella zona y disputársela a los españoles. Mientras tanto, los que se quedaban allí subsistían de la rapiña. Felipe II, tras muchas protestas de los colonos españoles a las que había hecho oídos sordos, envió una flota bajo el mando de D. Pedro Menéndez Avilés para recuperarla. Y así lo hizo, arrasó con los establecimientos hugonotes y fundó la ciudad de San Agustín. Francia protestó enérgicamente. ¿Protestó? ¿No eran piratas? Está claro que, aunque las crónicas españolas les dieran ese nombre, eran corsarios al servicio de su país.

 

España no ataca, se limita a defenderse.

En estos años, la Corte española y la incipiente Casa de Contratación no hicieron nada para mejorar la situación de los colonos y de las colonias en las Indias, a pesar de que existía un Consejo de Indias. A causa de ese abandono nos encontramos con crónicas paradójicas y, en ocasiones, tristemente divertidas.

En 1559 una flota francesa de siete naves, bajo el mando de Jean Martín Cotes y Jean de Beautemps, atacaron Santa Marta y después Cartagena de Indias. En aquel año era gobernador D. Juan de Bustos y contaba con tres docenas de arcabuces y algunas picas para hacerles frente. Evidentemente, la ciudad cayó. Pero una década después, en 1571, Beautemps desembarcó en Curaçao con 70 hombres sin encontrar oposición, hasta que cayó un aguacero que mojó la pólvora, circunstancia que aprovechó un hacendado con un puñado de indios para acribillarlos a flechazos y pasarlos a cuchillo.

Y todavía persistía esta carencia de armas de fuego en 1629, cuando desembarcaron en El Callao seiscientos holandeses y la población tuvo que recurrir a la treta más vieja. Les salió al paso una nutrida caballería que los puso en fuga y regresaron a sus naves, sin percibir que sólo había unos pocos jinetes seguidos de una masa de vecinos desarmados y montados en mulas para hacer bulto. Tuvieron suerte, les salió bien el farol.

Pues queda otra, más llamativa por tratarse de militares. En 1641, la isla de Santa Catalina fue refugio de corsarios ingleses (la llamaron Providence). Ante la insistencia de las poblaciones vecinas que sufrían sus saqueos, los galeones de escolta de la Flota de Indias de Tierra Firme se prestaron a desalojarla. Desembarcaron en el mismo puerto y se encontraron con barricadas y trincheras que habían construido los corsarios. Los españoles, despreciando el fuego enemigo, sin realizar un solo disparo, arremetieron con sus armas blancas. Sí, señores, como lo están leyendo, desalojaron la isla a golpe de cuchillo y espada.

 

El “rescate”.

Los franceses durante este primer siglo de piratería pusieron de moda el “rescate”. Consistía en adueñarse de una ciudad y exigir un botín para no incendiarla y demoler sus edificios. Los franceses lo pusieron en práctica en Cartagena de Indias cuando el gobernador Bustos pagó cuatro mil pesos a Beautemps y Martín Cote. Aunque el caso más sangrante fue el del inglés Drake, quien en 1586 llegó a Santo Domingo y, al negarse éstos a pagar, arrasó la ciudad: “Todas las mañanas se iniciaban incendios. Debido a que las casas eran magníficas, construidas en piedra, nos costó un esfuerzo tremendo su destrucción”. Recordemos que fue la ciudad más antigua, donde más tiempo llevaban los españoles establecidos por lo que las construcciones eran de buena calidad. Casas, conventos e iglesias, incluso el Archivo Histórico de la ciudad, fueron demolidos.

 

Declive de los corsarios franceses y auge de los ingleses.

Los corsarios franceses recibieron un duro revés a manos de D. Álvaro de Bazán en la isla Tercera (Islas Azores) en 1582, cuando Francia apoyó a Portugal para recuperar su soberanía de manos españolas (Felipe II había anexionado Portugal a la corona española), y su presencia en el Caribe pasó a un segundo plano.

Pero éstos habían enseñado el camino a los ingleses que, desde 1560 comenzaron a pasearse por las Antillas. (De todos es sabido el odio de Isabel Tudor a nuestro rey Felipe II). Sobre estos señores pasaré de puntillas, pues el cine y la literatura inglesa han oreado las hazañas de sus corsarios y son los más conocidos a causa de sus brutalidades. Al menos, las actuaciones de Drake y Hawkins sirvieron para que el 18 de julio de 1586 desembarcaran en Cartagena de Indias el Maestre de Campo D. Juan de Tejada y el ingeniero militar D. Bautista Antonelli para comenzar la tarea de fortificar, además de dos galeras guardacostas para proteger La Habana. Teniendo en cuenta la extensión del territorio a cubrir y fortificar, no es que Felipe II fuera muy generoso.

 

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