¿Es el amor un placebo?

 Por Francisco Traver Torras

 

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Su funcionamiento como el lector podrá comprobar se parece mucho a la homeopatía. O dicho de otra manera: se trata de un medicamento que a dosis ponderales tiene muchos efectos secundarios.

 

Si usted hace una búsqueda en Google con la palabra “amor” se dará cuenta de que probablemente esta palabra es una de esas que se encuentran en todos lados, que tienen el don de la ubicuidad. Amor es un tema universal, se encuentra en canciones, poemas, pinturas, esculturas, literatura buena y mala y últimamente también en las páginas new age que recomiendan- un poco ingenuamente- que el amor es la pócima que puede salvar al mundo. Recomiendan cosas tales como ésta:

“Si amas cambiarás el mundo y con él cambiará tu manera de percibirlo y de estar en él”.

O sea que el amor para algunos es una especie de esencia floral curativa, un “curalotodo”.

Y es verdad en un cierto nivel de definición pero no es verdad en el nivel de definición práctico por donde discurren nuestras vidas aquí abajo.

Los psicoanalistas, al menos algunos con los que he departido sobre este asunto, también abrazaron desde siempre esta opción, la mayor parte de los malestares humanos proceden del desamor y de la agresión reprimida, cosa que también puede ser cierta pero esta verdad no equivale a pensar que dando amor indiscriminadamente las cosas mejoran. En realidad no es así de sencillo y, en cierta manera, las cosas no se resuelven con buenas intenciones o con esa manía caritativa de darle a los demás lo que les falta que seguramente es amor como decían los Beatles.

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El mismísimo Freud -que aún no sabía que era unwicked problem”- en un artículo memorable conocido como “Análisis terminable e interminable”  cayó en la cuenta de que determinados pacientes sometidos a su esfuerzo terapéutico, no sólo no mejoraban, cosa incomprensible para él, sino que encima de eso, empeoraban. A esta curiosa forma de reaccionar la llamó “reacción terapéutica negativa” que incluyó entre las formas más graves de resistencia y que se encontraba más allá de lo cognitivo y de lo comprensible o racional. El paciente empeoraba cuantos más esfuerzos invertía el terapeuta en su curación, Freud creyó encontrar en esta maniobra algo tanático, la propia pulsión de muerte o compulsión repetitiva. Y tenía, en su nivel de definición, también razón.

Y la verdad del asunto es que algunas personas no pueden amar ni ser amados pues no creen en la homeopatía a la que consideran un timo. Aunque yo diría que lo más amenazante para las personas es resultar amados placébicamente, porque el amor en activa puede ser disfrazado de muchas formas, una de las más frecuentes es  la abnegación, una curiosa palabra que contiene en sí misma la clave de lo que pretende ocultar o negar. Los abnegados son aquellos que aman porque amando dejan de sufrir las consecuencias de su necesidad de amor, se brindan a los demás para ocultar-se a sí mismos aquello que pretenden obturar, que no es otra cosa sino la necesidad de recibir. El abnegado, sin embargo, va mucho más allá del autoengaño: se niega a sí mismo y a sus necesidades.

Y es que los humanos somos una especie de simios bastante retorcidos, porque ¿qué tiene el amor de amenazante? ¿por qué protegerse del amor ajeno? ¿No es absolutamente deseable ser amado aun infinitesimalmente?

Aquellos de ustedes que aún no hayan superado su fase jesuítica creerán que el amor es algo deseable, que es importante e incluso placentero que los demás nos amen. Eso es también verdad en otro nivel de definición, pero hay un “pero”. Los demás, si nos aman, lo hacen por alguna razón que no siempre está en nosotros. Lo más frecuente es que el amor que se nos brinda, incluso el más altruista de todos, el de nuestra madre, se encuentre contaminado por los deseos de nuestra madre de otras cosas, por lo que le faltó y por el lugar que nosotros ocupamos en esa falta, un amor que es un reproche o bien un ajuste de cuentas. El amor incondicional que es la forma buena y digestiva del amor es muy poco frecuente -aunque no diré que imposible- lo común es que amor, demanda, revancha, justificación, exigencia, odio, venganza, celos, territorialidad, reproche, sacrificio, dependencia, apego, asimiento y expectativas amorosas e incluso sexuales vayan de la mano o se comporten como condiciones de intercambio.

Es por eso que el amor es una amenaza para aquellos que tuvieron la experiencia primaria de ser amados por una madre que no las tenía todas consigo con respecto a qué esperaba de su hij@. Por lo que cuelga de ese amor que no tuvimos más remedio que aceptar tal y como se nos dió.

Como este tipo de personas vivencian el hecho de ser amados como una amenaza se protegen de serlo aunque esto no les impide, a su vez, amar.

Son simplemente incapaces de ponerse en el polo pasivo y resultar receptivos con el amor que les llega desde fuera aunque pueden ser incluso muy activos para darse atracones e incluso a veces una tendencia es la compensación de la otra: los que no pueden recibir amor son personas muy queridas por los demás porque siempre están en el lugar del dador. Y esta actitud es socialmente muy aceptable aunque muy perturbadora para el propio sintiente.

 

Y en este post voy a hablar de como desactivar ese miedo a recibir amor.

 

La clave está en la homeopatía.

Hay gente que no tolera el amor en dosis ponderales mientras que otras personas son capaces de recibir amor en cantidades desorbitadas.

Es como si algunos tuvieran un receptáculo elástico que como un globo pudiera hincharse a placer acaparando todo el amor que les llega, incluso las sobredosis, tienen una enorme resistencia -por así decir- al amor porque saben desembarazarse de aquello que va colgando siempre del valor puro y duro: un precio, una tasa, un peaje.

Estas personas resisten bien los tsunamis del amor porque han desarrollado una extraña capacidad para disociarse de aquello que les llega y de quedarse sólo con lo bueno descartando lo peor. Pero estas personas que están acostumbradas a dar sus excedentes en plan directo y sin someterse a los necesarios ayunos de depuración suelen ser malos amadores porque acaso no entienden que los demás no han adquirido esa especial resistencia al amor incluso a su toxicidad.

Lo curioso de la vida es que los amadores y los amados suelen encontrarse puesto que cada una de estas especialidades son en sí complementarias, uno disfruta dando y el otro recibiendo. Sin embargo esta relación complementaria está destinada al fracaso por una razón.

 

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Ambos esconden una carta marcada que se sustrajo a la conciencia, uno sus necesidades de recibir a las que quizá no se cree merecedor y el otro su necesidad de desprenderse de la toxicidad que le acompaña desde su infancia pero además necesita que no caiga en el vacío, en ese gap o hueco por donde suelen caerse los excesos. Necesita un hueco con sentido, un hueco contenedor.

La solución está en donar el amor a microdosis, pequeñas dosis de amor vigilando no sobrepasar el número de Avogadro,  eludiendo así los efectos secundarios. Lo realmente curioso del amor en dosis homeopáticas es que no puede ser rechazado pues apenas es detectado por la conciencia del fóbico amador.

El mecanismo de acción del amor homeopático no es a través de la forma, ni de la inundación de amante excesivo, no es algo que se acopla a un receptor sino algo vibracional. O se está o no se está en sintonía. Tampoco hace falta estar en sintonía todo el tiempo ni en todos los ámbitos de la vida. Yo diría que no hace falta siquiera ni la presencia física y todo sucede siguiendo más las leyes y principios cuánticos que los newtonianos, esos que afirman que “el roce hace el cariño” o que “el amor es ciego pero no manco”. Newton era dosis-dependiente como todo el mundo sabe. Estas ideas deterministas son bien conocidas por todo el mundo y tienen también su sitio en la verdad, en algunos amores convencionales de los que hablé aquí.

Pero el amor homeopático no funciona de ese modo, no es algo que opere desde el contacto sino que ejerce una acción a distancia a través de determinados hilos invisibles, unas cuerdas o enlaces tan duros y obstinados como esa fuerza que une al cloro con el sodio (fuerza nuclear débil se llama en física).

Porque el amador en realidad es un dador de electrones, una especie de partícula de Higgs o de agente antioxidante que como el té verde cede sus electrones sobrantes a los intoxicados por el amor.

Están condenados a encontrarse. Y a equilibrarse.

Y lo hacen a nivel atómico, a un nivel informacional, pues la cantidad de información que lleva lo poco es mucho mayor que lo que lleva lo mucho.

Y rebota autoregenerándose como la cola de una lagartija.

Claro que todo esto no está demostrado y hay quien piensa que el amor esconde un efecto placebo.

 

 

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