Un Dostoyevski español

Por Antonio Costa Gómez

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      He descubierto a  Jorge Ferrer-Vidal ,  un escritor que concibe la literatura como un testimonio profundo, como una salvación, presenta un credo apasionado como el de Dostoyevski, o un cristianismo visionario como el de Dylan Thomas,  o una melancolía entusiasta como Leonard  Cohen, los ha traducido,  lo retrata tanto lo que traduce como lo que escribe, en los años sesenta y ochenta era muy conocido y prestigioso,  lo publicaban Espasa Calpe, Plaza y Janés, ahora no quieren reeditarlo, lo consideran inactual, las editoriales son la leche,  pensadas para el negocio, también habría que ser intrépido en ese campo pero eso no existe esa intrepidez.

   En Los papeles de Ludwig Jager hay una sociedad futura donde todo está vigilado y controlado por un gran ordenador que da instrucciones para todo, solo queda un grupo de originales descontrolados en la periferia dejados a su aire, un cura que se ofrece a  Dios desnudo con los brazos en cruz en el frío por las noches, un ingeniero que prueba embalses en su piso y provoca inundaciones, un grupo de putas inocentes,  la  viuda elegante de un disidente, el propio Ludwig que colecciona ratas y las estudia, dice que el ser humano se parece mucho a la rata, es capaz de contradicción y de vergüenza por lo que hace, es un bicho incontrolado y difícil de atrapar,  agresivo pero capaz de actuaciones asombrosas, así es el hombre, dice, en esto Ferrer se parece a Dostoyevski cuando  habla del hombre del subsuelo, ese hombre que no quiere ser feliz a la fuerza según el progreso y la técnica, quiere ser libre y angustiado, descontrolado y él mismo, igual que los personajes todos de Dostoyevski están todos fuera de control, y cuando más quieren entender menos entienden, y es el idiota príncipe Mischkin el que comprende a todos con su amor idiota, con su pasión visionaria,  Dostoyevski busca una santidad imposible y ve a criminales atormentados, y la literatura es para él una forma de salvación, de rescatar esa entraña irreductible  de angustia y plenitud, solo la vida puede comprender la vida.

    El libro de Ferrer se emparenta también  con las utopías de Huxley o de Bradbury, pero va más allá en el sentido trágico y alucinado, en el deseo candente de mostrar lo que quieren quitarnos, al final los hombres tendremos que ser algo escondido y subterráneo, un residuo de otra época, y los personajes cometen la osadía de escribir poemas, de ser inexactos, de hablar de alma y de libertad y de sueños,  palabras extrañas,  el lenguaje también se limpia, y luego  viene otro mundo todavía más aséptico y funcional y univoco que el existente y lo arrasa todo, y entonces todos son miserablemente felices y ya no hay ratas y no hay nada imprevisible, la felicidad engorda tanto decían en la   película  Sexo, mentiras y cintas de video, todas las utopías y las ideologías totalitarias que nos quieren hacer felices a la fuerza pasan completamente de nosotros, igual que los padres que quieren hacer felices a sus hijos a cualquier precio.

    Ferrer siempre habla con fuerza y con pasión de la soledad y la muerte, del amor miserable y los deseos de comunicación, del miedo y la maravilla de la vida, como en ese cuento El hombre de los pájaros  en que un hombre se dedica a coleccionar pájaros y cuando los suelta no se van de su cuarto hasta que él muere, o ese otro, El contraluz en que un hombre desesperadamente regenera el cliché de la foto que se está deteriorando,  en que captó a su amada en un momento de luz irrepetible y milagroso, pero el cliché también se deteriora y todo se va,  el tiempo amenaza continuamente,  o en “El tapabocas”  la mujer que teje un tapabocas para el invierno de su marido que está desesperado porque ella va a morir y ella tiene  que consolarlo, o en El muro  ese hombre que está desesperadamente enamorado de su mujer a través del tiempo y de la monotonía y no sabe como recuperar aquellos momentos de ilusión, se trata de recuperar lo mágico y el milagro y lo espiritual a través de la miseria y la ruina y el tiempo y la vida cotidiana,  hay una especie de realismo transfigurado, de expresionismo rabioso, cuando el escritor quiere arañar lo que haya de espiritual en el mundo sin gracia.

   En esa novela titulada Floresta dos supervivientes  de todos los dramatismos de la guerra de España, una chica que se casa con el que consigue llevar a su padre al cementerio civil de Madrid y ponerle unas flores en las manos cuando ya está medio podrido ( Ferrer no usa paños calientes, no renuncia a los toques más chillones, a las pinturas más terribles) y el hombre cuyo padre enterrador echaba tierra a los fusilados en Valladolid  por puro humanismo y acaba muerto en el frente nacionalista en el que no cree, él tiene ahora un quiosco en el que sobrevive y ella trabaja en un bar, y los dos tienen una amistad apasionada y para curar sus dos soledades  intentan vivir juntos sin sexo y luego en una fiesta humilde con champán en su habitación quieren pasar al amor y todo sale mal y tienen que volver a la situación precaria de seres solitarios y ridículos que se hablan en el bar,  Ferrer expresa eso con distintas voces y distintos tiempos que le dan una vida punzante a la narración.

       Ferrer  escribió libros de viajes alucinantes por la geografía española, libros sencillos y llenos de gracia  donde recorre a pie sin prisa  geografías humildes de España, las orillas del Duero, los pueblos de Extremadura,  las comarcas de Cantabria, donde  le saca jugo a cada instante,  ve lo que el supuesto progreso está eliminando de humanidad y de sabor,  recoge alientos y olores,  descubre ruinas abandonadas, son viajes apasionados como los de Unamuno, con un punto de trágico, donde todo lo que es el ser humano late y se retuerce. Y como Unamuno,  o los escritores del 98 en general,  utiliza un léxico abundantísimo y sorprendente, que por un lado es cálido y tradicional y lleno de evocaciones de sierras y poblados, y por otro lado es de una versatilidad y una riqueza apabullantes, parece que también en eso fuera prodigioso e inagotable, que hubiera infinitas maneras de pulsar los latidos del hombre.

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    Así este escritor es otro de los que el sistema arrincona, de los que las políticas editoriales basadas en el negocio dan de lado, o la literatura como rentabilidad  desecha, porque su literatura no busca el entretenimiento ni el consumo rápido ni el fuego de artificio, es una literatura trágica en el sentido que le daría Jaspers, una literatura que  rechina y da testimonio del hombre y corta como un cuchillo, corta como para mostrar lo que duele, que aparte de piel tenemos sangre y huesos, cada palabra de este escritor parece querer rescatar a ese ser humano alucinado y perdido al que abruman con tecnologías, al que controlan de mil maneras, al que quieren venderle de todo y darle fórmulas para todo y pastillas para todo,  él como otros escritores está en el subsuelo del sistema y de la Historia,  y algún día  algún apasionado de la literatura de verdad lo recuperará, de la literatura que tiembla con el hombre y da cuenta de lo único que no dan cuenta ni las ideologías ni los estudios científicos ni las estadísticas.

   Porque en gran medida estamos en ese mundo que él describe en Ludwig Jager, como todos los grandes escritores es un visionario, nosotros somos ratas  absurdas a las que nadie quiere observar de verdad, a las que nadie quiere tocar con las manos para desgarrarse en lugar de analizar desde lejos con aparatos y ordenadores, los libros de Ferrer tocan al hombre con las manos, lo palpan, sienten su pulso, Ferrer muestra que estamos perdidos y necesitamos una gracia que nos preserve, alguien hondo que nos conozca genuinamente,  alguien que sea un ser humano de verdad y no un productor o un consumidor, quiere que seamos como esos seres atípicos e incorregibles que sobreviven en los suburbios de la sociedad de su libro,  y que esperan la destrucción intentando escapar, pero mueren con dignidad, no hay nada mas ridículo que ese cura que se desnuda por las noches en el techo de su iglesia bajo la nieve y se ofrece a un Dios que casi nadie sabe quien es, pero no hay nada tampoco más asombroso y heroico, si no es convincente a nivel religioso lo es a nivel literario, solo la literatura puede mostrar esos gentes inútiles y fulgurantes, también sus libros tienen eso en general, son inútiles y fulgurantes, y ridículos en un mundo donde todo se consume, y maravillosos y llenos de una gracia escondida y subterránea, igual que la tenían los libros de Dostoyevski cuando soltaba con fiebre todas las convulsiones de sus criminales y sus santos y sabía que sus libros de algún modo pueden dar esperanza y vitalidad a millones de personas que no quieren ser simplemente felices sino completas y absurdas, Ferrer continua ese existencialismo angustiado y palpitante, ese humanismo rebelde de Camus, ese toque de angustia en el cual somos nosotros y podemos recibir lo extraordinario.

 

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