Poros y Penia: amor de transferencia

Por Francisco Traver Torras

El deseo es el deseo del otro

Jacques Lacan

 

Poros se encontraba pletórico de facultades, sobrado como diríamos hoy y seguramente borracho aquel día durante la boda de Afrodita a la que fue invitado por ser una de las divinidades del Olimpo. Poros era hijo -según Platón- de Zeus y de Metis. Pero hay que decir algo de su madre Metis. Probablemente Metis era una deidad preolímpica, una deidad primigenia, sin culto y sin estatuas, sin representación, una deidad abstracta. Tan abstracta que Metis probablemente tiene alter egos diversos, como Tetis, una deidad marina conocida por haber sido madre de Aquiles.

 

Lo que interesa, sin embargo, más allá de su genealogía es que Metis fue tragada por Zeus dando así a luz a un hijo en común: Poros. Este episodio que señala las tragaderas de Zeus se repite varias veces en la Teogonía. Al parecer los dioses varones siempre recelaron y envidiaron de las mujeres su poder genésico y las deidades femeninas siempre envidiaron de los hombres su poder. Esta parece ser una constante en toda la cosmogénesis clásica, hombres y mujeres, Zeus y Hera se pasan la vida discutiendo y sospechando que el otro tiene más poder, más placer o más autonomía, como ahora sucede entre los sexos pero proyectado en el cielo.

 

El asunto es que esta teoría del embarazo digestivo de Zeus es según el psicoanálisis una teoría primigenia del embarazo, efectivamente los niños pequeños -según Freud- y casi seguro los pueblos primitivos que aún no habían alcanzado un saber acerca de la fertilización por parte de los hombres deberían pensar que el embarazo era un misterio, un misterio vinculado a lo femenino, seguramente el embarazo en un primer momento del desarrollo humano se atribuyó a algo que se comió o a la picadura de un insecto.

 

16073919_6be2_625x1000Nacimiento de Atenea

 

 

En el mito aparece pues el deseo de Zeus de ser padre sin mediación de la mujer, tal y como mucho tiempo después repitió dando a luz a Atenea -la reina de las hilanderas- después de un violento ataque de migraña. De su primera intentona con Metis nació pues Poros, un tipo pagado de si mismo, un Narciso bienhechor que representa la disponibilidad, el recurso, la posibilidad. Efectivamente Poros era un tipo lleno de recursos y poder, un factotum diríamos hoy, un conseguidor, esa persona con influencia a la que nos dirigimos para pedir un favor.

 

Sucedió que en la boda de Afrodita una mendiga llamó a la puerta muerta de hambre, venia a por las sobras de la comida, se llamaba Penia y después de conseguir entrar en el banquete y acceder a los alimentos que allí sobraban y de hartarse de comer y beber, se propuso seducir a Poros. No le fue difícil pues acudió a aquello a lo que Poros era mas sensible: la adulación. Poros y Penia se refugiaron en el jardín huyendo de las miradas del resto de los invitados y allí copularon una y otra vez.

 

De esa unión nació Eros: el amor que no debe confundirse con el deseo, hijo del recurso y la necesidad, del exceso y la pobreza. Eros es metafísicamente y metafóricamente aquello que une el hambre y las ganas de comer, el queso y el ratón, el botín y el pirata, el amante y al amado. Es por eso que Eros es un dios alado pues representa un salto, un viaje psicopómpico entre una subjetividad y su contraria.

 

Es interesante ver en este mito el nacimiento de una nueva subjetividad que va o se sitúa en un lugar que está más allá de la necesidad pura y dura de su madre y más acá de la vanidad de su padre. Se sitúa justo en medio inventando un registro nuevo: el deseo de la Falta en el otro pues solamente podemos amar o desear algo aquellos que estamos en Falta, amamos pues la falta del otro impulsados por la Falta en nosotros mismos: una falta-en-el-ser, una carencia de algo, no en el mismo sentido de Penia que se encuentra poseída por la necesidad material sino por algo que está más allá de esa necesidad, de algo metafísico, fundacional, que no depende del aprovisionamiento externo. Desde entonces los seres humanos una vez que hemos cubierto nuestras necesidades más perentorias desarrollamos deseos. Somos seres deseantes, erotizados, amorosos y sometidos a una falta que es estructural en nuestra personalidad.

Se simboliza así, $ como una S barrada que nos divide entre sujetos y objetos.

 

Lo que entronca con una tradición griega muy interesante -la del Eromenos y el Erastés- y qué nos lleva a la siguiente pregunta ¿Quién ama en el amor? ¿A quien besamos cuando besamos?

Eso mismo se pregunta Magritte.

 

 el-beso

 

Los griegos no creían en la mutualidad amorosa y los psicoanalistas tampoco: ellos -los griegos-tenían una nomenclatura muy clara para discriminar al eromenos (el amado) del erastés (el amante) y aunque este termino fue adoptado por la tradición pederástica de aquella sociedad lo cierto es que es posible generalizar su uso con independencia del sexo que ocupe cada uno de los actores de la pareja. El eromenos suele ser más joven y displicente, es pasivo y por decirlo de alguna manera se deja querer, seducir, galantear, adular, regalar. Su compromiso con Eros es menor e instrumental, pues Eromenos cae del lado del objeto, es un sujeto objetalizado por el deseo del Erastés que suele ser mayor, adulto ya y en mejor posición social y que toma al Eromenos bien como discípulo, bien como confidente y casi siempre como amante. El Erastés se sitúa en el terreno del sujeto, sabe que tiene una falta y de él emerge el deseo mientras que Eromenos no sabe lo que tiene y se conforma con ser deseado.

 

Erastés está en Falta y Eromenos flota en el vacío. Falta y vacío desde entonces son distintas posiciones, distintos topos, de este dilema entre sujeto y objeto que atrapa al humano, uno del lado del objeto y otro del lado del sujeto.

Tenemos también una palabra gracias al mito de Poros, y es “aporía“.

Una aporía es algo que no puede ser, que no puede imaginarse, una especie de paradoja como la idea de “la nada”. Pero la acepción que nos interesa en este momento es la relativa al saber. Una aporía es un saber falso, algo que ha llegado hasta nosotros gracias a la mayéutica platónica.

Platón pone en “El Banquete”, en boca de Sócrates, una frase que resume esta tensión entre Poros y Penia, entre Eromenos y Erastés, entre sujeto y objeto. Y lo hace a propósito de un diálogo entre Alcibiades y Sócrates: en él puede percibirse como Alcibiades ambicioso de saber y celoso de Sócrates se propone llevarlo a un callejón sin salida a través de la mayéutica. Para ello dispone un plan de seducción y se propone como amante de Sócrates, a lo que éste responde:

 

– Tu quieres cambiar el oro de tu saber por el cobre de mi ignorancia.

Dicho de otra manera Alcibiades pretende situarse como Erastés ubicando a Sócrates como Eromenos, se trata de la tópica de la Falta, de la lógica de la suspensión del vacío. Alcibiades atribuye a Sócrates todo el saber y pretende apropiarse de él, Sócrates le dice la verdad: “que el saber está en él”, pero probablemente no lo sabe aún. Renunciando a esa ubicación Sócrates le da a Alcibiades una suprema lección moral, ética y metafísica, también psicológica.

Una lección que cualquier psicólogo actual debiera saber.

Se llama transferencia, amor de transferencia y en ella el terapeuta jamás debe quedar objetalizado, jamás debe quedar a merced del deseo del otro, jamás debe llenar la falta del otro, porque en realidad al otro -aunque no lo crea- no le falta nada. Pues todo lo que necesita está en su interior, en su saberse a sí mismo.

Es el secreto que hay dentro del secreto.

Para desvelarlo sólo hace falta situarse en un lugar apórico.

 

La transferencia no debe ser confundida con la alianza terapéutica: ese contrato que dos adultos firman para llegar a un fin terapéutico entre médico y paciente por ejemplo. Transferencia no es el cariño entre dos hermanos, o la simpatía entre dos amigos, ni es el amor de pareja aunque probablemente la mayor parte de los desencuentros amorosos procedan de la transferencia, otros de la realidad. Transferencia es aquello que procede de otro tiempo o lugar y que como su nombre indica se reactualiza (transfiere) a otro objeto del aquí y ahora siempre que ese objeto se caracterice por la neutralidad, la no participación emocional y la escucha activa. La transferencia es motor y al mismo obstáculo terapéutico en el psicoanálisis donde la cura siempre ha de pasar por encima de la transferencia.

 

La transferencia casi siempre se contempla en términos de sentimientos antiguos reeditados por el tratamiento pero este punto de vista es superficial: en realidad la transferencia es un lugar, una posición, lo que se reactualiza es la posición que el sujeto adoptó con sus figuras de dependencia infantil, es decir su relación con el saber del otro.

 

La transferencia es una metáfora del amor, un simulacro, una ficción y enseguida aclararé que ficción no es lo opuesto de mentira. Lo transferencial es verdadero pero no es actual, es la repetición de un recuerdo, de una secuencia de hechos que pertenecen al pasado, más una tópica que un evento. Representa la actividad intrínseca del cerebro despojado de objetividad y de objetalidad, el terapeuta en este sentido no es un sujeto ni un objeto sino sólo un espejo en el que el paciente proyecta su necesidad de saber y le atribuye a este sujeto al que ni siquiera conoce un saber, si ubica al terapeuta en este lugar de sujeto-supuesto-saber. Aunque caben otras estrategias que sólo nombraré de pasada:

 

  • Negarle todo saber al terapeuta como hacen algunos psicóticos o personalidades narcisistas.
  • Ponerse en el lugar de desvelar la falsedad del saber del terapeuta, como hacen los obsesivos, los paranoides y algunas histéricas.
  • La indiferencia frente a cualquier tipo de saber que no esté incluido en el goce propio y actual, como hacen los perversos o los psicópatas.
  • Y atribuirle al terapeuta un saber omnipotente que es lo que hacen el resto de neuróticos, un saber pórico, o mejor el lugar de Poros.

 

Esto es al menos la teoría psicoanalítica clásica.

Para profundizar en este tema os propongo leer este artículo

Y es necesario leer el Banquete de Platón, lo más profundo que jamás se ha escrito sobre el amor.

 

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