El salto

Por Guillermo Sierra

amy-gwatkin7Imagen: ©Amy Robins

 

Redescubriendo la sabiduría latente en la inmovilidad horizontal. Yazgo en la cama tumbado, tratando con bastante esfuerzo – al comenzar, y disminuyendo notablemente, todo sea dicho- no hacer nada. Al cabo de unos pocos minutos, noto como tenue pero vigorosamente mi cabeza vuelve a pensar, a desperezarse. Somnolienta.

-¡Qué insulto al intelecto, la vida moderna! ¡Qué día tan ridículo! Qué sinparar, qué apresuramiento. Qué vacío de tan lleno.- Me digo.

Y rememoro, visito a cada una de mis neuronas, y paso revista a sus memorias. Y recuerdo una anécdota justo ahora.

Cuando antes de partir en un viaje a Italia, en un movido, de ínfimo presupuesto y de bastante cosa poco sana – a la par que muy instructivo- viaje, yo sólo deseaba, presa de los nervios y la angustia previa,tumbarme boca arriba, vestido, por tal de no moverme más, en mi cama.
En realidad en cualquier cama, sofá o incluso, quizás mejor, en el suelo. Olvidar hacer la maleta, y así no tener que pasar por el odioso cercanías que lleva al aeropuerto. Y mirar el techo. Mirarlo con determinación, blanco y reluciente, con manchas de mosquitos muertos. O las paredes. Los muebles aún no; distraen -el asentamiento de la mente- . (Pretendía que mi mente fuese ese lodo blanquecino que cae despacio hacia el fondo marino, en zonas antiguas, quietas y solitarias desde hace miles de años).
En el fondo buscaba, y sigo buscando ahora, grietas en las paredes. Para zambullirme en ellas entre telarañas, y no volver jamás. Durante un rato. La pared desnuda es el vacío, que innegablemente atrae.
Pero la grieta, ¡oh la grieta! Es el precipicio, el abismo tentador, pero sabiendo que no se caerá bajo ningún concepto. Es vértigo con dispensador, adecuado para existencias modernas.

Como sabemos, el vértigo no es el miedo a caer al vacío, es el miedo a querer caer, a querer lanzarse. Todos anhelamos un poco el saltar, ignoro el por qué. Y en las gritas se cae de forma moderada, pero se cae, y por tanto, innegablemente, uno se embriaga. Y qué a gusto, a las tres de la tarde, o a las ocho como ahora, o mañana, o ayer, o siempre. El abismo no es abismo si no hay desde donde saltar a esa siempre
esperada y confortable caída.

Llegado aquí me tienta, inconscientemente comenzar hablar sobre mujeres, sobre sexo o sobre vicios; sobre mí. Esa antigua culpa que viene por no hacer nada. No saben, que la pereza y el reposo inactivo son los padres de la creatividad; lean lo que Borges y Onetti dijeron sobre el tema.
Pero hoy quiero dedicarme a describir la nada, la densa ausencia de acción y acontecimientos externos.
En estas estoy cuando llega el momento más mágico, de básico, de todos.

Me invade, ya a la media hora de estar tumbado, un poco de felicidad boba, como de algodón de azúcar de parque de atracciones. Infantil y simple. Estoy lanzando y recogiendo una pequeña pelota y sonriéndome con cara -reincido- de bobo. Un amigo, mi mejor amigo, me dijo que eso era la felicidad, o eso creía él. Lanzar, y lanzar,  y recoger una bola de papel de periódico.

 

 

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