El barrio bohemio de Cartagena de Indias

 

 

Texto: Antonio Costa
Fotos: Consuelo de Arco

No hablo  del barrio colonial, “el corralito de piedra”,  que es donde están los turistas y donde se explota a los turistas. Ni de los barrios modernos donde están los comercios y las playas, Bocagrande, el Laguito, Castillo Grande.  Hay otro barrio más canalla, más auténtico, mas efervescente, más oscuro. Era el barrio de las putas y es el barrio de las discotecas y el rumbear. Un colombiano me preguntaba  “¿y tú dónde rumbeas?” y tenía que decirle que yo no rumbeo, lo cual sonaba increíble, porque  parece que en el  Caribe es como respirar. Ese barrio  estaba dentro de las murallas, por un lado esta el paseo del Arsenal que se asoma a la Bahía de las Ánimas que estará llena de fantasmas, por otro esta el  Parque del Centenario y de allí sale la calle de la Media Luna llena de locales oscuros, por otro están las murallas delante del mar con sus bastiones. En ese barrio destacaban los negros, los seres llenos de vida que llevaron como esclavos y se llevaron con ellos a su diosa del mar Yemaya y a su dios de los bosques Osún ( la iglesia dominante   le llama a eso Santería para que suene mal, pero no puede quitarle a esa religión toda su sugerencia,  hasta  Pedro Juan Gutiérrez  la recrea en sus novelas sobre La Habana).

Allí nació el gran poeta Jorge Artel, compañero de Nicolás Guillén, que fue a refugiarse a entre los espectros  de la ciudad universitaria de Guanajuato en  Méjico. Pero antes de ir escribía en Getsemani  : “Una estrofa negra/ borracha de gaitas vagabundas/ y de golpes dementes de tambor”  (perteneciente a su libro “Tambores en la noche”). Por allí se mueve todavía el poeta Pedro Blas que escribe de su barrio: “Y Getsemaní su rosa volcada de arrabal/ su esquina al mundo/ de religiosa su calle Espíritu Santo tan distinta/ de varones feligreses fruncidos de glande en capullo” (“Poemas de calle Lomba”, la calle Espíritu Santo  tenía muchos locales de putas ). Él canta a sus calles hirvientes, sinceras, asomadas al mar, que esconden lo que no quieren ver los buenos burgueses que  las visitan de noche,  donde viven negros que llevaron a sus dioses a través del mar y resucitaron de todas las esclavitudes. Son calles humildes, oscuras, estrechas, de monumentos humildes, de pequeños talleres, donde viven seres que no serán protagonistas de ninguna epopeya, pero que viven encantos, vértigos atravesados, estremecimientos.

En la avenida del  Arsenal junto al mar abundan los locales de diversión donde mujeres se emborrachan aparentemente   tras bailar como serpientes  de mar.  En la calle de la Media Luna, con balcones verdes y rojos,  está el templo de San Roque en memoria de los apestados de la fiebre amarilla. En el corazón del barrio está la  Plaza de la Trinidad , donde en noviembre de 1811 se congregaron los que pedían por primera vez la Independencia.   Parece un barrio propio a las libertades. y allí se asoman una iglesia barroca, unos balcones de madera, un monumento a Pedro Romero, el que lanzó el Grito por la Independencia.  Es un barrio que bulle, se esconde, caracolea, saca sorpresas, hay que ir con cuidado pero te sorprende con el olor fuerte, con la vida, con lo escondido. En la calle Larga está la iglesia de la Santa Orden, cuyas campanas con un balcón de madera  convocaron a la Independencia.

Antes de entrar en el barrio pasé por los puestos de libros del  Parque del Centenario, había un montones de tesoros populares y secretos como el barrio, compré “La hojarasca” de García Márquez,  con páginas oscuras que me atraparon en la atmósfera de Macondo. El café Habana es reciente pero parece que llevara allí docenas de años y recoge el aliento de todos los rincones del Caribe, con su ron, con sus sones, con sus carteles ahumados, con sus fotos en blanco y negro, con sus paredes añosas, con  sus mulatas cimbreantes, con  sus negros de gorra de hablar gangoso, aunque dándole un toque de que allí se puede estar sin que te pase nada. Todo el olor del Caribe, con recuerdos de África, se mueve por ese barrio y se concentra con música en ese café. Y entonces podemos decir con Pedro Blas: “Cuando casi  que vuelta una loca/ surgía tu madre de entre todo Getsemani/ torcedura de barrio lunar/ ella vigilaba tu bebida/ resolviendo estandarte oloroso a cachimba masticada”.

 

 

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