Esta cargante trivialidad del ser

Por José Antonio Ricondo

Todo desencadena en la esfera de nuestra psiqué, en la posición de nuestro sentido, en el reino ontológico y filosófico de los comienzos categóricos. El filósofo austriaco Edmund Husserl (1859-1938) llamará ‘psicología trascendental’ a lo que existe antes de todo conocimiento. Y es una psicología que es del ser (el adjetivo ontológico se refiere al ser), resultando, en esta categoría básica, una aparente contradicción al identificarse fielmente el sujeto psicológico trascendental con el sujeto de las ideas. Es decir, el ser y el conocimiento, trascendentalmente, son una misma cosa, una unificación de sujeto (conocimiento) y objeto (ser). Así, en esta psicología, podemos tener un entendimiento crédulo del ser u objeto, que el filósofo austriaco llama ‘intuición’, con independencia de la cultura y de los pertrechos científicos con que contemos, y para guardar esa ingenuidad, debemos poner entre paréntesis, en suspenso (ποχή), nuestro caudal cultural y científico. Es lo que él llama la reducción o restricción fenomenológica.

 

Edmund_Husserl_1900Edmund Husserl

 

Pero, ¿qué reducción podemos hacer, por ejemplo, del necesario alto el fuego en la matanza acostumbrada de Gaza? Como siempre, la ligereza y lentitud del Consejo de Seguridad de la ONU en comprometerse con su propio cometido, o que el enviado especial del Cuarteto del Proceso de Paz para Oriente Medio sea especialmente Tony Blair, uno de los incendiarios apagafuegos hace once años en Irak; pues bien, ante esta cargante trivialidad, ante el burlesco y desesperante estilo prosaico que nos mata la vida, el poeta nos dice que nos queda la palabra, el aliño del arte y el ingenio y agudeza con que nos bombea la vena de los poetas, cuyo virtuosismo imprescindible es tan verdadero como inacabable. Reduzcamos más el fenómeno, dejemos en suspenso la violencia con que nos taladran día a día y aliviemos, aunque sea un minuto, nuestro umbral diferencial para poder vivir y seguir sintiendo:

Tú y yo, muchacha, estamos hechos de nubes
pero ¿quién nos ata?
Dame la mano y vamos a sentarnos
bajo cualquier estatua,
que es tiempo de vivir y de soñar y de creer
que tiene que llover
a cántaros.
Estamos amasados con libertad, muchacha,
pero ¿quién nos ata?
Ten tu barro dispuesto, elegido tu sitio,
preparada tu marcha.
Hay que doler de la vida hasta creer
que tiene que llover
a cántaros (…).

A cántaros’ – Pablo Guerrero

 

Escrita en 1972, su 40º aniversario lo celebran así las voces de Luis Pastor y Lourdes Guerra,
Cristina Lliso, Olga Manzano, Ismael Serrano, Olga Román, Manuel Cuesta y Álvaro Urquijo.

 

Dice Heinrich Böll en ‘Billar a las nueve y media’ acerca de los infieles desembarazados: “Pero si no tenéis nada que esconder, ¿por qué ponéis esa cara tan arrogante y hacéis alarde de no tener nada que esconder?”. Pueden ser la hez, los que un día huyeron hacia delante y siguen sin parar, que nunca supieron qué era el amor, que dan asco pero muchos les quieren imitar, renegados cuando niños cada día por su madre bramando su arcada vergonzante, con la feliz pretensión de todo su entorno infantil de que no deberían haber nacido. Y ahora pisan con corbata, pisan fuerte por temor a perder sus cortas raíces… Y los demás, soportando su veneno. Como en ‘A cántaros’, que nos dejen ver las imágenes de la libertad, del vivir y del soñar, mientras podamos corresponder sosegadamente así a su signo de la transitoriedad y brevedad, y vamos a sentarnos bajo cualquier estatua o a tirarnos, muchacha, en la seca hierba hacinada que ventea a verano, aledaña a la muralla del camposanto. ¿Cuánto podemos conocer, Husserl, los seres humanos? ¿Cuánto podemos percibir en la intuición de los niños? ¿Cuánto tiene que llover? A cántaros.

 

23Pablo Guerrero

 

Tenemos que arrojar lejos los yataganes y las espadas y fundirlos, aplastarlos y estrujarlos -decía mi madre- como a todas las inmunidades y aforamientos, hijo mío; únicamente se encargan de eso, maneras de seducir y corromper. Colmadas están sus manos [las de la Naturaleza] de beneficios y presentes para todos, y aún sobra. No toleres nada, ni el paté de hígado de la abuela, ni el chorizo engrasado del capellán, ni la melaza, ni dinero alguno ni la liebre a la gallega: ¿por qué, cuando hay alguien que carece de ello? Por eso, muchacha, vayamos a lugar abierto: contemplarás el sol sobre ti, pétalos y hebras de paja te bajarán por la cara, volveré a probar contigo el sabor de un crepúsculo estival y no sigas conservando de nuevo la sensación de estar colaborando, como un deber, en un irritante examen: aprendí lo suficiente como para no preguntar ya lo obvio; deseo que te enternezca la fragancia del césped recién cortado en una mañana de verano.

Nunca bajemos los horizontes, porque más abajo de la altura del regato sigue lo que no se ve, el vertedero. Dejemos todo en suspenso porque nada nos puede atar si estamos hechos de nubes. Y cuando llueva con mucha fuerza, no nos pillará anclados… Hoy, en un diario, se decía que en Gaza se vivía entre el engaño y el exterminio…

 

 

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