EN AYLLON, CON UNA EMPERATRIZ

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Por Antonio Costa

 

   No veo a los alumnos, no les escucho bien, los oigo hablar sin hacerme caso, no recuerdo qué ejercicios les he mandado, ni siquiera me acuerdo de en qué clase estoy, no sé qué debo decirles ahora, no puedo reconocer a nadie. Pero no pasa nada, todo es un sueño, abro los ojos y por la ventana veo la plaza mayor de Ayllón, en Segovia, estoy en la casa del cura y pronto saldré a mirar cosas.

     Cerca de mí laten personajes importantes. En la esquina de la plaza la emperatriz Eugenia de Montijo duerme en casa de su hermana porque viene de Paris hacia Madrid.

San Francisco de Asís funda un convento en las afueras de la ciudad porque regresa de su viaje a Santiago de Compostela y está muy contento de haber conocido al Maestro Mateo y de haber visto la sonrisa del profeta Daniel. El condestable don Álvaro de Luna se retira a descansar aquí para olvidarse de las intrigas de los nobles mirando las cigüeñas en los campanarios. Un marqués de Villena levanta una capilla misteriosa en la iglesia de San Juan y pone un arco de cinco puntas que significa la libertad y el humanismo. Claro que eso ocurre en otras épocas, pero qué más da. Julio Camba quedó una vez con un amigo en la Puerta del Sol y apareció en la Plaza de España porque el amigo quedaba a las cinco y aparecía a las ocho, y cuando el otro protestó le dijo : tú eres inexacto en el tiempo y yo lo soy en el espacio.

     Me asomo por la ventana en este verano indio de España y siempre hay niños jugando a la peonza y eso me maravilla y me enternece, parece que estoy en un cuento. Porque en este mundo tan tecnificado y artificial incluso el aire y el agua van a parecer de cuento de hadas. Y no me canso de mirarles como tiran la peonza y siempre la hacen girar. Me recuerdan la infancia y el latido y las ilusiones, y en este pueblo tan compacto tampoco se ven plásticos ni humos ni coca cola, se ve ladrillo o piedra o madera o adoquines por todas partes y eso parece un prodigio. Dentro de poco incluso una puerta de madera gastada la tendremos que poner en un museo como recuerdo de un mundo en que no todo eran máquinas y las personas hablaban unas con otras y no con los móviles.

   La iglesia de san Miguel es ahora un museo y la oficina de turismo. Dentro hay unas tumbas de alabastro de unos marqueses y ella tiene un libro y él tiene una espada, las mujeres siempre leyeron más que los hombres. Y hay arcos conopiales graciosos y hay cresterías que parecen manteles colgando. El arco que queda de la muralla que ciñe la ciudad, con un matacán solitario, recuerda las épocas en que estar dentro era bastante distinto a estar fuera. Y el puente medieval sobre el río Aguisejo peina el agua con elegancia y más allá hay una Alameda donde las hojas encendidas caen en cámara lenta para recordarme que el tiempo es un misterio. Y en el bar El Arco el señor Hilario me habla de Hilario Camacho y me dice que tiene anís Castellana y me pone chorizos castellanos auténticos.

     En lo alto se divisa la torre Martina , que es una mezcla de torre y de iglesia, y detrás un abuelo apacienta unas cabras, y debajo en las bodegas que se empotran en la tierra roja me imagino borracheras secretas y pequeñas orgías humildes. En otro extremo del pueblo, en la propiedad de San Juan, vive el matrimonio de pintores Pedro Corrons y Zuzka Daucikova que te enseñan los muros cubiertos por hiedras, las columnas donde se agarran esculturas expresionistas del siglo XII, un cenador bajo una parra sujeta por capiteles románicos, un rincón donde te tiendes en tumbonas de madera o miras un solitario juego de la rana . Y luego te muestran sus pinturas inspiradas en personas sarmentosas del pueblo o su colección de Arte Bruto.

   Un antiguo Convento Concepcionista es ahora un alojamiento para bodas retiradas y fantásticas en que caben cien invitados y si te asomas a la verja ves grandes tinajas de otra época o flores encarnadas que crecen en una entusiasta intimidad. Y la gran iglesia de Santa María está cubierta por nidos de cigüeñas que encandilan el paisaje y a veces cagan sobre los feligreses, y la gran torre con huecos se ve desde todas partes y dentro hay esplendores barrocos y panes de oro. Y el Ayuntamiento es la antigua casa de un noble que en el siglo barroco se la cedió al municipio con sus enormes soportales que acogen como una especie de medio claustro para personas que no quieren perderse la vida. Y la Casa de la Torre, la más antigua del pueblo, con un alfiz de bolas lleno de gracia , pertenece a Bankia, no podía ser de otro modo. Y en el Museo de Arte Contemporáneo hay maravillas de arte moderno como Barjola o Lucio Muñoz o seguidores mesetarios de Emil Nolde y hasta un ataúd en construcción en una esquina, pero solo lo ves si te cuelas en un momento casual porque no tienen dinero para mantenerlo abierto. Y la serpenteante Calle Real está llena de casas con escudos y de ventanas de madera empapadas de siglos, y de ella suben tramos de callejuelas adoquinadas escondiéndose en la montaña.

   Y al lado de la puerta del Arco está el esplendor del Palacio de Contreras, con arcos conopiales que no terminan en punta sino que son un delirio de curvas y contracurvas, y hay un enorme cordón franciscano en piedra con nudos que sugiere la ligereza y que todos tenemos que atarnos humildemente los pantalones por mucha potencia de piedra que tengamos, y hay unas ventanas volátiles en las esquinas, y unos escudos inclinados, y si lo miras por detrás desde la Alameda fantástica ves corredores que sugieren fiebres confidenciales y además un vecino te dice que no se puede entrar pero que dentro hay unos artesonados y unas pinturas de miedo, y cada vez que pasas delante de esa fachada te quedas pasmado por la potencia y la gracia.

       Y si al atardecer te vuelves a asomar a la Plaza Mayor con una copa de vino Ribera del Duero vuelves a ver a los niños jugando siempre a la peonza y eso te hace sentir extraño y maravilloso y a la derecha admiras la paz de las cigüeñas en el campanario y hasta te pones lírico con el bar de madera en los soportales de enfrente cuyo propietario es dueño de la mitad del pueblo. Tienes confianza al respirar, Castilla es ancha todavía, y en la esquina de la plaza hay una tienda de regalos que se llama El hada no sé qué porque todavía a veces se puede pensar en las hadas y en el embrujo de lugares perdidos detrás de las sierras.

 

 

 

 

 

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