Con «B» de revolución

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Paseo ciclista nocturno, Colectivo Cicloturixes. Mérida, Yucatán. Fotografía: Gabriel Pliego

Por: Gloria Serrano Solleiro (@gloriaserranos)

“Cuando veo a un adulto en una bicicleta,

no pierdo las esperanzas por el futuro de la raza humana”.

H.G. Wells

 

En alguna ocasión escuché decir a un reportero que el periodismo se trataba de “sacar petróleo de lo cotidiano”; sin duda es una de las frases que mejor define el apasionante oficio de ir descubriendo las isocronías que a diario suceden en las calles. Y es que, si se les aprecia con el suficiente detalle, las vías de una ciudad son como arterías por las que circula un poderoso torrente sanguíneo, sus habitantes, personas de verdad y no avatares como los usados en las redes sociales, los auténticos urbanistas de las áreas más densamente pobladas del planeta.

De entre todas estas afortunadas existencias que confluyen en las zonas urbanas, esta vez quiero aludir a una en específico. Es muy probable que ya hayan notado su presencia, cada vez más amplia tanto por la extensión territorial que abarca como por la cantidad de participantes que la conforman. Me refiero a la magnífica masa que en los años noventa inspiró al realizador Ted White, a ese cuerpo, un gran conjunto de gente, un todo con volumen y consistente que está dando muestras de que la transformación social no es misión imposible, sino que puede ocurrir y es ya un hecho. Son sujetos de todos los estratos sociales, de edades diversas e intereses también heterogéneos que de inicio, con sólo congregarse en distintos espacios públicos, echan atrás las viejas teorías que hablan de las diferencias como un demonio al que se debe exorcizar.

Toda una revolución que le quita el calificativo de “accesorio” a la cultura para ponerla como eje y sostén del cambio. Así es el movimiento de ciclistas urbanos a nivel internacional, el cual tiene como principal estandarte el uso de la bicicleta para construir ciudades más humanas a partir de reimaginar la movilidad dentro de nuestras “metrópolis monstruo”, los núcleos donde la calidad de vida ha empeorado sistemáticamente debido a su continuo crecimiento, pocas veces limitado y sostenible. En Yucatán son los Cicloturixes quienes encabezan esta tremolina, un colectivo que se define a sí mismo como “incluyente, horizontal y autogestivo”, pero las réplicas en todo el mundo son numerosas. Con Bici, es la coordinadora española que reúne a 55 agrupaciones ciclistas esparcidas por toda la península ibérica y la Ciemmona Romana, la versión italiana de la Masa Crítica, el nombre con el cual se conoce a este fenómeno social en ciudades como Londres, Budapest, Estocolmo, Berlín, San Francisco, Nueva York, Montreal, Buenos Aires y Bogotá.

Sí, leyeron bien, un fenómeno social que de ninguna manera se circunscribe al mero uso de la bicicleta como medio de transporte personal y que está lejos de ser la ocurrencia de unos cuantos que no encontraron algo mejor que hacer. Estamos, más bien, frente a un modelo de organización ciudadana que ha sido capaz de lograr lo que otros movimientos también provenientes de la sociedad civil como Ocupa Wall Street o 15M, no han podido; es decir, tener efectos reales, crear en comunidad situaciones que no admiten vuelta hacia atrás y convertirse en esa voz contestataria o contracultura que ejerce un poder paralelo al del establishment, a través de la apropiación y difusión de nuevas formas de convivencia dentro de las grandes urbes.

Contrario a lo que dicta la norma, los ciclistas urbanos no han requerido de los reflectores mediáticos para hacerse visibles, justamente porque el foco de atención lo han puesto primero en identificar aquellos elementos que surgen de la propia experiencia y diseñar estrategias a ras de suelo, remitiéndose para ello a los problemas que se padecen en lo particular pero que afectan a la colectividad como son el ruido, la contaminación ambiental, el estrés y la inseguridad que día a día saturan el paisaje de los ecosistemas citadinos. Fue así que pensando local alcanzaron una dimensión global.

Alejados de los protagonismos caudillistas y de la política como espectáculo televisivo, quienes se mueven a golpe de pedal también consiguieron eliminar esa apariencia solitaria y sombría que con frecuencia adquieren las luchas sociales después de cierto tiempo, esto a través de entretejer un robusto lazo transversal a lo largo del zigzagueante trayecto que va de una mirada a otra mirada y que antecede al encuentro. Manejar la diversidad como factor de cohesión e identidad ha sido su mejor táctica combativa frente al oximorón en que se han convertido las “sociedades individualistas” en las que predominan los consumidores más que los ciudadanos.

Los ejemplos hablan por sí solos. El entramado colaborativo que en 2007 dio origen al Bicycle Music Festival en San Francisco con el paso del tiempo hizo eco en otra ciudad, Toronto, que este año celebró la cuarta edición de un festival en el que la música de nuevo marca el ritmo al que giran las ruedas de cientos de bicicletas que cruzan la ciudad desde Allen Gardens hasta Christie Pits Park. Pero la bicicleta no sólo es sinónimo de diversión, detrás de cada ciclista hay además un compromiso de fondo y un incansable trabajo hormiga de gestión. Tal es el caso de la Red Nacional de Ciclismo Urbano en México que recién en noviembre organizó, en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el Séptimo Congreso de Ciclismo Urbano Por una movilidad incluyente, que este año tuvo entre sus objetivos el impulsar políticas públicas que deriven en acciones y alternativas concretas de movilidad para la ciudad sede del evento. Bicivilízate, en Colombia, es otro formidable ejercicio de ciudadanía. Con frases como “las personas somos la ciudad” o “vivir juntos nos hace bien”, esta consultora se lanzó a la aventura de desarrollar estrategias de accesibilidad, movilidad y permanencia en la ciudad, colaborando además en proyectos como Bogotá 21: Hacia una movilidad orientada al transporte público.

Nada que no se pueda obtener con voluntad. Los scorchers actuales son individuos como cualquier otro que modificaron su propia forma de ver y pensar la ciudad, haciendo que conceptos como Planificación Urbana y Sostenibilidad se escaparan de las prestigiadas universidades y centros de investigación, para ubicarse justo en el corazón de las discusiones que ocurren en parques y plazas públicas, llegando incluso a las oficinas de gobierno donde ya no pueden hacer oídos sordos al sonido que producen las bicicletas con el girar de sus cadenas y que ha servido para conseguir que un paseo dominical se traduzca en inversión pública como sucedió en Benidorm, donde el Ayuntamiento ha destinado 50 mil euros para la adquisición de 150 bicicletas nuevas con las que se pretende renovar el servicio de préstamo de estos vehículos conocido como Bicidorm. Lo mismo ocurre en Madrid, ciudad que en 2015 destinará 4.2 millones de euros para sumar 35 estaciones y 468 unidades al sistema BiciMAD. Y ni qué decir de países como Noruega, Holanda, Dinamarca y Australia que además de estar a la vanguardia en infraestructura urbana para el ciclista, constituyen un referente en materia de espacios para la práctica de las libertades individuales que se traducen en derechos, uno de los cuales aparece repetidamente en este texto, la movilidad.

En este incesante viaje rumbo a Ítaca, los ciclistas nos llevan la delantera. Sin necesidad de tutoriales pasaron del objeto de estudio al objeto de producción social y aprendieron a usar la inteligencia colectiva como fuente de conocimientos, como el cofre de tesoros del que todos extraen algo pero al que también todos pueden aportar. En términos prácticos la bici les ha permitido economizar y circular más rápido por el estrecho embudo que son hoy las avenidas, pero sobre todo, les ha brindado la posibilidad de salir del letargo y ser provocadores de un importante salto social, pues han dejado de percibir el poder como algo a lo que sólo tienen acceso los partidos políticos y las élites, para comenzar a entenderlo como una fuerza que puede surgir de cualquier punto y de ahí dispararse hacia cualquier lugar.

Y la bicicleta, un vehículo que ya aparecía bosquejado en el Codex Atlanticus de Leonardo da Vinci, igualmente ha evolucionado de simple velocípedo a manifestación cultural per se. No exagero, sencillamente les recomiendo ver el cortometraje Havana Bikes del fotógrafo y camarógrafo español Diego Vivanco, a quien cinco minutos y veinte segundos le bastaron para dejar claro el fuerte vínculo que aún existe entre los habaneros y esos armatostes híbridos que, con piezas de los años 50 y espejos recientes, circulan por La Habana cargados de herramientas, mangos, niños o flores.

Es ahora cuando me viene a la mente la descripción que hiciera sobre Praga, la capital checa, el escritor Claudio Magris, y pienso que bien podría aplicarse a otras tantas ciudades igualmente fascinantes y demoníacas, oníricas y despojadas de realidad, pero también consistentes y temperamentales, bellas y malditas, seductoras y opresivas. A quienes pisamos más concreto que pasto, no nos resulta difícil comprender los adjetivos que emplea este ensayista italiano tan europeo. Y también por ello, no debiéramos perdernos del aprendizaje que proponen los que están empeñados en contarnos otra experiencia del nosotros, en poner el acento humanista a esta nuestra contemporaneidad, haciendo de las ciudades un lugar propicio para el desarrollo de sus moradores.

El ciclista, es hoy en día un movimiento sin centro o, si se prefiere, que hizo de la periferia el centro. Una participación aumentada, fluida e interconectada que sin limitantes espacio-temporales ni modelos jerárquicos que puedan frenar o bloquear su andar, está produciendo una silenciosa metamorfosis urbana. Son narraciones vivas revestidas de asfalto, ese “petróleo” cotidiano del que les hablé en un inicio. Una especie de trendsetters de la cultura. Son verbos en gerundio, como pedaleando; hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos mayores, familias, panaderos artesanales, profesionistas, estudiantes… Constructores de ciudades posibles que en cada rodada manejan un discurso en el que bicicleta se escribe con B, de revolución.

Nos leemos pronto…

3 Responses to Con «B» de revolución

  1. Pingback: España y México: una apuesta por la cultura | Entretantomagazine

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