Eros en Aviñón

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Por Antonio Costa

El 6 de abril de 1327 Petrarca vio a Laura de Novés en la iglesia de Santa Clara de Aviñón. La amó durante toda su vida y la siguió amando después de muerta. Le escribió : “¿Cuándo hubo un corazón con tales gracias? / Aunque de ellas la más alta me mate”. La llamó aura, laurel, oro. Se puso a contar los días y las horas que pasaban desde aquel momento en que la conoció. El solitario Simone Martini la retrató en un pergamino y Petrarca quedó encantado. Y el solitario poeta nos dice que en su retiro de Vaucluse hablaba con San Agustín que le reñía, pero tal vez pasaba más tiempo pensando en Laura. Seguro que en el fondo deseaba acostarse con ella, pero que fuese de una forma profunda y sutil. Porque el conflicto entre carne y espíritu que se planteó desde entonces es falso, el espíritu está lleno de carne y la carne de espíritu. Y aunque el petrarquismo sublima la relación amorosa Petrarca de verdad sentía y estaba agitado y recordaba y soñaba y vivía pensando en Laura. Su petrarquismo está lleno de vida auténtica, no es pura abstracción platónica. Y desde entonces durante siglos se escribieron poemas de amor en sonetos.

   Ronsard, en un soneto famoso, le susurra a Helena: “Cuando seas muy vieja, a la luz de una vela/ y al amor de la lumbre devanando e hilando / cantarás estos versos y dirás deslumbrada :/ Me los hizo Ronsard cuando yo era más bella”. Aún en el siglo XX Rilke le dijo a Lou Andreas Salomé: “Aunque apagues mis ojos he de verte/ con el corazón. Arráncame el corazón y te veré/ con mi pensar. Prende fuego a mi cerebro,/ te llevaré en mi sangre”. Y Robert Desnos le dijo a la Misteriosa: “Tanto he soñado contigo/ que seguramente ya no podré despertar”. Y Carlos Edmundo de Ory a su mujer: “Llegó mi Laura a mí que soy tetrarca./ Todos los besos que guardaba en arca/ como confetis en su cara hundo”.

   En Aviñón estuvieron los papas durante casi un siglo. Benedicto XII fue un austero cisterciense pero Clemente VI se entusiasmó y levantó el Palacio Nuevo para crear la corte más esplendorosa de Europa. Y tuvo tantas amantes que Petrarca, su protegido, le llamó Dionisos Eclesiástico, y cogió una considerable gonorrea, pero dormía entre dos fogatas para que las pulgas no le estropeasen la piel. Ahora el Palacio de los Papas sirve para que parejas de amantes se paseen contemplando las telas de Simone Martini y las grandes salas vacías sin ningún mobiliario. Por las noches, en la plaza del Palacio , la Luna inventa una furia romántica en el entusiasmo del gótico.

   Cuando se desarrolla el Festival de Teatro de Aviñón en el mes de julio los amantes pueden pasearse entre saltimbanquis, músicos y comediantes. En las fachadas de las casas todo el año hay pinturas con decorados teatrales: se asoma Julieta en una esquina, seduce Don Juan desde un balcón. La mitad del teatro siempre habló de asuntos eróticos ( y la otra mitad también). (¿No llegarán a la tragedia Macbeth y lady Macbeth porque ponen poca pasión en la cama?)

   El famoso puente de Saint Benezet ya no sirve para cruzar el Ródano y unir el norte de Europa con el Mediterráneo. Hubo demasiadas crecidas y en el siglo XVII se cansaron de reconstruirlo. Ahora sirve para que los amantes se animen viendo como vibra el agua, alejándose de las rigideces de la tierra. Cuando van allí dos personas una de ellas dice : Aquí ya no tienes escapatoria, o me beses o volvemos atrás. Tal vez eso es lo que significa la canción popular : “ Sobre el puente de Aviñón / uno baila, uno baila. / Sobre el puente de Aviñón/ todos bailan, todos bailan./ Los bellos señores hacen así. / Las bellas damas hacen así” .

   En medio del puente hay una capilla. Allí uno puede pararse a pensar en Laura, o en sus equivalentes. La sombra de Laura circula por las calles blancas. Creí verla entre los estanques en los jardines de Doms en lo alto de la colina.

   Henry Miller visitó Aviñón en los años treinta y en “Primavera negra” canta el vitalismo dionisíaco de esta ciudad, le gusta lo católico, lo torrencial, lo esplendoroso, lo erótico que encuentra en ella. Se entusiasma tanto como más tarde en Grecia con “El coloso de Marusi”. Y es que cuando se siente la tierra intensamente, ésta se vuelve invisible y musical, como dice Rilke en los “Sonetos a Orfeo”. Los ángeles son tan desenfrenados como los escritores.

   Lawrence Durrell desarrolló su erotismo esotérico en “El quinteto de Aviñón”. La tierra ardiente y vinícola de Provenza le da materia para sus indagaciones aún gnósticas en la sensualidad y la pasión. Es el segundo intento después del erotismo fatal que representaban Justine y sus amigos en la fascinante “El cuarteto de Alejandría”. Y es que Petrarca y Laura jadean en secreto entre las murallas de esta ciudad hermosa de una forma cada vez más apasionada.

 

 

 

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