La vida como el pan

Por: Gloria Serrano (Fotografías Gabriel Pliego)

 “Pan que sobre, carne que baste y vino que nunca falte”

Hay ciertas cosas que jamás podrán ser virtuales, que no se pueden adjuntar como un archivo ni transmitir por medio de un tweet. Hay ciertas cosas que son irremediablemente cuestión de presencia, de piel. Cosas que se palpitan y se huelen como el santo olor de la panadería, el mismo que inspiró a Ramón López Velarde para escribirle a la Suave Patria:

Tu barro suena a plata, y en tu puño
su sonora miseria es alcancía;
y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos se vacía
el santo olor de la panadería.

La vida toma formas variables para expresar su encanto y continuar su eterna recreación. Decimos que es embriagante porque se bebe y que nos la queremos comer toda, porque en realidad se muerde, se saborea y se mastica como un buen pedazo de pan. No es que la vida de ahora haya perdido los atributos de antaño; más bien, somos nosotros quienes tenemos atrofiados los sentidos y padecemos de amnesia, lo que nos impide reconocerla cuando nos visita en su versión de adivinanza y, valiéndose de risas, voz de poeta, descorche de vino tinto, tortilla de patatas o sencilla hogaza de pan, intenta develar sus secretos más confidenciales. Así es la vida, nunca quieta; siempre cosquilleante e inentendible. Una exégesis laberíntica y misteriosa que nos produce el mismo asombro que un pan recién salido del horno.

Por suerte, en medio de un mundo sin más referente que las hamburguesas, las sopas instantáneas y los refrescos de cola, hay algunos locos que no han olvidado de donde vienen y que tienen muy claro hacia dónde van. Son una generación de hombres y mujeres a los que la vida creció entre fogones y hornos de leña en los que se prepararon maravillosos guisos sazonados con la sabiduría única de las abuelas. Estos filósofos modernos saben que el pan, como el agua de mayo, es portador de vida y por eso lo defienden, lo promueven y lo convidan. Regresar al pan bueno, a lo hecho a mano; dejar aquello que aparenta ser lo que no es y, en su lugar, volver “al arroz como se vuelve a los brazos de la amante a quien no escondemos la torpeza de nuestro deseo, ni las ruinas de lo que ya somos, ni las palabras secretas que nombran lo que nos gusta de verdad”, a eso nos incita Ramón J. Soria y esa es la propuesta de almas viejas y espíritus jóvenes como Ibán Yarza, el periodista que jugando con agua y harina se convirtió en panarra y descubrió que la existencia puede ser más que la mera sucesión de los días.

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La vida es como el pan o, si lo prefieren, el pan es como la vida. Proceso que involucra, manos que moldean, acierto y error, creación, simplismo y profundidad, libertad inmensa sujeta a sus propias reglas, ritual que se desencadena con cada amanecer, metáfora de la paciencia reposando en un canasto, memoria, disfrute y placer bien ganados, lo más orgánico, lo elemental para resistir, una mesa compartida y el tremendo deseo de dar, de ser sustento para el otro. Hoy, los nuevos panaderos, al puro estilo del New Journalism de Tom Wolfe y Truman Capote, abren las puertas de sus obradores para ofrecernos una narrativa diferente del pan, de la cocina y de la vida misma.

Para nada es moda pasajera, sino un adiós definitivo a los días desabridos, duros, indigestos, procesados y artificiales que se venden en los supermercados y que tienen a tanta gente postrada en un sillón, enferma de exceso y perdiéndose de las mil y una vistas que el recorrido nos ofrece. En México, Bread Panaderos, Panadería Tres Espigas, La Vieja Varsovia y Panadería Pancracia, son ejemplo del delicioso alboroto que también están provocando The Loaf en España, The Bertinet Bakery en Inglaterra o Tartine Bakery en Estados Unidos. Rebeldía insolente contra el sistema, una provocación que huele a orégano fresco, sabe a historia y cruje como hoja seca; que al mirarla se antoja irresistible y que se siente tan bien como hacer el amor.

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“Huele a mi madre cuando dio su leche, huele a tres valles por donde he pasado: a Aconcagua, a Pátzcuaro, a Elqui, y a mis entrañas cuando yo canto”, escribió del pan la chilena Gabriela Mistral.

El pan, como la poesía, es algo que no te deja indiferente. La vida tampoco debería, pero tristemente estamos quedando atrapados entre el consumismo y la tecnología, lo que da por resultado que la experiencia única de percibir el entorno se reduzca a unos cuantos caracteres o quede contenida en bolsas de plástico que tienen más aire que alimento. Necesitamos, nos urge tomar el primer retorno, dar vuelta y buscar el camino que nos lleve hasta esa vieja tahona donde se esconde la masa madre, el fermento con el que se logran panes, personas y ciudades con verdadera miga.

Amasar, formar y fermentar, son verbos que en esencia se pueden aplicar por igual al arte de hornear o de relacionarnos con quienes nos rodean, porque ambas son construcciones sensoriales que requieren respeto, cuidado, atención y cariño. Aromas, recuerdos de la infancia, texturas, rostros, especias, historias, gestos… ¿No es todo esto en simultáneo lo que da consistencia al pan, pero también a la vida?

No le demos más vueltas, dejemos de perder el tiempo y establezcamos una relación nueva con nuestro presente. Ya lo dice el refrán: La vida como el pan, que huela, que pese y que sepa. Quien no lo comprenda, tampoco entenderá una larga explicación.

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@gloriaserranos

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