Nara, donde sueñan los ciervos

Por Antonio Costa

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   El templo Todai Ji es el edificio de madera más grande del mundo. Fue construido en el siglo VIII como centro del budismo japonés. A la entrada un buda de madera con camiseta roja te recibe riendo francamente para que no te preocupes demasiado y recuerdes que en el fondo todo es ilusorio. Dentro está el Buda Daibusu, de 15 metros de altura, que representa al Buda Cósmico que une todos los niveles del universo. En otro edificio está el Tesoro donde se guardan las ofrendas que le hicieron peregrinos de todo el mundo.

   El templo está en mitad de un gran parque, donde viven los ciervos sin problemas y sin agobios. Están tan acostumbrados a la presencia del hombre que a menudo se acercan para que les des comida o para lamerte las manos. Y entonces tú te conviertes también un poco en un ciervo. Y te encanta ver su ligereza y su fragilidad, ese latir prodigioso en mitad de los árboles, ese movimiento fugitivo y confiado, que se va y se acerca, que está lleno de gracia.

   Los ciervos se consideraban mensajeros de los dioses sintoístas y era peligroso hacerles daño. Una vez invitaron al dios Takeno y éste apareció montado en un ciervo blanco. Todavía ahora son mensajeros de la vida y la gracia y son el Encanto de Nara. Quedaron muy pocos en la Segunda Guerra Mundial pero luego se recuperaron. A mediados de octubre los tiran al suelo a todos y los sacerdotes sintoístas les cortan los cuernos.

   Nara fue construido en el siglo VIII imitando Changan (ahora Xian), la capital de la dinastía Tang de China , en la que brillaba Li Po. Durante 70 años fue la capital de Japón. Allí la civilización china se hizo más refinada y exquisita y surgió la cultura japonesa y se consolidó el budismo. Allí fue la edad de oro de la escultura japonesa, llena de sencillez y expresividad. El emperador Shomu casi arruina al país para construir el Todai Ji. Y más tarde el emperador Kammu quiso escapar de intrigas y fundó Kioto. Entonces Nara quedó en soledad y no hubo motivos para que nadie estropeara su belleza intacta y su gloria sin poder.

   El monje chino Jian Zhen viajó a Nara y predicó allí el budismo. El viaje le costó varios intentos, en uno de ellos el barco se perdió en el mar y acabó en una isla del sur, en otro viaje el monje se quedó ciego. En otra ocasión acabó metiéndose en las aguas del río Yang Tse. Pero al final lo consiguió y sus compañeros escultores enseñaron a tallar imágenes de Buda. Al final se retiró a una casa en la montaña donde aconsejaba a sus visitantes aristocráticos y a la emperatriz Komyo. Y tradujo para los japoneses los textos médicos chinos.

   Nara está a pocos kilómetros de Kioto y en tren se tarda menos de una hora. Llegas a una estación hermosa y caminas por la calle Sanyo en dirección al parque. De camino te encuentras con la Pagoda de Cinco Pisos, que pertenece a un antiguo templo, y guarda una colección de estatuas de Buda. Y si te metes en el parque encuentras el Museo Nacional de Nara, cuya colección tiene un tema distinto cada año. Y si bordeas unos estanques hacia el sur incluso puedes ver un Museo de Fotografía.

   Hacia el este está el monte Wakakusa lleno de bosques donde hay santuarios sintoístas, el santuario Kasugu precedido por miles de faroles de bronce y de piedra con dibujos de ciervos , el Yakushi Ji, donde la emperatriz Komyo se encerró a rezar para que su marido Shomu se curara de los ojos. Al final de enero siempre queman la hierba muerta y sueltan fuegos artificiales en memoria de una discusión sobre límites entre dos templos que acabó con incendiar la montaña.

   Me transmuto viendo todo eso y luego regreso a la ciudad y me meto en un restaurante okonomi donde la mesa es una parrilla que casi te quema la cara y tienes que prepararte la comida tú mismo a tu gusto, me quedo mirando aquello sin saber qué hacer, el dueño me dice varias veces “koto”, “koto”, y como no me entero de nada él mismo pone carne y marisco y arroz encima de la parrilla y les da algunas vueltas y me coloca en una esquina un frasco de sake. Y cuando salgo con la cara tostada y el estómago lleno de comida contundente alucino con casi todo y aunque no estuviera en Nara donde todo es gracioso como los ciervos todo me parecería interesante, incluido yo mismo, que ya es decir.

 

 

 

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