Turismo sexual para mujeres en el Caribe

Mujeres maduras viajan a sitios como Bahamas, Belice, Jamaica, República Dominicana para vivir romances vacacionales con jóvenes musculosos que las buscan por su dinero.

 

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Para algunos las imágenes paradisíacas que evocan las playas de arena blanca y mar turquesa del Caribe sólo son equiparables por el paraíso que representa el contacto sexual. Combinar estas dos posibilidades en un cóctel de placer erótico, relajación y dulce visual, parece ser una receta insuperable para disfrutar de la vida. Sin embargo, no todos o todas cuentan con una pareja para visitar lugares paradisíacos y refocilarse en la intimidad y el imperio de los sentidos para consagrarse al éxtasis sexual. Algunas personas, sin embargo, buscan viajar a estos lugares, como ambiente romántico ideal para encontrar gratificación.

Mujeres de entre 30 y 50 años, mujeres divorciadas, mujeres intrépidas, mujeres liberadas  (y en algunos casos heridas) viajan a sitios como Jamaica, Belice, República Dominicana o Bahamas para llenar su vació sentimental con la ayuda de fornidos mancebos que simplemente no tienen prejuicios y comparten fácilmente su alegría erótica o se benefician del trato adinerado de estas damas. Aunque también existe una creciente tendencia de estas prácticas en destinos africanos que cuentan con playas.

La mayoría de estas turistas sexuales son británicas, algunas estadounidenses, canadienses y en menor medida también francesas, según se ha detectado la tendencia. Las mujeres, más que el fácil desfogue que buscan algunos hombre en el turismo sexual, suelen buscar un poco de romance vacacional incluido, aunque hay las excepciones que no buscan contacto íntimo y entablan una relación más fría como ocurre tradicionalmente con la prostitución.

A los chicos se les llama, en inglés “bumsters”, “rastitutos”, “beach boys” o sanky pankies” y suelen estar al acecho “de las botellas de leche” que llegan a su territorio. Algunos simplemente se dejan comprar cosas y llevar a pasear –otros, los menos, directamente buscan un pago por un servicio concreto.

Aunque el turismo sexual femenino existe desde el siglo 19 según reportes en Estados Unidos y Turquía, en los últimos años se ha incrementado  con la mayor solvencia económica e independencia que han logrado las mujeres en algunos países. En Gambia, por ejemplo, ya existe una ley que busca acabar con los chicos que pululan ofreciendo servicios a las mujeres blancas.

El fenómeno es ciertamente controvertido ya que para muchos es una forma de prostitución, aunque muchas de las mujeres que viven sus fantasías isleñas no se dan cuentan. Según la investigadora Julie Blindel, la mayoría de las mujeres que entrevistó no hablan de esto como “turismo sexual” y sin embargo envían dinero a sus “novios” caribeños o africanos. Algunos montan complejos esquemas que rayan en la extorsión como primero mostrarse inexplicablemente galantes pagando bebidas y cenas, además de proveer sexo salvaje, para luego  exigir ayuda para pagar fuertes deudas.

La estigmatización proviene sobre todo de la moral casera de Occidente, que aún no se congracia con la idea de que las mujeres también pueden buscar satisfacción sexual ejerciendo poder económico –algo que los hombres hacen más allá de la prostitución como tal. En estas islas donde abundan los tours para bucear, snorkelear o visitar espectaculares paisajes naturales, los operadores suelen ya incluir referencias veladas al turismo sexual dirigidas a las mujeres como estrategia de marketing.

Lo que llama la atención, como suele ocurrir en el comercio sexual pero también en el intercambio emocional, es la diferencia de percepción: para muchas de estas mujeres sus torridas aventuras se exaltan por un componente de romance y fantasía, lo que más las excita es que se imaginan deseadas por hombres jóvenes y musculosos; para estos las mujeres son sólo posibilidades de obtener algo de dinero, sumidos en la pobreza, y en muchos casos objetos de burla.

 

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