Pont-Aven, la leyenda de Gauguin

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Por Antonio Costa

   Estaba en el Bosque del Amor, en las afueras de Pont Aven. Allí Paul Serusier pintó su famoso cuadro “El talismán”, siguiendo las indicaciones de Gauguin. Si algo te parece un poco amarillo, píntalo amarillo del todo, le decía. Déjate llevar, atrévete. Era un lugar increíble en las orillas del Aven. El bosque tenía una densidad mágica, uno parecía metido en un cuento.

   Gauguin se cansó de las sofisticaciones de París y quiso marcharse a lo natural y lo mágico. Quiso estar en un mundo de leyenda, de poesía desatada. Quiso esconderse en los cuadros, en las fantasías, en las obras de arte. Primero lo encontró en el celtismo de Bretaña, más tarde en Martinica, al final en las ingenuidades sin manosear de Tahití. Muchas veces soñé con hacer una ruta de Gaugin, seguirlo por todos los lugares donde él estuvo, donde viajó hacia la pureza (¿Alguien quiere patrocinarme el viaje y escribiría un libro estupendo? ) Al menos conseguí estar en Pont Aven.

     En Pont Aven pintó “La visión después del sermón”. Los campesinos escuchan en la iglesia la historia de la lucha de Jacob con el ángel. Y salen al exterior y se encuentran con esa lucha. Allí pintó “El cristo amarillo”. Vio un cristo amarillento y expresivo en la capilla de Tremallo y lo pintó completamente amarillo llamándonos. Allí pintó “Las campesinas de Bretaña” como si fueran de un cuento lleno de vida. Allí pintó “Buenos días, Señor Gauguin”, viéndose a sí mismo como un personaje de leyenda. El aburrimiento cotidiano se transforma en magia y maravilla. Como después en la poesía de Rilke.

     El río Aven discurre a través del pueblo lleno de rocas gigantescas. Da una impresión musical y novelesca. Parece que han llegado los gigantes por la noche o que se han desplazado las piedras de modo prodigioso. En mitad del río hay molinos, el agua se deshace en rápidos y en sucesos. Junto al agua hay casas pintorescas de colores.

   La capilla de Tremalo tiene dentro el Cristo Amarillo. Destacan los nervios en su madera, la expresión dramática en el rostro, el contorno tallado a golpes. Como contando una historia de salvación a sobresaltos. La capilla tiene arquerías góticas, travesaños de mader pintada bajo la bóveda , franjas de color blanco con caras alucinadas y bichos en las esquinas, una ventana como una llama detrás del altar. Falta esa serpiente que sujeta el techo en otras iglesias rurales de Bretaña. Pero de todos modos tiene esa vitalidad loca, que recuerda paganismos enriquecedores colados dentro de la iglesia, la travesura de Melusina que lleva a los hombres a la tierra y el agua.

   Por todo el pueblo hay montones de galerías de arte. Desde que estuvo Gauguin se ha convertido en un santuario para artistas. Hay artistas de todas las tendencias, pero predominan los que recogen las sugestiones célticas. Me acuerdo del taller de Carmelo de la Pinta, un pintor que pinta hadas, recuerdos curvilíneos de las antiguas baladas, transposiciones de las leyendas populares. Alguien que recoge la fantasía y el movimiento y la ligereza de las sugerencias célticas. Me pregunta si he ido al Festival Céltico de Lorient. Le digo que no, pero que poco después iré a visitar los miles de menhires misteriosos que se alinean en Carnac. Y tal vez vaya a visitar el Bosque de Merlín, donde está la Fuente de la Eterna Juventud.

   Los años pasan atropellados y yo no puedo olvidarme de aquel lugar prodigioso. Donde Gauguin inició su viaje a la maravilla del arte. Anunció a los Nabís y a los Simbolistas y a todo lo más intenso del Arte Moderno. Él sí que fue un santo, él sí que hizo milagros. Dejó su vida de corredor de bolsa para empezar de cero en el arte. Y sus milagros están en muchos museos. Hace poco he vuelto a pensar en Pont Aven y me he sentido aligerado y salvado.

 

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