Paseos con un diablo por Madrid

 

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Por Antonio Costa
Fotografía: Consuelo de Arco

 

 

Leyendo El diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara damos un paseo alucinante por Madrid en el siglo XVII. Nos habla de la iglesia de San Salvador, en la calle Mayor, junto a la Plaza de la Villa, que era la más alta de Madrid. Nos habla del convento agustino de San Felipe, al comienzo de la Calle Mayor. Allí había vivido Fray Luis de León. Delante estaban las Gradas de San Felipe, una plataforma muy grande donde corrían todos los rumores, le llamaban el Mentidero de Madrid. También allí se reunían los soldados que iban a partir para Flandes. Un día con tanta gente la plataforma se vino abajo y hubo un montón de muertos y heridos. Nos habla de la Puerta del Sol, donde estaba la Fuente del Buen Suceso (coronada por la Mariblanca) , en la cual vendían agua aguadores gallegos. Y de la Carrera de San Jerónimo que llevaba al Paseo del Prado, que era un paseo en las afueras por donde fardaban los nobles con sus carrozas y las damas y las falsas damas. Y en lo alto de un cerro se veía el Convento de los Jerónimos. Por otro lado iba el Manzanares, una especie de río. Le llaman río, dice Vélez de Guevara, porque se ríe de los que intentan bañarse en él. Es un paseo fantasmal el que hacemos.

¿Y ahora que vemos? Una calle Mayor en la que han desaparecido las iglesias y los palacios antiguas. Una Plaza de la Villa arrinconada donde queda la Torre de los Lujanes y un antiguo ayuntamiento raquítico y una Casa de Cisneros. Hay algunas casas fantasiosas de estilo vagamente art nouveau o con restos de elegancias fantasiosas. Y luego está la Puerta del Sol a la que han mareado frenéticamente en los últimos años. Parece una prostituta con la que todos los alcaldes quieren hacer algo, y aún todos los concejales. Después de unas obras de siete años hicieron una entrada al metro que parece un nido de cucarachas de cristal y movieron la Mariblanca y movieron el Oso con el madroño. Al pobre Oso le han hecho dar tantas vueltas que ya debe estar atontado y desengañado de la raza humana y le deben de parecer gilipollas todos los que se citan a su lado. Y desaparecieron los cafés en los que se reunía Valle Inclán y en los que hablaba Ramón Gómez de la Serna. No hay plaza más manoseada y despreciada y mangoneada que la Puerta del Sol, más bien parece la Puerta de la Plastilina (y se ve nostálgicamente arrebatadora en algunas fotos antiguas) . Y luego viene la Carrera de san Jerónimo, pero antes una plaza maravillosa de vuelos góticos (la Plaza de Canalejas, con Banesto y sus elefantes, con la Casa Allende y sus voladizos) a la que quieren destruir o desvirtuar. Y luego viene un Prado al que incluso querían quitarle los árboles.

Madrid podría ser, si los madrileños hubieran querido, una ciudad tan fascinante y llena de visiones como Praga. Pero los regidores han destrozado sistemáticamente, han especulado, han arrasado. Hubo hace poco un alcalde que odiaba rabiosamente Madrid. No había ningún rincón de la ciudad que respetara mínimamente, levantó miles de zanjas sin parar, lo cambió todo, lo destruyó todo, (parecía que buscaran un tesoro, decía Robert de Niro , tal vez alguien lo buscaba en las inversiones descomunales , la postal típica de Madrid era un andamio y una grúa) , en lugar de bancos confortables para la gente puso rombos de cemento para extraterrestres. Uno se asustaba de que considerase esta ciudad como si fuese una masa amorfa, en la que ningún signo de identidad importaba, en la que nada se consideraba valioso. Y lo que formaba la personalidad de la ciudad se maltrataba continuamente. Esta ciudad no tenía ni nombre, se la trataba como a una puta. No había ningún rasgo de continuidad, de memoria, de identidad, era como si en París se pusiera la torre Eiffel cada semana en cada esquina.

El estudiante Cleofás escapa de los alguaciles que manda la chica Tomasa que lo acusa de estupro y quiere casarse con él. Saltando por los tejados entra en el taller de un alquimista en la calle Mayor y libera a un diablo de una botella. Le llaman Cojuelo porque cuando los demonios fueron arrojados al Infierno le cayeron todos encima y le machacaron una pierna. En agradecimiento le deja ver todo lo que ocurre en las casas de Madrid, desde lo alto de la iglesia de San Salvador, levantando los techos de los edificios. Luego se marchan a Toledo y a Sierra Morena y a Sevilla. En cada posada escapan de los alguaciles poniendo todo patas arriba. Y en Sevilla el diablo Cojuelo muestra un espejo mágico que nos hace ver otra vez todas las entretelas de Madrid.

¿Y que vicios descubre el diablo entonces? Brujas que quieren rehacer la virginidad de jóvenes casaderas, tipos que amañan su árbol genealógico para parecer nobles o castellanos viejos, gordos que hacen concursos de pedos, pisaverdes que duermen con alambres en los bigotes para lucir más en la Corte, embaucadores de todas clases, frailes que se buscan diversiones poco frailunas, aprovechados de todas las calañas, bribones, monederos falsos.

¿Y qué nos mostraría un diablo ahora mismo, si nos subimos de noche tal vez borrachos a la botella de Tio Pepe en la Puerta del Sol? Ventajistas que sacan provecho de los problemas del país, comadrejas que reciclan la carroña del país hundido, banqueros que meten en sobres hasta la sangre de su madre, tipos que se arriman al poder para sacar todas las castañas que pueden , nobles (es un decir) que entran en espirales fantásticas de especulación para acumular sumas que no gastarán en varias vidas, políticos que hacen apaños para quedarse con las tajadas, pirados que están todo el día con el móvil y no hacen caso a quien tienen al lado, otros que follan con el móvil encendido junto a la cama, colgados de la última aplicación del último aparato que acaba de aparecer hace tres minutos y estará obsoleto dentro de otros tres, compradores obedientes y jadeantes del último producto y del último grito , macarras que hacen chistes con las desgracias de los demás, bastardos que convierten en ingenio la destrucción de razas enteras….

Pero ¿qué diablos hacemos? ¿Por qué no paramos un poco el carro? ¿Por qué no nos detenemos a mirar algún edificio, un niño asomado a un balcón, en lugar de pasar a toda velocidad delante de todo? ¿Por qué no sentimos el hilo de la vida que está más allá de las máquinas y el desprecio? ¿Qué hay que hacer con las ciudades? No digo que no haya que cambiar, adaptarlas a los tiempos, continuar con la Historia. Pero también hay que escucharlas un poco, sentir su personalidad, respetarlas. Porque están vivas. Porque tienen encanto, si no se lo quitamos.

 
 

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