La torre misteriosa de William Butler Yeats

 

Por Antonio Costa

Yo subía por la torre de Ballylee, cerca de Galway, en el lado atlántico de Irlanda, y me acordaba de que allí se refugió Yeats contra las andanadas del prosaísmo y el materialismo, contra todo lo que negaba sus viejas vivencias célticas y poéticas, y allí escribió “La torre” , que recuerda “Una visita al castillo en espiral” de Robert Graves.

Me acordaba de “El crepúsculo celta”, una transcripción de relatos populares sobre las hadas, los gnomos, etc. que recogió dando vueltas por toda Irlanda, que tiene un tufo de melancolía, recuerda como la presión de lo real ahoga los delirios del infinito, como esa realidad tan arreglada nos ahoga, después de los rigorismos eclesiásticos el pueblo de las hadas se convirtió en un pueblo maldito, luego apareció la ciencia moderna y las arrinconó más, pero Yeats añora el país de las hadas, lo invisible detrás del paisaje.

Me acordaba de “El país de nuestros anhelos”, esa pieza teatral en que una muchacha siente la llamada de las hadas, y el cura la reprende, le dice que esos seres son algo diabólico, la presiona con el puritanismo y la vida ordenada, el pueblo blanco significa el peligro, la libertad y el delirio, las hadas son bellísimas, y el poeta siente una invencible nostalgia, y en los terrenos místicos se dispara la desenvoltura de la imaginación.

Pensaba en la paradoja de “La condesa Catalina”, otra obra de teatro, en que la condesa vende su alma al Diablo para salvar del hambre a sus miles de vasallos, y al final Dios la perdona porque ve su abnegación profunda, porque el cielo céltico está más allá de los legalismos y los derechos canónicos, es el reino de la intrepidez y la generosidad, y está más allá de la distinción entre Dios y el Diablo, la condesa sublime se convierte en la condesa diabólica para ser todavía más sublime, su gesto es místico e insensato, en ella funciona la imaginación y el delirio.

Evocaba “Palabras en el cristal de la ventana”, en la cual una médium espiritista descifra , aunque no entiende nada de lo que está transmitiendo, un amor de Jonathan Swift, el viejo antipático y fascinante, igual que las hadas son diabólicas y atractivas, por eso Arthur Machen, un autor de terror compañero de Yeats en la sociedad secreta Aurora Dorada hizo de ellas el pavoroso “pueblo blanco”, igual que la Diosa Blanca de Robert Graves, la amada de todos los poetas, también podía ser terrible.

Y me acordaba de aquel poema de “La rosa” que se titula “El hombre que soñó con el país de las hadas”. Está en mitad de una multitud, está vagando entre las arenas, medita junto a un pozo, duerme al pie de una colina. Pero siempre en todas partes tiene un atisbo del país de las hadas y se disipa su mal humor contra las mezquindades de los hombres.   Y al final sugiere que un día el sueño y la memoria y lo divino lo incendiarán todo: “¿Por qué habrían de soñar, amantes olvidados/ hasta que Dios incendie a la Naturaleza con un beso?”.

Yeats tenía siempre esa nostalgia de mundos más anchos y más hondos, del país de Innisfree, de las ciudades sumergidas e interminables, de los símbolos en nuestros sueños, de lo inmemorial, de Bizancio, de los mares.

Y en aquella torre Ballylee,   33 kilómetros al sur de Galway, cerca de los lagos de Coole , donde estaban sus manuscritos, sus primeras ediciones, sus cartas, sus objetos personales, donde proyectaban una película sobre su vida, recordé el libro de poemas “La torre”, en el cual se sentía viejo y melancólico pero decía: “Jamás logré tener/ una imaginación más fértil, más febril, apasionada/ ni un oído u ojo que más lo imposible anhelara”. Y recordé como en “El viento entre los juncos” invocaba la belleza olvidada: “Al ceñirte en mis brazos,/ estrecho contra mi corazón esa belleza/ que del mundo hace mucho se marchara”. Y sentí que , como decía en “Los cisnes salvajes de Coole” el paraíso perdido consiste en ver volar a 59 cisnes entre los bosques: “Flotan ahora en el agua tranquila,/ misteriosos y hermosos./ ¿junto a qué lago o estanque/ deleitarán los ojos de otros hombres/ cuando un día despierte/ y encuentre que han volado?”.

 

 

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