Susurros en Jerusalén

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Por Antonio Costa

   Es la ciudad de los gritos proféticos, de las doctrinas excluyentes, de las verdades absolutas. De culturas que se han aplastado unas a otras sin piedad a lo largo de la Historia. Pero también desde siempre sin duda la gente ha latido, ha notado la vida sencillamente, ha susurrado. Surge por cualquier esquina la vida que no cabe en doctrinas, que se calla y resiste, en el brotar de una planta, en el soñar de la piel, en las hojas de los árboles. Me gustaría estar en algunas de esas esquinas.

   El agua es indispensable para todos, es la fantasía y la flexibilidad de la vida. En la piscina de Siloé según los cristianos vino un ángel y agitó el agua, pero cualquiera puede aliviarse de tanta doctrina con su delicadeza. La Mezquita de la Roca podrá ser sacratísima e imponente, pero yo preferiría resguardarme en la ligereza de la Cúpula de los Espíritus,   que está delante, en su falta de pretensiones, en su agilidad. En cualquier doctrina que se encierren, todos los hombres están en el tiempo, el tiempo marca los latidos de sus venas, en el tiempo está la intimidad y la memoria. En el Museo Mayer hay relojes maravillosos que flotan, que nos hablan de nuestros secretos.

     La luz tibia del sol tamizada al llegar a algún callejón íntimo, desarmada de su potencia aplastante, permite a cualquier ser humano escuchar los latidos de su interior. En la calle Nachlaot hay pequeñas casitas con jardines, árboles inclinados, jarrones que se desbordan, flores de todas las clases. Está en la zona judía pero cualquier ser humano puede latir con esos susurros. Las columnas corintias solitarias que quedan de edificios romanos ya no tienen lo aplastante del Imperio, tienen solo una persistencia solitaria, un latido secreto, un susurro apasionado en sus capiteles corintios.

     Cerca de la Puerta de Damasco un mosaico armenio representa a unos pájaros charlando entre racimos de uvas. Los pájaros representa el alma inatrapable, secreta, susurrante. Y la vid se abre en imaginaciones sensuales, en ligerezas apasionadas.   Incluso los Mamelucos durante su dominación dejaron su intrahistoria y sus susurros, el palacio de la Dama Tunsuq tiene una ventana con estalactitas de piedra que habla de las ansias y los sueños de esta mujer. En la Iglesia Etiope un relieve representa la llegada de la reina de Saba, eso nos recuerda los jadeos y susurros que tendría en la cama con Salomón, la intimidades oníricas que el rey poeta plasmó en el Cantar de los Cantares.

       En el jardín de Getsemaní, donde incluso Jesús dudó de sí mismo y se deshizo en susurros, hay olivos de dos mil años que tampoco saben de doctrinas y que las sobreviven a todas, y que un día dieron aceite para estremecer la piel de cualquiera bajo cualquier doctrina.

 

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