Ventura Rodríguez, el asesino de edificios

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Por Antonio Costa
Fotos: Consuelo de Arco

La catedral de Pamplona es un prodigio de vitalidad gótica, de entusiasmo, de vibración, con sus arcos apuntados, con sus figuras movidas, con sus tumbas de alabastro animadas, con su claustro que parece una maravilla de encajes. Las bóvedas avanzan radiantes hacia la cabecera, a los lados se ven los arbotantes que bailan, por detrás se recortan los rosetones y los ábsides contra las montañas azules. Pero en el siglo XVIII Ventura Rodríguez destruyó la fachada románica y diseñó una fachada fría, seca, rectilínea, adusta, sin gracia, hecha de cuadrados y de simetría pesada, rígida como un general prusiano. Y sabiendo todo lo que hay detrás, ver esa fachada es un mazazo en el estómago, es como la guillotina de Robespierre, es el puritanismo racional y la negación de toda vida. Detrás hay una fiesta y un himno, delante la cara cuadrada de Frankenstein.

La tumba de Carlos el Noble y Leonor de Castilla entusiasma con los templetes primorosos sobre las cabezas, los rostros de alabastro parece que ríen aunque estén muertos, el perímetro lleno de profusos arcos con monjes pensativos nos agita, los arquillos góticos flotan sobre los cuerpos en posturas tan variadas. El claustro es una música loca de ojivas y rosetones, parece que los cipreses cantaran como los gabletes, la piedra se trabaja como hilo en ramificaciones y formas que parecen hablar de la gracia de Dios. La Puerta Preciosa que se abre desde el claustro es realmente preciosa, nos cuenta la vida de la Virgen en medio de arquitecturas temblorosas, tiene la animación de las historias fantásticas e inspiradas, dos ángeles miran a los lados con simpatía, todo sube a la culminación del último arco en medio de un delirio de castillitos. El coro tiene esa labra sutil que habla de una reunión de canónigos entusiasmados que fueran a escuchar a la Virgen. Es una catedral dedicada a la Virgen, al eterno femenino y a la gracia, a la vibración y no a la guerra, como las canciones de los trovadores, como las leyendas de los monasterios. Todo el templo tiene la alegría y la luminosidad y la inspiración del gótico, es como un epítome del antiguo reino de Navarra, que recogía la elegancia de Francia y la pasión de España, a ambos lados del gótico de los Pirineos.

Y llega ese tipo y le pone a esa catedral un careto soso y frío, que no tiene nada que ver, que recuerda los sermones más implacables de los teólogos, que corta la vida y el movimiento, que pone adustez delante de la gracia, rigidez delante del movimiento, muerte delante de la vida. Víctor Hugo, que creyó ver en esa catedral el claustro más hermoso de Europa, dijo que esa fachada era una máscara horrible. Algunos hablan de “terrorismo artístico”. Pero sobre todo es una mentira, porque al ver esa fachada uno no quiere seguir viendo, no seguiría viendo si no supiera de antemano lo que hay detrás, uno se daría la vuelta sino viera más que esa sosez y ese convencionalismo. A ese tipo solo se le ocurrían majestades plúmbeas, pesadeces cuadriculadas, grandiosidades aplastantes como el Pilar de Zaragoza y cosas similares.

En el siglo XVIII los neoclásicos con su cabeza cuadrada cometieron un verdadero genocidio, eliminaron montones de iglesias románicas y góticas, taparon con cal montones de frescos románicos , destruyeron cantidad de esculturas medievales. Cuántas iglesias rurales he visto yo en Galicia en las que rectas asesinas cortan los arcos de medio punto, en que se ven restos de pinturas románicas desgarrados que salen de la cal totalitaria. Que fatuidad monolítica la de esos tipos que creyeron haber descubierto todo en el cuadrado y el triángulo y destrozaron todo lo demás. Menos mal que no reestructuraron el cuerpo humano y lo transformaron en un rectángulo con dos extremidades rectas. La vida con sus variantes, la imaginación, las visiones, les estorbaban y solo querían fórmulas simples.

Se cree que la fachada anterior de la catedral de Pamplona, que era románica y había subsistido después de un derrumbamiento en el siglo XIV, la había trazado el maestro Esteban, que trabajó en la fachada de las Platerías de la catedral de Compostela. Y algunos dicen que tendría una estructura similar a la fachada de Platerías. A los neoclásicos les parecía poco majestuosa y además sin simetría porque tenía dos torres distintas. Tonta manía de la simetría, cuando la vida no tiene simetría y se la salta siempre. Como si no hubiera infinidad de catedrales en Europa con torres distintas que le dan precisamente sorpresa y dinamismo. Y en cuanto a majestad, pobre majestad aburrida la de esas piedras cuadradas neoclásicas. Ventura Rodríguez, con toda su insipidez académica, no le llega ni a la suela de los zapatos al maestro Esteban. Y parece, por los restos de capiteles que se conservan de la fachada románica, que en ella predominaba también el movimiento, las tallas profundas, la agitación visionaria. Y lo matan todo y solo quedan restos sueltos.

De verdad, yo me siento insultado, golpeado en la cara, machacado por esa fachada mastodóntica que no dice nada y que parece un puñetazo en la mirada, una declaración de poder aplastante, un mazazo de alguien sin sensibilidad ni imaginación. Peor, de alguien que no tiene vida, que nunca ha sentido nada, que solo tiene triángulos y fórmulas en la cabeza. Ventura Rodríguez es un verdadero asesino de edificios, por no decir una momia profesoral que nos pone delante un desierto académico. No conozco puerta menos acogedora para un edificio que detrás es un arrebato. Propongo que se haga un juicio sumarísimo a Ventura Rodríguez y se lo condene a pasar mil años mirando solamente cuadrados y triángulos.

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