Cienfuegos, la bahía fantástica

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Por Antonio Costa

Foto: Consuelo de Arco

   ¿Qué significa para nosotros Cienfuegos? Significa el Palacio Valle, que levantó un asturiano a principios de siglo. Era una fantasía que mezclaba los estilos, una especie de desenfreno, con terrazas, con pabellones moriscos sobre ellas, con cúpulas, con columnatas, con espacios cerrados para los sueños y abiertos para las brisas. Y aquella cantante octogenaria y patética, que se ponía coqueta conmigo, que me anunciaba un beso como si fuera la reina de Saba, que cantaba haciendo aguas y luego nos obligaba a comprarle una cinta contando desgracias familares. Parecía un esperpento y a mí me recordaba a las Tres Marías valleinclanescas de Compostela.

Significa el paseo del Prado alargadísimo, lleno de villas elegantes y abiertas, de paredes azules, de molduras ligeras, con una prestancia y una ligereza que nos fascinaba, que parecía que iban a levantarse en la brisa y volver a colocarse. El paseo llevaba durante tres kilómetros hasta Punta Gorda, al final de la península alargada, y nos dejaba directamente en el mar. Y luego regresábamos bordeando la bahía y admirando el Palacio Azul, el club Cienfuegos, los restaurantes que se asomaban al agua.

   Los franceses fundaron Cienfuegos a principios del siglo XIX y la ciudad tiene un toque francés, de elegancia, de refinamiento, de disfrute de la vida. Parece que estamos en Burdeos o en alguna ciudad vibrante a orillas del Atlántico. Y a eso se mezclan las vibraciones soñadoras del Caribe. Un tornado arrasó la ciudad pero los franceses la levantaron de nuevo, tal vez más exquisita que antes. Eran unos comerciantes franceses emprendedores que se enriquecieron con el comercio en las Antillas y les gustaba disfrutar la vida.

   También les gustaban las artes y los encuentros, como en la propia Francia. Y construyeron el teatro Terry, donde actuaron Caruso, Pavlova, Sara Bernhardt. Allí celebrarían el culto al teatro y las expresividades y las expansiones como los antiguos griegos. El teatro siempre fue expresión de cultura, de comunicación, de manifestación de lo escondido, de exaltación de la vida. Fue el epítome de la fiesta y la creación. Y nosotros entramos, se podía visitar, y admirados las sillas anatómicas, las galerías con rejas, los frescos en el techo el escenario de arco triunfal, los balcones con balaustradas. Era todo un monumento a la elegancia y a la calidad de la vida.

   Y Cienfuegos significa aquella estatua de Beny Moré, con su sonrisa, con su bastón bajo la axila, con la sugerencia de sus canciones volátiles, de sus ritmos que nos abrían. Tú recordaste sus canciones y tarareaste con gracia en las cejas “Santa Isabel de las Lajas” y “Camarera de mi amor”. Y a la noche en el Salón Minerva personas de varias edades se movían con canciones de los años cincuenta. Parecía que la música reconciliaba las épocas, que la música fuera un país donde la gente se soltara y se sintiera libre. Había una sensación de magia nostálgica en aquella sala.

   Y también estaba la maravillosa plaza Martí con los voladizos azules de la Casa de la Cultura. Y el Arco de Triunfo que celebraba la Independencia y ahora enmarcaba como un telón las cúpulas rojas. La vida no parecía rígida ni austera en Cienfuegos. No parecía que hubiera vigilantes ni consignas cerradas ni apreturas ideológicas. Era como si fluyera todo en los azules.

     Cienfuegos significa el Cementerio de la Reina donde estaban las tumbas artísticas de los franceses, de los españoles vencidos en la guerra de la independencia. Y aquella estatua de la Bella Durmiente. Una muchacha reclinada con un hombro al aire que parecía estar dormida dentro de su idea del amor. Que no quería salir de ella y no quería ruidos. Representaba a una mujer que se había muerto de amor a principios del siglo XX, según decían, una mártir del sentimiento contra las normas sociales.

     Significa aquel mercado donde compramos mariscos y pescados y nos fuimos a cocinarlos a casa de aquella familia que conocíamos. Y mientras esperábamos la comida principal a media tarde nos ponían música y nos contaban historias y nos asomábamos a los balcones y picábamos algo en la cocina e íbamos interiorizando los olores. Había un festival de olores y de llegadas de la brisa y de horas que se esparcían suavemente y se demoraban. Y después en una mesa muy grande muchas personas disfrutábamos del comer. Parecía una ciudad para disfrutar de todas las maneras.

   Pero sobre todo Cienfuegos representa aquel atardecer en el Club Cienfuegos escuchando a Leonard Cohen mientras mirábamos el mar. Parecía que aquel atardecer no fuera a acabar nunca, toda una vida, con todos los matices de Leonard, con la voz apagada y secreta de Leonard, cabía en él. Pasamos varias existencias, los ojos se nos abrieron de muchas maneras, mientras iba anocheciendo. La bahía de Cienfuegos está casi cerrada, parece un lago, pero tiene todas las fantasías del mar. Con razón los franceses levantaron allí su ciudad. Los barcos dan paseos por la bahía y se marchan al mar abierto para todas las aventuras. Y a lo lejos se nos sugieren todas las vivencias y fantasías y las luces ligeras tiemblan sobre el agua. Es como tener el mar entero en la habitación, todas las fantasías del mar sin salir de la terraza.

   Más que un lugar para vivir parecía un poema hecho de casas y de agua. Un lugar donde no solo se existía sino que se acariciaba la existencia. En pocos sitios se disfruta esa relajación, ese contento de existir. Uno puede pensar que Cienfuegos no existe, que es una fantasía entre dos tornados. Pero sí que existe, está al sur de Cuba, a doscientos kilómetros de la Habana, con su teatro y su casa de la música y su bahía que concentra todos los romanticismos.

 

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