Vicente Núñez: “¡Padre Rilke, danos el bisturí!”

“Lorca no era de España. Era de Lorca” (p. 119). En su colección de  Sofismas (Visor, 2010), el poeta Vicente Núñez (Aguilar de la Frontera, Córdoba, 1926-2002) desinfla las pretensiones y los abusos no solo de la poesía (“rama auxiliar de la ramerología” p. 118), sino de la literatura y el arte, “el resultado del desengaño” (p. 772). Con inteligencia y curiosidad infatigables, el autor de Ocaso en Poley (1982) nos conduce a través de sus propios pensamientos, reflexiones insospechadas y a menudo hilarantes: “¡Padre Rilke, danos el bisturí!” (p. 119).

Según la RAE, el término sofisma viene del latín sophisma, y este del griego σόφισμα, y es “la razón o argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso”. Fábula sin moraleja, los aforismos de Núñez no aleccionan: sorprenden, nos hacen ver las cosas desde una nueva perspectiva. A pesar de su brevedad, el impacto es enorme. Hoy que los estantes de las librerías gimen bajo el peso de enormes volúmenes que prometen la síntesis de los más variados temas, las sentencias del autor aguilarense consiguen lo mismo en apenas 140 caracteres.

Asistimos al Núñez más lúdico, privado y corrosivo. Sus sofismas comenzaron a aparecer en prensa en 1987. Sorprende su aplicabilidad a nuestros tiempos: “Al final, el dinero terminará dando con todos nosotros” (p. 537). Sus breves piezas se ocupan de cualquier tema, de la ciencia a la religión pasando por la filosofía de la cotidianeidad: “Una meditación sobre los objetos es una meditación sobre la meditación, que es la forma directa de acceso al edificio de las cosas” (p. 122).

Concisos y profundos, sus apuntes denuncian la falacia, ampliamente extendida, de que la humanidad tiene la última palabra: “La jerarquía máxima de un ser humano es convertirse en muñeco” (p. 194). Como escritor, Núñez denuncia la maldad y falta de originalidad de algunos libros. Hay, sin embargo, mucho más: Descartes (“Coito, “ergo sum”, p. 210); la estética (“El adorno no es bello, sino disuasor”, p. 294); la sabiduría, que “es inculta”, p. 169); el silencio, que “es protesta” (p. 133); una Europa que “huele a carca” (p. 211); la revolución, “naftalina de los pueblos” (p. 279), el español, que “cita de memoria porque habla de oídas” (p. 281); España, donde “la mentira es un disfraz” (p. 359).

“Ser feliz es saber engañarse” (p. 626). El aforismo es, como dijo Auden, un género aristocrático. El género se ajusta como un guante al temperamento de Núñez: nada más aristocrático que equiparar la existencia al tormento. Y sin embargo, el poeta de Rojo y sepia (1987) va más allá: una irrefrenable (y secretamente disfrutada) capacidad para la duda le impide aferrarse a un único sistema. Mente sin tiempo para la edad o el desaliento, su serenidad y desprendimiento lo acercan a Marco Aurelio antes que a Nietzsche: “Porque no sé qué es, me apasiona la vida” (p. 576).

Registro de una mente brillante, los Sofismas del poeta cordobés en edición, a cargo del también poeta, crítico literario y traductor Miguel Casado (Valladolid, 1954), son, sobre todo, un poderoso testimonio del placer y el deseo, la defensa de un pensamiento sin restricciones, las opiniones de un ser contradictorio, resistente a la teoría intelectual y poco interesado en las grandes palabras. Su filosofía es democrática, asimilable por cualquiera que sepa leer. Su desasimiento es genuino, y, sin embargo, generoso. Su escepticismo ilumina las cosas como una antorcha.

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