G. K. Chesterton: “Si Dios no existiera, no habría ateos”.

 

O “La democracia significa inducir a votar a aquellos que nunca tendrán la “caradura” de gobernar, y de acuerdo con la ética cristiana, precisamente aquellos que deben gobernar son aquellos que no tienen la “caradura” de hacerlo.” Como vemos, no hace falta un libro entero. A veces, es suficiente con un aforismo o dos del escritor y periodista Gilbert Keith Chesterton (Londres, 1874 – Beaconsfield, 1936), para darnos cuenta de que el autor inglés es, por derecho propio, un clásico del humor de todos los tiempos, que demanda toda la seriedad de nuestra atención.

Fue a finales del siglo XIX y en Inglaterra, que el mundo (re)descubrió el placer perverso de darle la vuelta a los lugares comunes. El sinsentido de Lewis Carroll se burlaba de toda lógica. Los epigramas y aforismos de Oscar Wilde fueron la versión irreverente de la gaya ciencia de Nietzsche. Las sentencias de Chesterton supusieron, para muchos, los mandamientos de una nueva inmoralidad: “Nuestra civilización ha decidido, y ha decidido muy justamente, que determinar la culpabilidad o la inocencia de los hombres es cosa demasiado importante para confiarla a peritos especialistas”.

Todo lo que es susceptible de entrar en la obra del autor de Tremendous Trifles (1909; Enormes minucias, Renacimiento, 2010), acaba entrando en ella. Reaccionan a favor de la subversión decadente los conceptos verbales recordados por el escritor Gordon Bowker en la entrega de invierno de 2016 de la revista británica Slightly Foxed. Los aforismos de Chesterton recuerdan a los de Carroll y Wilde, y como ellos, se emplean como arma de destrucción masiva contra la ortodoxia. En sus breves sentencias, se privilegian los giros serpentinos de la argumentación a fin de concentrarse en trucos verbales que se cumplen en sí mismos: “Nos dirán, por ejemplo, que la teología deviene complicada porque está muerta. Creedme: si hubiese estado muerta, nunca habría devenido complicada; sólo un árbol vivo crece en un número excesivo de ramas”.

El crítico y poeta Matthew Arnold recomendaba a los victorianos olvidar los dogmas y leer la Biblia por su poesía. El autor de The Innocence of Father Brown (1911; El candor del Padre Brown, Edaf, 2005) supo ser inteligente (aunque su doctrina religiosa promulgara la creencia ciega): “Si Dios no existiera, no habría ateos”. Necesitamos autores como Chesterton, Arnold, Carroll o Wilde, que sepan darle la vuelta a una verdad por todos aceptada. Gordon Bowker, con el mismo espíritu, nos libra de los sermones del británico y nos deja con un bullicioso y beligerante ingenio, a menudo deslumbrante. Gracias a esta nueva entrega de Slightly Foxed, tenemos un vivo retrato no sólo de un personaje, sino de toda una época.

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