Cali, el miedo y la gracia

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Por Antonio Costa

Fotos: Consuelo de Arco

 

Me gusta ir a la Filmoteca de Cali, donde veo la última película de Andrei Zulavsky, una ciudad que tiene una filmoteca para mí ya es fascinante, y al lado hay un museo de arte moderno muy audaz, y hay varios teatros preciosos, y el bulevar del río es muy atractivo, y en torno al río de aguas bravas están los gatos de Tejada y sus seguidores, el gato pirata, la gata coqueta, la gata ardiente, la gata lunática, el gato ilustrado, le dan una gracia felina a la ciudad, y la iglesia colonial de la Merced tiene planta de L y es muy original, y la calle de la Escopeta parece un tango, es una ciudad que suda cultura y creatividad, aunque está todo acorazado y escondido, porque es la ciudad más violenta de Colombia, y no hay ningún café en la plaza principal, ni un solo café que mire al río, hay solo una terraza bajo los árboles donde se escucha él río, y es fantástico estar allí de noche, sin pensar que te pueden matar, y Cali tiene su propio Montmartre, el barrio de San Antonio, con casas bajas de colores, con un tono bohemio, con restaurantes portentosos, uno de ellos se llama Macondo, y galerías de arte, y anuncios de conciertos, y un aire de imaginación.

En Cali hay mucha pasión por el cine, hay varias filmotecas, y varios cines, y es una ciudad que tiene personalidad, que tiene una gracia especial, un toque que llama la atención, empezando por la antigua fábrica de tabacos, por la iglesia de La Ermita que tiene un neogótico azul y dinámico que parece salir volando, incluso la antigua estación de tren la han convertido en un centro cultural muy activo, es una ciudad que tiene cierta intrepidez y supervivencia, que a pesar de la violencia y la convulsión quiere seguir viva.

Nos alojamos en el hotel Stein, que es una especie de castillo español de estilo isabelino o mudéjar, que ya lleva casi diez años perteneciendo a una familia suiza, cuyo dueño es un suizo que no para de viajar, y tiene lleno el hotel de espejos antiguos, de cuadros sugerentes, de veladores de otras épocas, de viejos arcones, y en el jardín tiene árboles grandiosos y atormentados, y allí cerca está el río, al otro lado está la parte antigua, y de este lado está el barrio de El Prado con sus edificios elegantes abandonados, sus viejas mansiones con galerías amarillas, y subiendo a la montaña está el barrio de Normandía, y más al norte está la parte más nueva donde abundan los locales de salsa, dicen que Cali es la capital mundial de la salsa, y nosotros buscamos los edificios por donde se movía el escritor maldito Andrés Caicedo, que se mató a los 25 años después de decir que era vergonzoso vivir más allá de esa edad, que fue a California a venderle sus guiones a Roger Corman, que escribió cuentos furiosos como “Los dientes de Caperucita”, que fundó la revista “Ojo al cine” en la cual miles de hispanohablantes se dejaron sus ojos, miramos el piso de la primera planta donde se mató, y el restaurante justo debajo donde desayunaba, y la pizzería de al lado donde discutía con los amigos, y un día nos vamos a ver la Hacienda El Paraiso donde se desarrolla la novela “María” de Jorge Isaacs, y un empleado les cuenta el argumento teatralmente a los que no la han leído, pero yo miro los visillos que se mueven al contraluz, y observo a los niños que meditan con las piernas por encima de los pequeños canales que surcan el patio, y al regresar nos fijamos en las fincas grandilocuentes y chillonas de los antiguos traficantes de drogas que lo dejaron todo en el limbro, al menos no tienen un zoológico perdido con elefantes abandonados como la finca de Escobar cerca de Medellín, y me gusta esta ciudad que es cinéfila e inquieta e imaginativa a pesar de todo, que está llena de gatos fantásticos escuchando las orillas del rio, que pone la última película de Kieslowski en su filmoteca al lado del alucinante museo de arte moderno.

 

 

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