La Casa de la Bruja en ciudad de México

 

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Por Antonio Costa

Fotos: Consuelo de Arco

 

Lo primero que hice fue la Casa de la Bruja en la plaza de Río de Janeiro, que tenía cara de bruja nariguda en tonos rojizos. Y era como si todo el barrio estuviera lleno de brujas sugestivas. También estaba allí el David de Miguel Ángel con el culo apretado. Y cerca estaba la fuente de Cibeles que casi parece mejor que la de Madrid.

Toda la Colonia Roma estaba llena de edificios Art Nouveau, de buhardillas francesas, de palacios con delirios modernistas. Había ventanas envueltas en volutas, restaurantes como en el Trastevere de Roma , bares bohemios con luces tibias. Estaba la casa de Ramón López Velarde, el poeta que habló de la “Suave patria” de olor a pan y muchachas en domingo, ojalá fueran así de suaves todas las patrias.

Por la calle Orizaba andaba Jack Kerouac acompañando a su prostituta Tristessa y componiendo los poemas de “Mexico City Blues”. Y llevaba a Charlie Parker a todas horas en su cabeza.

Yo iba entre los delirios arquitectónicos de la Colonia Roma, los caprichos afrancesados de la época de Porfirio Díaz. Las gárgolas retorcidas, los monstruos jubilosos, las esquinas achaflanadas, los balcones bailarines. Las galerías de arte, los antros misteriosos, el Centro Gallego en un palacio con balaustradas y patios y clases de baile. Las librerías de segunda mano donde me dejaban hurgar hasta el infinito.

Evocaba escritores y libros (“Las batallas en el desierto”, “El vampiro de la colonia Roma”, “Nadie me verá llorar”) entre las fantasías de la colonia Roma. Me asomaba a las ventanas en óvalos, y caminaba mentalmente por las galerías con balaustradas, entraba en los cuartos con iluminaciones pálidas. Soñaba con las mesitas redondas de madera que animaban los bares como en París. Sentía que allí podían escribirse todos los poemas.

En la calle Obregón estaba el Doríforo de Policleto con un culo exquisito, estaba Cantinflas con los calzones caídos, estaban fuentes y exposiciones de fotografías. Estaban los asientos románticos bajo los árboles. Estaba la Casa Lam, en honor al gran surrealista Wilfredo Lam, con su patio inundado de jungla, sus obras vagando por las salas, el ángel con pico o al comienzo de las escaleras.

La colonia Roma estaba más viva que nunca. Los locales hervían a todas horas pero sobre todo de noche. Estaban las terrazas secretas entre los árboles, las cafeterías que eran como atmósferas artísticas, los hervores de creación en torno a mí. Y la seguridad, y el pasear con calma en las noches. No me importaba la colonia Condesa que en teoría era la zona de la movida. Yo prefería ese hervor secreto de la colonia Roma, amaba esa reunión de fantasmas de todas las épocas, hablaba con las sombras de las novelas de Carlos Fuentes, de Carlos Castán, de Ángeles Mastretta.

Yo iba por la calle Orizaba donde el cabrón de William Burroughs mató a su mujer por jugar a Guillermo Tell con una pistola. No me importaban las gilipolleces de Burroughs. Prefería las mansiones con césped, los interiores de estilo español, las ventanas lujosas de que hablaba Kerouac. Y los teatros vanguardistas y los locales subterráneos y la estatua de Pushkin.

Y no había cocacolas, y no había turistas en bermudas, y no había inseguridad apenas. Y podía estar allí sentado en la noche sin miedo en el corazón, pensando en todas las noches literarias de todas las épocas. Y me tomaba cervezas negras y hondas o vino tinto de la familia Juárez. O lamentaba con tequila que hubiera muerto Leonard Cohen. Y me asomaba a la ventana sobre la avenida Obregón y escuchaba con pasión todas las fuentes.

 

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