López Rueda, el fervor no muere

LÓPEZ RUEDA, EL FERVOR NO MUERE
José López Rueda, poeta y profesor que recorrió medio mundo dando clases y escribiendo poemas, acaba de morir. Es una palabra que pega un puñetazo en la cara, que no deja hablar. Les explicaba a la muchachas chinas en Taiwan lo que no quería decir Góngora. Vivió en una casa con fantasmas que pertenecía a una universidad de Estados Unidos. Creó la Facultad de Humanidades en el sur de Ecuador junto al río de las piedras. Atravesó Colombia en un autobús en los años cincuenta para llegar al Caribe de Venezuela donde se encargó de una cátedra durante tantos años. Les hablaba a los venezolanos de los clásicos españoles, acompañado por su Adelina de ojos verdes que fluctuaban de color al anochecer. Les gustó tanto que le facilitaron que fuera a Madrid durante dos años para hacer su doctorado sobre los latinistas españoles del siglo XVI.
A los ochenta años conoció un notable éxito de crítica y público con su novela sobre la guerra civil en un pueblo aragonés, entre humanista y lírica, entre campanas y trenes, titulada “Aldea 1936”, publicada en Ecuador en los años cincuenta y reeditada en España por Ediciones de la Torre. Guardaba en sus baúles otra novela sobre los que escapaban de la Europa en llamas en los años cuarenta en barcos hacia América, “Viejo mundo a la deriva”, que puede dar que hablar. La Europa convulsa y rota en pedazos llevaba sus sueños rotos en medio del mar. Igual que un arquitecto quiso levantar en Buenos Aires todas las claves de la “Divina Comedia” de Dante, la summa de Europa, en el Palacio Barolo de Buenos Aires.
En sus obras literarias , como en sus charlas en su casa con vino o ron caribeño, había desesperanza y pasión, un montón de vivencias del mundo, historias de medio siglo de España. Una vez se encontró con el Diablo en el acueducto de Segovia. El diablo le dio la inquietud para errar por tantos países, por tantas experiencias. Erró por los procedimientos literarios, escribió sonetos, décimas, alejandrinos, versos libres, poemas en prosa, cuentos, novelas, artículos. Erró por los estados de ánimo, la melancolía, la pasión, la ironía, el cinismo. Era un hombre del mundo académico, pero llevaba dentro el diablo inquieto de “ Melmoth el Errabundo”, lo inquietaba el Cuervo de Edgar Poe. Tenía pasión de viajar y arrancarle la fibra a todo. Y a todo le extraía su fervor. Por eso el libro suyo que más me queda es el poemario “Fervor secreto”. Se agitaba como Quevedo, inflamaba todo lo que tocaba , se rebelaba metafísicamente o se reía como Quevedo.
En “Fervor secreto” hablaba de los rincones de su vida, de los orígenes de la Tierra, de un anochecer en el Pacífico, de una giganta que se asoma a su ventana para devorarlo. De una caperucita bruja a la que decía : “Naufrágame en tus mares amarillos”. López Rueda vivió de enseñar el mundo clásico a las gentes modernas, pero traía toda la pasión de lo clásico, como lo trajeron Hölderlin o Cernuda. Propuso la mesura apasionada, como Albert Camus. Y le llegó el límite, como en ese poema de secreta pasión de Borges: pero colmó esos límites.
En sus libros de cuentos nos animaba al delirio cotidiano, a la ordinaria locura. En “La flecha intempestiva” presentó “El entierro del conde de Orgaz” como una reunión de seres secretos de varias épocas, habló de seres tímidos que desean vivir y no se atreven, de un profesor que se queda con la esposa que le quema los libros y no se va con la valkiria escandinava, de una prostituta que vuelve al barrio de su infancia para mirar de lejos a su hermana. Nos pintó a un norteamericano frustrado que admira la vitalidad de los trópicos, a un hombre que escapa a otra dimensión para vivir lo que no vive aquí. Estábamos en su sala de estar, con todos sus libros, con una copa de ron caribeño, con todos sus recuerdos, y metía en esa dimensión con calma las otras dimensiones. Mientras Adelina le inoculaba pasión a su vida y citaba frases de Albert Camus.
En “Aldea 1936” retrató una desesperanza con fervor. Un niño tiene a su alrededor fascinaciones extrañas y se interesa por todo. Todo son soledades y un perro observa a los hombres que lo matan con mirada de no comprender . Un individuo denuncia al perseguido sin ningún motivo igual que Meursault en “El extranjero”. Una chica solitaria afronta la maldición de su gente a cambio de una noche de erotismo ilusionado. El escritor no se hacía ilusiones, en este mundo extraño, pero vivía siempre con un fervor oculto cada instante.
En “Crónica del acoso” habló de Teresa de Jesús que se olvidaba de todo como una tortuga, pero en su interior se destrozaba de pasión mística, se perdía en la angustia pero se levantaba en la exaltación. En sus últimos tiempos pensaba a menudo en Santa Teresa. Como ella, bebería en los cuartos interiores llenos de espejos hondos el ron extraordinario de la vida.
Parecía tan tranquilo cuando uno hablaba con él, pero llevaba el vértigo y todos los reflejos de la vida. Había en él desesperanza pero llevaba toda la certidumbre de haber vivido. Y eso no parece revocable, como dice Rilke. Vivió y llevó Europa hacia América en un barco cargado de reminiscencias. Aquel diablo de Segovia era el vértigo de Europa y del mundo entero. Fue el diablo que le sopló su vitalidad y su fervor hasta el último momento, como aquel diablo musical de Giuseppe Tartini.

ANTONIO COSTA GÓMEZ

FOTO: CONSUELO DE ARCO

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