«Deadpool 2»: Si Disney levantará la cabeza…

Existía el temor (temor que no ha desaparecido) de que la secuela de ese inesperado éxito que fue «Deadpool» no se adentrase aún más en lo herético y divertido de su propuesta, que el dinero recaudado en taquilla también le pasase factura a su bienvenida osadía. Y la segunda parte, ya estrenada, ha tomado un camino intermedio, que aunque no le perjudica, tampoco le beneficia. Ni avanza, ni retrocede. Por momentos, bascula hacia un mal llevado drama (el inesperado arranque, tan gratuito, tan fuera de lo que se narrará durante el resto del metraje y que tendrá su continuidad ya en los «postcréditos» finales, mientras los espectadores se marchan) como si los que la celebramos en su momento, ahora, de repente, esperásemos de su vuelta coherencia alguna. Es el gran pecado de un regreso lleno de campos minados.
Y algunas minas pisa.
Y en muy pocas ocasiones, se asoma la impaciencia.
Pero en cuanto la película se adentra en el desquiciado mundo de Deadpool, el resultado está perlado de momentos brillantes. Y muy divertidos. Aunque es seguro que su presupuesto ha sido más generoso que en la anterior película, no hace ostentación de ello, y hasta una secuencia demencial (la mejor, la más llena de las esencias del protagonista, un compendio de todas sus irreverencias) como la persecución al furgón que traslada presos, tiene un aire muy parecido a los de la primera entrega, más imaginativo que espectacular, más rico en matices que en deslumbramientos visuales, más vivo que en aquellos que buscan lo inolvidable ralentizando la cámara lenta. Aunque en todo momento trastabillando con ese tímido acercamiento a lo más tradicional del género, el personaje sigue sin reparo alguno a la hora de saltarse las reglas, las cuartas paredes, los códigos, y hasta retuerce los ambages de su caótica verborrea.
Personalmente, echo de menos la dirección de Tim Miller (embutido ahora en el papelón de dirigir el «reboot» de «Terminator»), que lograba una cohesión y una naturalidad en la puesta en escena muy adecuada para dar cabida a los muchos shows que da el protagonista. El nuevo director, David Leitch, parece reacio a dejar suelta a la fiera que Deadpool lleva dentro, y eso le resta efervescencia. Rhett Reese, Paul Wernick y el propio Ryan Reynolds repiten como guionistas, por tanto son ellos los responsables de haberle birlado algo de libertad a su libertino personaje, y hasta de haber reinventado alguno de los más celebrados hallazgos de la primera parte. Pero aunque no frenan, no quitan el pie del acelerador.
No está de más señalar la imponente presencia (la suya, no demasiado cubierta por efectos especiales) de Josh Brolin interpretando al teórico «villano» de la película, así que en dos semanas ha pasado de ser Thanos y desatar una guerra infinita, a tener que darle la réplica al deslenguado Deadpool.
Ojalá haya una tercera parte, y ya sí se de rienda suelta a toda la locura que parece atesorar este personaje.
Porque una película que empieza con un gran primer plano de su protagonista fumando (lo cual ya le planta la temida clasificación «R») momentos antes de suicidarse no parece el mejor legado de ese imperio llamado Disney.

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