«Predator»: Shane Black, cazador cazado.


Es casi de locos pensar que un guionista pueda lograr que un adjetivo aglutine toda su particular inventiva. Shane Black, director y guionista de «Predator», el estreno más esperado de la semana, es uno de esos escasos privilegiados, y a su modo de escribir se refieren cuando se utiliza el término “blackism”. Su marca, esa huella que llegó a casi a ser un género, era una brillante amalgama de secuencias de acción distintas a las habituales, mucho, mucho humor y y un descaro en la narrativa que lograba que sus historias no se pareciesen a las demás. 1987 fue el año de su nacimiento como leyenda del cine. Por un lado, participaba como actor en la primera y mítica «Depredador» (y aunque no aparezca su nombre acreditado como escritor, es «vox populi» que Joel Silver lo contrató para que puliera una historia que no terminaba de dar todo lo que parecía poder dar), serie a la que ahora vuelve como responsable supremo. Por otro lado, la Warner compraba su primer gran guion para que lo dirigiera Richard Donner: «Arma Letal». Ahí es nada.
Shane Black tenía tan sólo 22 años.
Y Hollywood lo llevó a sus quebradizas cumbres, desde donde su caída fue igual de meteórica. Casi dos millones de dólares cobró por «El último Boy Scout». Y tres por escribir la ya olvidada «Memoria Letal». En medio quedaba un film recibido con insólita y no muy justa dureza, «El último gran héroe», que encima tuvo que cargar con la genial idea de la productora de estrenarse unos pocos días después de que Spielberg hiciera lo propio con «Parque Jurásico», que en aquel momento rompía todos los récords y aniquilaba las posibilidades de que que otro posible título le hiciera la más mínima sombra.
Antes de perderse, dirigió su primera película, «Kiss Kiss Bang Bang» (2005), brutal, hilarante y sorprendente incursión en el género negro, toda ella puro «blackism», y convertida en obra de culto antes incluso de que uno terminara de verla.
Y bajo el yugo del alcoholismo, su nombre desapareció la gran pantalla.
Pero en 2013, Robert Downey Jr. le ofrece dirigir la tercera parte de Iron Man, y logra que sea la más rentable de las tres (no es tan de extrañar, las dos anteriores las firmaba Jon Favreau, cuyo talento como director es aún más escaso que su empeño por ser uno de los peores secundarios de la historia del cine). Y por esos curiosos azares del destino, la película se convirtió en la más rentable (pese a que páginas especializadas en adaptaciones al cine de cómics, como The_excelsior_proyect, la colocan entre las peores películas de esta interminable tanda de películas «marvelitas»). Black respiraba de nuevo. Y hasta pudo regresar a la dirección con «Dos Buenos Tipos», que sin llegar al irreverente vigor creativo de «Kiss Kiss Bang Bang», sí que atesoraba mucho de su enorme talento como guionista y director.
La noticia de que él sería quien se encargaría de relanzar la serie de «Depredador» (tras sus muchas secuelas y su relación con el mundo de «Alien», que tienen ya un complejo e intrincado universo propio, lejos de las pantallas) despertó el entusiasmo de los fans. Pero el resultado se queda muy lejos de las expectativas. Armada con un argumento que no es más que otra nueva acumulación de tópicos, «Predator» carece, paradójicamente, de lo que hizo grande a Black. Escenas de acción sin entidad propia, una casi total ausencia de humor que acaba irritando porque nadie puede pretender que uno se tome en serio lo narrado, un batiburrillo de ideas tan desmalazado donde el punto muerto parece la única marcha que Black es capaz de utilizar. Hay algo en el producto final que afina las sospechas de que Black ha debido tener bastantes problemas a la hora de hacer el montaje final, y el acabado es torpe, abrupto, demasiado disperso para contar nada. Y desde luego en momento alguno logra el virtuosismo que en 1987 puso en juego el añorado John McTiernan («Nomadas», «La jungla de cristal», «La caza del Octubre Rojo»), quien fue capaz de rodar uno de los duelos más intensos del cine fantástico, incluyendo 20 minutos finales donde apenas se llegaban a decir más de media docena de palabras, y que convirtió en cine de primera lo que sobre el papel era una serie B más, otra del montón. Lo único que logra Shane Black es sepultar aun más la saga en ese lodazal de mediocridad de donde parece que no hay forma de sacarla. Quien participara en la invención de este cazador alienígena, ha sido presa de su propia criatura.
Así que de vuelta a la nostalgia. Nada de abandonar la esperanza de que McTiernan regresé a la dirección tras su oscuro paso por la cárcel y también con serios problemas de alcoholismo. Y desear que Shane Black se desentienda de estos macro productos, hijos del marketing más fraudulento, y se centre en películas más propias, más suyas, que recuerden que ese nombre, una vez, logró hacerse con un adjetivo propio.
Sería una pésima noticia tener que certificar que el «blackism» está muerto, y que este «Predator» es su testamento.

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