Amarantando en Amarante, por Antonio Costa Gómez

Amarante, Portugal 

AMARANTANDO EN AMARANTE

    Amarantad en
amarante, dice mi amigo Rubén Eyré. 
Porque Amarante tiene que ver con amaranta, una planta cuyo nombre de
origen griego significa “que no se marchita”. Tiene que ver con amaranto, el
color rojo misterioso. Tiene que ver con Amaranta, la virgen indómita de García
Márquez en “Cien años de soledad”.

    Pero Amarante es
ante todo una ciudad de escritores y artistas 
del norte de Portugal. Teixeira de Pascoaes desarrolló su poesía de la
saudade mirando las nieblas de la sierra del Marao. Agustina Bessa Luis, la
genial autora de “La sibila” nació allí. Amadeo de Sousa Cardoso, que expuso
con Modigliani en París, alentó aquí. Mario Cesariny el gran surrealista que
nos hizo ir a todos a Elsinor paseó por aquí. Aquí soñó Unamuno, aquí Eugenio
D´Ors olvidó su racionalismo reseco.

     Amarante parece
un cuadro simbolista. Con sus árboles de colores vibrando en el agua recuerda el
“Bosque del amor” de  Paul Serusier o  “Jacob y el ángel” de Gauguin  en la legendaria  Pont Aven en Bretaña.   El puente de origen medieval  con 
pirámides que bailan sobre bolas reúne los dos trozos de la ciudad sobre
el río Támega. Los paseos entre los árboles muestran el puente y las casas
colgantes y las escaleras secretas y el palacio de la Calzada vibrando sobre el
agua. La iglesia de San Gonzalo levanta su cúpula rojiza y sus galerías junto
al puente sobre la plaza principal. Los dulces en forma de pene se venden por
toda la ciudad, porque los solitarios le piden pareja al santo. La alameda del
poeta Pascoaes lanza sus miradores abocinados sobre el río.

    La saudade y la
sensualidad se unen gozosamente. La carne ahumada y la poesía. Lo místico y lo
pagano. La melancolía y la gracia. La evocación y la presencia.

ANTONIO COSTA GÓMEZ         
FOTO: CONSUELO DE ARCO     

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