«GOT», T8, Episodio 4: con el cielo como aliado

Mucho, y muy bueno, todo lo que se puede comentar sobre el esperado cuarto episodio.
Quedan dos.
Quizás por eso, desde el principio, se van acumulando las despedidas.
Aunque la mejor noticia es que los personajes vuelven a ser los verdaderos protagonistas. Cabría suponer que aun queda una gran batalla final por dirimir. Pero, a juzgar por todo lo narrado, será entre nombres propios, entre inquinas arcanas e inquinas nuevas, con los rencores en ristre y sin otro ejército que la templanza bien adiestrada a la hora de asesinar, puede que a miles de personas.
Hay que celebrar especialmente el regreso de Tyrion al primer plano de la acción. Se añoraba su réplica ágil, lo preciso de sus humoradas, lo profundo de su lealtad. Suyas son las reflexiones que se alzan en favor de mantener fidelidad a Daenerys Targaryen ahora que se empieza a señalar a Jon Snow como el mejor candidato para hacerse con el trono, y eso que ni siquiera se ha hecho pública (pese a ser un secreto que ya va de conciencia en inconsciencia) su condición de legítimo heredero. Que Snow quiera o no quiera el puesto, carece de importancia. Por abandonar, hasta deja atrás a «Ghost», del que ni siquiera se despide. Hay algo de premonitorio en su tristeza. Porque hasta ganando, termina perdiendo.
Samsa sucumbe a ese creciente apetito de ambición, y aunque no toma camino como los demás personajes hacia Desembarco del Rey, quedan latentes los estragos de esa obsesión en su mirada ávida de algo que no encuentra, pero que carcome su pensamiento. Su hermana Arya, por el contrario, sí que se dirige hacia donde se está gestando el desenlace, y con El Perro como compañero de viaje, ambos dispuestos a resolver de una vez por todas ciertas diferencias que nos les permite vivir tranquilos.
Y bueno, estamos en territorio de Cersei, quien quizás no sea la más legitimada para quedarse con el trono, pero qué bien le sienta ser reina, cuánto y cómo lo disfruta. Su regreso, como no podía ser de otra manera, ha despedazado corazones. Se ha limitado a esperar y cuando el enemigo ha estado cerca, ha soltado su jauría de trampas, borrando de un plumazo las posibilidades de éxito de esa primera oleada, y mandando al fondo del mar a uno de los dos dragones que quedaban. Ha metido a cuanto ser humano quepa en el castillo, y ahora si alguien quiere atacarla, deberá aniquilar en masa a miles de inocentes. En la mucho más que incendiaria secuencia final, su duelo con Tyrion nos devuelve a lo electrizante. Con su gesto insalvable, escucha las palabras de su hermano mientras éste le ruega que no abra las puertas de la carnicería, y en un requiebro que tiene algo de tenebroso apela a su condición de mujer embarazada, sabedor de que siempre amó a sus niños, pero ignorante de o ignorando la profecía que auguró que Cersei solo tendría tres hijos (que el mandril de Euron Greyjoy haya podido pillar que Cersei no está embarazada de él parece una cuestión fuera del juego, que no lo sospeche no significa que no tenga sus horas contadas, gane quien gane). Nada de lo que dice Tyrion desdibuja el ceño desafiante de Cersei, quien finalmente ordena a la Montaña que decapité a Missandei, otra historia arrojada al pozo de la tragedia. Nadie parece tener ni el poder ni la fuerza de doblegar su voluntad suicida de mantenerse en su puesto, incluso cuando hasta el destino le dice lo contrario. En un puro ejercicio especulativo, son muchos los que, de conseguirlo, podrían acabar con su vida. Demasiados. Habrá que confiar en que todos ellos sean conscientes de que Cersei no dudará en hacer cualquier cosa, por inhumana o terrible que sea, si alguien aspira a toser en su presencia.
Aunque puede que algo en sus cálculos se le haya escapado. Que Daenerys era y es la principal amenaza para su reinado parece su gran desafío. Pero la Madre de los Dragones, asfixiada por las presiones, los fracasos y los consejos, se ha quedado tan aislada y cercada como Cersei. Y la ira en su rostro, con la que se cierra este fantástico episodio, mientras se aleja del lugar donde acaba de ver cómo asesinan a una de las personas que más ama, la coloca a ella también en el territorio de lo imprevisible. Khaleesi comienza a estar tan sola como al principio de su fabuloso periplo. Libre de los mercaderes del poder que la han terminado rodeando con sus inquinas. Frente a su consejo, anuncia que hará que el cielo caiga sobre Desembarco del Rey aunque no queden vivas ni las bacterias. Todos la convencen de que no lo haga, mientras conspiran a sus espaldas.
En el teaser del próximo episodio, lo único que se nos muestra es como todo el mundo mira aterrorizado hacia el cielo. Y ya un solo dragón y tan vulnerable parece poca amenaza para lograrlo.
La mecha ya está encendida.
Y ahora hasta el mismísimo cielo ha entrando a formar parte la contienda.

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